No es una antorcha pero podría serlo. No es una revolución, pero podría serlo. Hace tiempo que parece que clamamos en el desierto quienes decimos que abandonar estas tierras no es inocuo. Desconectarnos de la naturaleza tiene un precio: lo estamos viendo, lo estamos pagando con creces y, como en las guerras, lo pagamos, más, quienes vivimos en primera línea de fuego, en este caso, en los pueblos y sus montes.
En estos días en los que nos juntamos para tratar de organizarnos ante la inminente llegada de las llamas, los viejos recuerdan que poco se puede hacer ahora. Que se necesitaría maquinaria para avanzar rápido en los cortafuegos pero, sobre todo, hubiera sido necesario prepararse en el tiempo frío para atajar lo que el cálido deje: lo que ahora nos atañe. Caos y destrucción, con fuegos que tienen un comportamiento anómalo por la propia virulencia que generan. Y sí, también el cambio climático tiene un papel importante aquí: nunca hubo tantos días seguidos de ola de calor en este noroeste que todo el país y el mundo entero mira en estos días terribles.
Los montes están dejados a su suerte porque apenas hay ya ganadería que los apacigüe. La maleza se expande como nuestra desesperación, y lo hace en silencio, durante el invierno, a la espera de que la quemazón del verano, cada vez más virulenta, convierta la amenaza en desesperación: si me abandonas volveré con más fuerza. Los bomberos de la Junta de Castilla y León llegan a la barbarie sin herramientas suficientes y sin condiciones adecuadas pero, sobre todo, con una advertencia, la misma que la de los viejos: esta herida se cura en invierno. Entonces, si los rebaños escasean y el monte avanza sin control, ¿por qué no acabar con la precariedad de los héroes que estos días nos salvaron el pescuezo?, ¿por qué no encargarles a ellos que durante el invierno preparen el escenario que en los meses de verano puede ser el mismísimo apocalipsis, como acabamos de ver?
Este es el segundo verano que tengo el corazón en la garganta: mi casa estuvo en el objetivo del fuego también hace doce meses, con un fuego, en aquel caso, procedente de otro flanco. Parece que esta vez también hubo suerte pero, ¿realmente vamos a aceptar vivir a merced de la fortuna? Estos días horribles sirvieron, como suele suceder, para que la gente se una ante un enemigo común: lo llamaremos fuego. La frase ya popular de ‘Solo el pueblo salva al pueblo’ es poderosa, pero también falaz. Sin los medios del Estado, la maquinaria y la organización de efectivos (las BRIF que tantas veces nos salvaron dependen del Estado, no de la Junta, y su situación laboral por eso mismo es bastante mejor), el fuego hubiese arrasado todo. El pueblo salva al pueblo, sí, solidarizándose y organizándose, sí, pero también votando lo que desea: en Castilla y León llevamos más de 30 años otorgándole el poder a los mismos que nos están destrozando. En León lo sabemos bien.
El miedo que viene tras las llamas lo vi en las muñecas de varios voluntarios muy jóvenes y en los peligrosos mensajes contra la agenda 2030 que tantos vecinos traían cosido en los labios. Y sí, es lógico que calen: la izquierda es la primera que ha dejado sus posaderas bien ancladas a los despachos de Madrid. Necesitamos líderes que vivan a medio camino entre las ciudades que legislan y los pueblos que se destrozan por abandono. De no ser así, la incomunicación entre ambos mundos creará monstruos mucho peores que el fuego. El fascismo está en las muñecas de los jóvenes que están cada vez más convencidos de que se podrán salvar solos, a sí mismos. Y si ese mensaje cala, es porque el sentimiento de abandono es real. Yo sigo creyendo en la revolución necesaria en este momento histórico de transición, a pesar de haberme quemado por la política: creo que la llama se prende desde este abandono general, pero rescatando el empuje de comunidad y la red espontánea que se puso en marcha estos días. En León le llamamos Facendera. Y a través de ellas debemos recordar que nadie se salva solo, y el pueblo, sin medios ni organización, tampoco. Es hora de reconstruir desde este vacío y, como siempre digo y diré, aunque me cortasen la cabeza por ello: la clave está en generar esperanza donde solo hay olvido y reequilibrar el territorio.