Cosa era de ver a criaturas de corta edad con aquellas huchas de barro que después fueron sustituidas por funcionales e impersonales huchas de plástico para el Domund (que este año se celebra mañana domingo 19 de octubre). Hacían la labor peticionaria rapaces, chicos y chicas. También participaban señoras de estas que nunca faltaban en la estampa rancia de la España de otros tiempos, que te colocaban una pegatina o una banderita con alfiler según la aportación recibida. Eran señoras que nunca supieron distinguir muy bien entre caridad y solidaridad.
Sea como fuere, y sin que nunca se llegó a conocer muy bien cuál era el destino que los desinteresados españoles daban a su óbolo. Según la versión oficial, toda aquella recaudación era para enviar a los misioneros que repartidos por el mundo propagaban la religión católica –nunca se supo que los protestantes hicieran este tipo de cuestaciones– por los cuatro confines del orbe. Hoy, con la perspectiva que da el tiempo, la persistencia de esta ya inveterada costumbre, parece fuera de lugar y ya no hay cabezas de ‘chinitos’ ni de ‘negritos’ ni de ‘indios’ deambulando por las calles de España. La Iglesia se ha modernizado en su ‘marketing’.
Viene todo este exordio a cuenta de lo cambiante que puede ser esta vida en poco más de media centuria. Hoy a nadie se le ocurriría sacudir una hucha con la cabeza de un ‘chino’ cubierto por su sombrero cónico, de color amarillo, con una ranura detrás, y no por nada, sencillamente porque quizá hoy debieran ser los chinitos los que hicieran colectas para los depauperados españoles. Y ya, por extrapolación, la mente piensa en las sangrientas guerras que los cristianos sostuvieron entre católicos, protestantes, calvinistas o anglicanos en Europa, y cuyo resultado final se decantó a favor de los tres últimos. ¿Acaso cambiaría Dios de bando?
Las religiones que tienen su culto en templos, tal como sostenía Montesquieu, siempre han estado presididas por la intolerancia y los métodos expeditivos con quien no sigue sus mandatos celestiales. Mal que le pese a quien le pese, en España se ha llevado tal conducta hasta extremos insospechados, ahí está la Santa Inquisición y las severísimas leyes con que las autoridades civiles las amparaban, hasta el extremo de que un rey, como Felipe II, llegó a decirle a un condenado en Valladolid que él mismo traería la leña para quemar a su hijo si llegara a saber que se había convertido en un hereje. ¡Qué cosas pasaban en Valladolid!
Política con dogmas religiosos
Los nuevos vientos de la política española que parecen volver a querer implantar los dogmas religiosos que creíamos olvidados, hace temer que los más exaltados y furibundos defensores de la religión católica, pudieran recuperar algunos rasgos impositivos propios de Torquemada. Los seguidores del Catolicismo no admiten tibiezas y como martillo de herejes, no vacilarían en aplicar las más sofisticadas torturas. Las técnicas brutales ejercidas contra los considerados herejes –hereje en su etimología quiere decir el que disiente– es todo un compendio de las atrocidades a las que se puede llegar el ser humano en nombre de un ser superior.
No hace muchos años, cuando yo descubrí la copia del ídolo de Tabuyo, que languidece en el espacio circundante del santuario de la localidad que le da nombre, me llevó a una reflexión que quisiera compartir. Hasta la llegada del Cristianismo con los romanos, los leoneses de la época adoraban a divinidades que en nada se parecían a lo que la mayoría de los leoneses adora en la actualidad y claro, es inevitable que surjan cuestiones de difícil encaje. Si los romanos llegaron a estas tierras hace unos dos mil años, quiere decir que los antepasados de todos los leoneses que se declaran católicos, rendían culto a otros dioses. ¿Por qué ahora, dos milenios más tarde, hemos cambiado de orientación y ya no nos sirven los ídolos de nuestros ancestros? ¿Estaremos más acertados que ellos con las actuales creencias?
El problema ahora estriba en que siendo la actual una religión llegada del distante Israel y con la que está cayendo por los Santos Lugares, uno se atemoriza y recela. Y es que si el Pueblo de Dios se siente amparado a ejercer una sanguinaria persecución de sus vecinos, yo prefiero pertenecer a otro pueblo. Por si fuera poco, todos aquellos que hoy defienden las agresivas acciones de Israel, son herederos ideológicos de quienes en su día persiguieron a los judíos con saña. Esto es un sindiós. ¡Jo, lo que son las cosas, y yo que sólo pretendía hablarles del Domund!
Una duda final: ¿Los sacerdotes de aquellos antepasados nuestros –que sin duda los habría– mandarían a los niños a recaudar por las calles con pegatinas y banderitas?
Tomás Juan Mata pertenece a Urbicum Flumen, la Asociación Iniciativa Vía de la Plata