Cambios meteorológicos y su repercusión en León

“Coge la chaquetina, que luego refresca”. Si tuviéramos que señalar el momento en que esta frase, repetida infinitamente durante décadas en las casas leonesas desde San Glorio hasta Piedrafita perdió su vigencia, probablemente hablaríamos del año 2022.

Aunque la situación ya apuntaba maneras en veranos anteriores, como en el seco 2017, que tuvo una primavera inusualmente calurosa –llegándose a registrar 35,7 °C un 18 de junio en La Virgen del Camino–. Ese verano fue extremadamente seco y culminó con un incendio intencionado que arrasó casi diez mil hectáreas en Cabreira. El otoño prolongó la sequía y las altas temperaturas diurnas, y no vimos la nieve hasta diciembre.

Pero fue en 2022 cuando los leoneses conocimos un infierno para el que no estábamos preparados. Los neveros de nuestras montañas más emblemáticas (Tres Provincias, Teleno, Picos de Europa...) se esfumaron a principios de junio. Estos depósitos de nieve son cruciales, ya que alimentan los regueros que forman nuestros ríos. Aquel verano no hizo falta la chaquetina. El 17 de julio se batió el récord de temperatura máxima desde 1942: 40,4 °C en Ponferrada. Las mínimas también fueron inusualmente altas, algo insólito en una tierra de grandes contrastes térmicos.

El monte leonés sufrió duramente. Ardió la Sierra de la Culebra en Zamora, y comenzamos a ver cómo bosques de roble y abedul en zonas tradicionalmente húmedas, como Laciana u Omaña, se marchitaban prematuramente por el estrés hídrico. Algo grave estaba pasando.

Los años 2023 y 2024 continuaron con la tendencia de veranos tempranos y calurosos, rompiendo con el ritmo climático histórico de la región, donde hasta San Xuan se desconfiaba del buen tiempo y la primavera se alargaba hasta julio.

En 2025, el termómetro se disparó en la primera semana de junio. Un mayo fresco había propiciado un gran crecimiento de hierba, que el sol secó rápidamente, creando el caldo de cultivo perfecto para los incendios. Lo peor llegó en agosto, como todos recordamos.

A simple vista, llevamos tres años con veranos atípicos: comienzan pronto, tienen mínimas por encima de los 20 °C y máximas que rondan los 40 °C en zonas de montaña donde antes difícilmente se superaban los 28 °C. Los otoños son lluviosos pero templados, y los inviernos carecen de heladas firmes. Esto deja el monte pelado y vulnerable incluso en invierno. Las lluvias primaverales llegan tarde, lo que genera una vegetación exuberante en mayo que se seca al instante con el calor del verano.

¿Qué nos depara el futuro? Los científicos apuntan desde hace tiempo a un descenso drástico de las lluvias y a la práctica desaparición de la nieve en la península. Nuestro sistema montañoso, antaño bendecido por las borrascas atlánticas, ya no es suficiente para contrarrestar estos veranos tórridos. Vemos arder hayedos de umbría que creíamos invulnerables. La humedad escasea, el cierzo cantábrico ya no penetra para refrescar los valles y, en su lugar, la calima africana se ha adueñado de nuestros cielos. ¿Nos condiciona ahora más el Sáhara que el Atlántico? Todo parece indicar que sí.

El 'samartino', la matanza era en noviembre

Este cambio se refleja incluso en tradiciones ancestrales. El calendario agrícola de la Basílica de San Isidoro sitúa la matanza (el samartino) en noviembre, algo impensable hoy por la falta de heladas. Nuestros ancestros difícilmente reconocerían el León de estos días. Algo que la ciencia en los últimos días nos lo ha venido a recordar, la nieve está en retroceso en la Cordillera Cantábrica, algo que parecía impensable en el país de los dosmiles.

Para finalizar, es crucial aclarar una cosa: el cambio climático no provoca los incendios (la mayoría son intencionados), pero sí los agrava enormemente, y con ello se crea un círculo vicioso: los incendios liberan millones de toneladas de CO2, empeorando el calentamiento global, que a su vez genera sequías, olas de calor y un paisaje más inflamable, propiciando nuevos incendios. La pregunta crucial es: ¿Seremos capaces de adaptarnos al cambio climático que está en marcha? Sin duda, es el desafío medioambiental del siglo para la humanidad.