El día que Castilla y León perdió su gallardía

Juan García-Gallardo en una bodega de Valladolid.

Ya es pública notoria la rotura sentimental entre Vox y el PP, se trataba de una pareja de conveniencia y la primera desavenencia surgida entre ellos ha dado al traste con la aparentemente pacífica cohabitación. La medida desencadenante ha sido un toque a maitines del presidente de Vox, un recauchutado Santiago Abascal siempre enfundado en prendas de talla inferior a la que le corresponde. Toda una alegoría. 

Las causas pueden ser varias, pero que nadie se desanime, más pronto que tarde las conoceremos. La causa próxima, la aparente, ha sido el rechazo radical a la distribución de unos trescientos y pico menores no acompañados (menas), medida que suena a poco creíble. Quizá pudiera tener más que ver con la creación del tercer grupo más nutrido del Parlamento Europeo, de la mano de Víctor Orban (Hungría), Le Pen (Francia) y numerosos líderes de partidos de extrema derecha, de menos renombre pero con la misma pulsión, o bien el miedo escénico a la formación emergente Se Acabó la Fiesta.

Sea como fuere, como ya digo, el enigma del porqué de esta renuncia a numerosas porciones de la tarta del poder, pronto serán del dominio público. A nosotros nos afectan más directamente las repercusiones que este corrimiento puede tener en parte de Castilla La Vieja y León, perdón Castilla y León. Según las informaciones llegadas al día siguiente del cataclismo autonómico, un vicepresidente, dos parlamentarios de las cortes pucelanas y veintiséis cargos de cierto relieve, han renunciado a su puesto por mantener la obediencia debida al caudillo Abascal que ha ordenado la retirada.

Dejando de lado la más que previsible estupefacción que habrá sufrido Pollán, presidente del Parlamento de dichas Cortes, que ha visto perder el partido mucho antes del pitido final, la figura excelsa del vicepresidente de la cosa autonómica acaparó el foco de atención de los medios de comunicación. El gesto hierático, como de cartón piedra, carente de expresión, del vicepresidente de la Junta, cuyos méritos son perfectamente desconocidos por todos, salvo su pertenencia a Vox, denota sus escasas tablas. Del mismo modo que se ignoran cuáles son sus funciones, excepción hecha de acudir a su puesto y suponemos que cobrar a fin de mes.

Por eso podríamos aventurar que desde el día que Gallardo causó baja en su puesto, podemos asegurar que Castilla y León también perdió su gallardía, no porque la institución perdiera el porte, lo esforzado o el arrojo, atributos de los que nunca ha hecho gala, no, sencillamente porque perdió al más gallardo de sus miembros. El paso por la política de este caballero ha sido sin pena ni gloria, sin cometido alguno, al decir de los que saben de la ejecutoria de sus funciones. Probablemente sólo haya sido un momio inmerecido, fruto de unos resultados alcanzados por su partido en una región que lleva mucho tiempo, mucho, caracterizada por el vertiginoso nadar del cangrejo, es decir el avance inverso, hacia atrás.

Estética del pasado y mediocridad

Las imágenes de Gallardo a caballo, que comparte con su jefe de filas el gusto por la equitación y mostrarse como caballeros medievales o más anticuados aún, dibujan una estética que retrotrae a un pasado que creíamos olvidado, confiriéndoles un aire que los aleja, quien sabe si intencionadamente, del común de los mortales. El porte altivo de chico de buena familia, de colegio de pago, exquisitamente conjuntado con indumentaria de equitación a la inglesa, le confiere la estética de un jinete feudal que mira desde las alturas a sus semejantes. 

Consecuencia de su mediocridad fue la poco afortunada asistencia a una concentración motera que motivó burlas y chanzas. Su escasa perspicacia permitió que una cámara de televisión le grabase bajando de un automóvil para calarse un casco de motorista y sumarse así al jolgorio. ¡Cuitado! Es una pobre víctima que, o está muy mal asesorado en lo que a imagen se refiere o, lo que es peor, carece de todo asesoramiento. Así pues, su partida no supondrá una pérdida irreparable y menos aún se le echará de menos. Su paso por la vicepresidencia de Castilla y León es, como esta misma comunidad mediocre, la evidencia palpable de como la política puede hacer implosionar dos regiones históricas a la vez, cuando el resto del país, mal que bien, prospera demográfica y económicamente. 

Si Gallardo es fiel exponente de la inoperancia de la comunidad más grande de España, sólo cabe preguntarle en voz alta a todos los leoneses sin importar su filiación. ¿Hemos parado a pensar a dónde queremos conducir a León en estas condiciones, con estos personajes y con estos antecedentes descorazonadores? Sírvanse contestar aunque sólo sea para sus adentros, podrá servirles como ejercicio de contrición, una ocasión inmejorable de entonar el mea culpa y una oportunidad única de hacer propósito de la enmienda. 

Tomás Juan Mata pertenece a Urbicum Flumen, la Asociación Iniciativa Vía de la Plata

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