Decíamos ayer que la orden de alejamiento entre realidad real e impresa era ya firme y el tema de hoy adorna o condimenta tal idea: lo cognoscible no es comunicable, pero puede convertirse en tontérrimo. Es más. Debe. Premios, placas. Asunto: El Ayuntamiento de León celebra –es el verbo– un acto de homenaje – entra en la eternidad, afirman en una cabecera– a un señor al que no quiero faltar al respeto, porque no es él el motivo de la chanza, mofa o befa. Bien. El homenajeado –que ya no puede disfrutar de su homenaje ni de SU OBRA porque murió en 2021– se celebra y honra en forma de placa que es crucificada en un monolito que corona… una rotonda. Rotonda o glorieta por la que luchó, se supone que heroica y tenazmente, contra el mismo Ayuntamiento que le homenajea. No sé si queda claro: el tributo consiste en llamar a la rotonda con el nombre del pedáneo de donde sea –pongamos que Oteruelo de la Valdoncina– porque fue él el que la pidió. Constituye algo inédito y, al igual que la primera explosión de Trinity en el torturado suelo de Nuevo México se corría el riesgo de una reacción en cadena que redenominase todo nuestro entorno. Si se pone placa en monolito al pedáneo que pidió – ¡que exigió!– tal construcción, tarea que le llevó casi veinte años… ¿qué monumento debería erigirse para conmemorar al aparejador que la diseño o, incluso, a la madre de dicho aparejador? Desde luego debería constar también el nombre del alcalde con nombre de número y aspecto híbrido entre Nosferatu y Mortadelo que otorga e inaugura. Ya posee una evocando solemne la apertura de la reforma de unos vestuarios en el club deportivo al que ambos pertenecemos: en serio. La veo todos los días cuando voy a la sauna. En el acto celebracional se mencionó una pasarela que formó parte asimismo de la pedánea y oteruela batalla –es el término– de este señor por la seguridad de sus vecinos y de su pueblo, que antes de tales construcciones, imagina uno, caían a abismos, se desorientaban en el bosque y eran devorados por sus enemigos. Las rotondas en España se han convertido en una cosa muy seria. Desde que la obra pública se ralentizase por motivos constituyen casi las únicas cosas que se pueden inaugurar y engalanar con placas y desaforados pisapapeles y sobre las que alzarse para infligir discursos. Pero inmortalizar famas en asfaltos, barandillas, quitamiedos y tapas de registro con el nombre del que las solicita puede hacernos entrar en un bucle infinito de placas y monolitos prácticamente fractal donde todo se debe conmemorar en una placa que conmemore a su vez al que solicitó la placa y honrar dentro de ella al albañil que la cementó. Se podría llegar a rotular: Paso a Nivel José Arturo Fosfeno Pastrana, firmante de la orden 11/13 de la disposición Séptima en su artículo 43 de las normas generales del Real Decreto Legislativo 6/2015, de 30 de octubre que hizo posible este cruce dentro del reglamento interno de la conferencia sectorial. Y luego, el listado completo del resto de funcionarios que hicieron posible mediante su aquiescencia tal logro de la seguridad vial y la movilidad sostenible. Si no caben en un monolito, pues se erige un bilito o un trilito. Seamos cautos. Pasa como con los premios en este país, que, desde hace tiempo, superan en número a sus habitantes. Bueno. Ya hablaré de ello la semana próxima, aunque seguro que la semana próxima se me habrá olvidado tan cristiano propósito.