El fuego y la sed

Dice que todo pasa por la mesa de la cocina. Que ahí se escribe, se cortan verduras, se emiten facturas, se detiene un segundo para mirar por la ventana con unos prismáticos. Porque hay horas precisas en las que ocurren cosas concretas y de una importancia crucial: un ave canta, un animal pasa. Y hay que verlo, hay que registrarlo en la retina porque en el campo los tiempos no siempre los marca un reloj y el sol entonces y el trasiego hasta la noche valen más.

Comprendo muy bien lo que María Sánchez quiere decir en sus poemarios. Lo comprendí en Cuaderno de campo y lo comprendo ahora en el último, Fuego la sed, que presentamos juntas el pasado viernes en la Fundación Cerezales dentro del ciclo ‘Afines’. Me di cuenta que lo somos, y mucho. Curiosamente mi último poemario comparte palabra: Antes del fuego

Ella es poeta y narradora, pero además es una convencida de la potencialidad de lo híbrido. Por eso mezcla ciencias y letras. Porque es veterinaria. Es experta en cabras y en especies en peligro de extinción. 

Ella también ha sido y es migrante. En su caso, desde su Córdoba natal hasta mi norte. Yo, desde León a Buenos Aires y vuelta de nuevo al campo, a la antigua huerta de mis abuelos, donde decidí construir mi casa no por azar, sino por decisión política. Y como bien apunta María Sánchez en varias ocasiones en las que la han entrevistado, no se trata de volver al campo y ser feliz, no es así, no funciona así, no es tan fácil ni hay recetas mágicas, es más, esa receta de nostalgia amable es peligrosa. Se trata de que las condiciones en el campo mejoren. Porque hay muchas personas que quisieran hacer su proyecto de vida en lugares como éste, pero no hay viviendas o no hay tierras disponibles o no hay servicios suficientes. Y entonces la política nos falla y esta tierra que podría ser de futuro se queda en el pasado.

María Sánchez hace de su oficio con las palabras una revolución constante porque escribe poesía en contra del tiempo de producción que marca este momento en el que nos ha tocado vivir. María dice que este Fuego la sed ya lo tenía en mente hace 7 años, cuando nos deslumbró con su bellísimo Cuaderno de campo. Hoy vuelve a hacerlo. Ahora en el poemario el yo se diluye para dar paso a un nosotros que es el yo, sí, pero difuminado en la naturaleza que también nos habla. Una naturaleza que duela, porque pasa de un estado a otro, se transforma, y se pregunta qué vamos a poder hacer ahora con ella, ahora que todo ha cambiado, ahora que hay que buscar especies que ya no existen o cuencas secas donde antes pasaba el agua.

María dice que escribió este libro también como un conjuro y la verdad es que le está funcionando. Desde que ha salido publicado la lluvia ha caído con insistencia. A algunos les ha roto el plan en la Semana Santa, pero allá en su tierra, en el sur, seguro que han tomado el agua como maná, porque como ella dice muchas veces, la sequía duele. Si vives en el campo lo sabes, lo conoces, y como ella también dice, y a mí también me ocurre, y es un dolor de décadas, casi de siglos, porque somos nietas de campesinos, hijas de profesores, y la tierra cuarteada es como una piel que cruje como escarcha pero sin hielo que valga para suturar heridas. Ojalá su poesía sirva para conmover sobre este mundo que habitamos y protegemos tanto desde nuestra poesía como desde nuestro día a día: no se puede defender la belleza de lo que no se conoce y esta obra es un buen comienzo para dibujar un futuro distinto.