Es una historia veraniega, como las serpientes de tres metros, el monstruo del lago Ness y el superávit presupuestario. Y no hay manera de librarse, año tras año, de esta plaga victoriana sobre el modo de mostrar el cuerpo.
La cosa es que estamos por igualar los pechos de los hombres y las mujeres, en las piscinas y en la playa, pero me pregunto yo si un tío puede denunciar a alguien por agresión sexual si le echan mano al pectoral. Porque si es que sí, entonces estamos en que la sexualización del pectoral es equivalente, y si estamos en que no, resulta que queremos mezclar churras con merinas, y hacernos los gilipollas para convertirnos en víctimas, tocar los huevos, o reclamar un poco de casito, cosas todas muy equivalentes en este mundo donde vale la pena que te corten los brazos para que alguien te considere a la altura de la Venus de Milo. Cada cual lleva su muñón como bandera para hacerse un lugar en el mundo, decía Saint Exupery hace casi ochenta años, en un libro un poco menos amable que el Principito.
Y el caso es que mí me parece muy bien que cada cual muestre lo que le dé la puñetera gana, pero lo gracioso es que si luego miras a esa persona eres un baboso y un degenerado, porque reclaman su derecho a mostrar y al tiempo tu obligación de no mirar, cosa totalmente incongruente, porque existe, digo yo, el derecho a mirar lo que te dé la gana, dentro de lo que se muestra. O por lo menos existía, cuando éramos gente razonable, más empeñada en la propia libertad que en limitar la ajena.
A lo mejor habría que reclamar un día esos derechos, hoy pasados de moda, de fecha, o de encefalograma: mirar por la calle y en los espacios públicos cualquier cosa que se muestra. Un edificio, una teta, un culo, un paquete, o un nido de gorriones. De lo contrario, vamos por el camino de que tus tetas me obligan a bajar la vista, y el caso es que soy partidario de que muestres lo que te parezca, incluso la desnudez completa, pero sin imponerme a mí obligaciones.
O sea que, creo yo, haz lo que buenamente te parezca y deja a los demás que hagamos lo mismo. Y si te incomoda que miren, no muestres. Y al que le incomode que muestres, que no mire.
Simple lógica. Pero ya sé que es mucho pedir en un mundo de monjas.