¿Y si el Gordo cayera todos los años en la provincia?

En los últimos años, los nombres de La Bañeza, Villablino o La Pola de Gordón han aparecido en los medios asociados a malas noticias. El cierre de la minería, el adiós de la Azucarera, la pérdida constante de población o los devastadores incendios del pasado verano han dibujado un paisaje de retroceso que parecía no tener fin. Por eso, cuando este año la Lotería de Navidad decidió hacer una parada en estas localidades, la noticia se recibió con algo más que alegría, parecía que se repartía también algo de justicia con estas comarcas tan maltratadas.

No es para menos. Más de 700 millones de euros han caído en la provincia de León, una cifra que, por sí sola, explica el impacto que tendrá en la economía local. Ese dinero no se evapora. Circula. Paga hipotecas, impulsa reformas, vacía concesionarios, activa operaciones inmobiliarias y, sobre todo, anima el consumo cotidiano en comercios, bares y servicios. El Gordo, como tantas veces se dice, no solo reparte premios e ilusión: reactiva la economía.

En comarcas castigadas por la falta de inversión y de oportunidades, una entrada de liquidez de este calibre actúa como un revulsivo inmediato. No soluciona problemas estructurales, pero sí demuestra algo fundamental: cuando hay recursos, el territorio responde. El dinero se queda, se gasta y genera actividad. Basta con observar lo que ocurre cada vez que la suerte sonríe a una zona concreta del país.

La pregunta, entonces, surge casi sola: ¿Y si esa suerte no fuera excepcional? ¿Y si León recibiera cada año una inyección económica similar, no por azar, sino por representación institucional?

Una autonomía leonesa, como un Gordo anual

Según informes del grupo de expertos y académicos, Iniciativa Autonómica Leonesa, la provincia de León arrastra desde hace décadas un déficit económico que se sitúa en torno a los 600 millones de euros anuales como consecuencia de no contar con una comunidad autónoma propia. Es una cifra conocida, al menos en los últimos años en el entorno leonesista, y que refleja la exclusión que vive León en el reparto de los fondos destinados a las autonomías. Dicho de otro modo: dinero que no se invierte en forma de inversiones, servicios o políticas adaptadas a la realidad leonesa.

La comparación resulta tan sencilla como elocuente. El premio de la Lotería de Navidad de este año supera ligeramente esa cantidad. Es decir, lo que la suerte ha traído en una sola mañana de diciembre equivale, aproximadamente, al déficit estructural que León sufre cada año. Con una diferencia clave: el premio es puntual; el déficit, permanente.

Imaginemos por un momento que ese Gordo llegara todos los años. Que la provincia dispusiera de 600 millones adicionales para decidir sobre infraestructuras, políticas industriales, desarrollo rural, servicios públicos o lucha contra la despoblación. No como un regalo, sino como el resultado lógico de gestionar los propios recursos. El efecto acumulado sería difícil de exagerar: estabilidad, planificación a medio plazo y capacidad real de transformar el territorio.

La experiencia de este año ofrece una lección clara. Cuando hay dinero, hay expectativas. Cuando hay expectativas, la gente invierte, consume y se queda. El problema de León no es la falta de talento ni de iniciativa. Es la falta de un marco que permita aprovecharlos de manera continuada. La lotería no fija población, no reabre negocios ni devuelve fábricas cerradas.

Más dinero para León con su autonomía propia

El debate sobre el autogobierno leonés a veces suele presentarse como una discusión identitaria o histórica. Sin embargo, cada vez más ciudadanos lo observan desde una óptica pragmática: la económica. No se trata de banderas ni de nostalgias, sino de números. De capacidad de decisión. De evitar que la provincia siga perdiendo peso, población y oportunidades mientras aporta recursos a otras zonas de España sin que aquí revierta proporcionalmente en su propio desarrollo.

Los ejemplos de otras regiones demuestran que el autogobierno no es una varita mágica, pero sí una herramienta. Permite priorizar, corregir desequilibrios y diseñar políticas ajustadas al territorio. En una provincia con una estructura demográfica frágil y un tejido productivo que necesita apoyo, esa capacidad resulta determinante.

La paradoja es evidente. Celebramos, con razón, que la suerte haya elegido a León este año. Nos alegramos por quienes han visto cambiar su vida de la noche a la mañana. Pero asumimos con resignación que, el resto del tiempo, la provincia funcione con un lastre económico equivalente a perder el Gordo todos los años. Una pérdida silenciosa, sin titulares ni brindis, pero con consecuencias mucho más profundas.

Ojalá que estos premios, además de dar un impulso, también sirvan para visualizar, de forma tangible, lo que significan 600 o 700 millones de euros para cada una de las provincias de León, Zamora o Salamanca. Para demostrar que no hablamos de cifras abstractas, sino de empleo, servicios, actividad y futuro.

La suerte es caprichosa y no entiende de equilibrios territoriales. La política, en cambio, sí debería hacerlo. Si un premio puntual es capaz de reactivar comarcas enteras, resulta legítimo preguntarse qué podría lograrse con un modelo que garantizara ese Gordo cada año.

No por azar, sino por derecho constitucional, es la Autonomía del País Leonés.