León, 26 de julio de 1936: ciudad fascistizada

Con ocasión de presentar en León el próximo martes 26 de septiembre a las 19.00 horas, en la Sala Región del Instituto Leonés de Cultura, la ‘Segunda Parte: La Guerra’, de mi libro ‘Cuando se rompió el mundo. El asalto a la República en la provincia de León’, una investigación que me ha ocupado más de nueve años, y en la que la detallada narración de lo sucedido en julio de 1936 y antes y después en la capital leonesa ocupa en cada capítulo de la obra un amplio espacio, permítanme que tome de entre la información que ella recoge, mucha desconocida hasta el presente, y les acerque a modo de breve y resumido apunte, la siguiente:

Continuaban aquel domingo 26 de julio de 1936 la inquietud y la impaciencia por conocer las noticias que la radio difunde (tomaban entonces Riaño falangistas y guardias civiles procedentes de Guardo, Palencia –recibidos por muchos fríamente, “porque si ganaban los rojos, no querían hacerse enemigos para el día de mañana”–, y entre las seguramente no emitidas se contaba la del bombardeo de Córdoba, Cádiz y Sevilla por aviones gubernamentales), y siguen siendo multitud los que portan un fusil. El bando de guerra prohíbe la formación de grupos, y aun así se forma alguno en la calle de San Francisco para ver como apresan de nuevo a un individuo que había sido liberado por la mañana.

La detención de Álvarez-Prida

También por la mañana es aquel día detenido en su casa José Álvarez-Prida Vega, de 35 años, abogado del Estado, profesor de español por cuenta del ministerio de Estado en la Universidad de Sofía (Bulgaria) y poeta, amigo de Gerardo Diego (y de César González-Ruano, Ramón Gómez de la Serna, Agustín de Foxá y Federico García Lorca, entre otros), antaño afiliado al Partido Reformista de don Melquiades Álvarez y simpatizante ahora de Izquierda Republicana (miembro también de la Asociación de Abogados Socialistas), natural de Fresnedo de Teverga –Oviedo–, que se hallaba residiendo en León porque de allí era su esposa Albina Carrillo Laredo (con la que tenía dos hijos de tres y dos años), y “enviado a San Marcos, donde sería salvajemente torturado, tras ser denunciado como agente pagado por el Socorro Rojo Internacional, pues viajaba mucho al extranjero” (desde donde colaboraba a veces en el diario leonés La Democracia).

Compañeros de tertulia en el Café y de peña en el Bar Azul (el agente comercial Antonio Manjón, Manuel Oliver y el abogado José Argüello) lo acusaban ante el teniente Antonio Revuelta de ser además individuo extremista y peligroso, antimilitarista que mantenía estrecha amistad con Félix Sampedro, uno de los dirigentes del Frente Popular (haber sido nombrado cónsul por Gordón Ordás no le sería tampoco favorable), delaciones que aquel traslada al capitán de Asalto Ramón Rivero, por orden del cual cuatro guardias a su mando lo prenden después de registrar su domicilio (en busca de documentos que lo comprometan y evidencias de que desde el mismo se hubiera disparado el día 20 de julio y los siguientes) y retirarle una pistola Astra con guía y licencia visada en el Cuartel del Cid el pasado día 21 y dos cargadores, además de un pasaporte diplomático y un pliego “con versos injuriosos para la fuerza armada y algo despectivos para el Ejército Nacional, de los que no se hizo publicidad”. Del sangriento final que le destinaban no lo libraría que su cuñado Leopoldo Carrillo Laredo fuera ya uno de los numerosos falangistas voluntarios.

Mañana animada, con mucha gente en los cafés y sus terrazas y paseando por las calles, “patrulladas por militares y civiles armados a los que se aplaude constantemente entre vivas a España”. Hubo misa de doce en la Catedral, sesión de cine en el Alfageme, y “no se celebró la verbena de Santa Ana porque la juventud está ahora para cosas serias”. Por los micrófonos de Radio León pronunciaba una vibrante arenga el secretario regional de Falange, trasladado a la capital acompañando a los numerosos falangistas vallisoletanos llegados aquel día por Mayorga de Campos y Valderas, “que traen cuantiosas hojas de propaganda patriótica que reparten por la ciudad copiosamente”. Ante la emisora local (conectada por línea telefónica con Radio Burgos y otras de la zona norte del país) se formaba una compañía de jóvenes voluntarios por la tarde. “Otra compañía de fuerzas fascistas armadas se organizaba en la Plaza de la Libertad al mando del jefe local Cayo Díez Tirado (de 33 años, originario de Valderas, soltero, comisionista, en Falange desde 1933 y uno de sus fundadores en León), al que ayudan compañeros de la capital y otros de Valladolid a izar una bandera del Fascio y otra de España, cantando el himno fascista y desfilando por la calle de Ordoño entre vivas y aclamaciones del muchísimo público que presencia la concentración”.

Falangistas huidos que regresan

El jefe de Falange leonés había vuelto entre uno y tres días antes a la ciudad, de la que huyó a Sahagún (“contactó aquí con los camaradas Marcelino Castañeda y Gregorio Cañizo”) cuando el Frente Popular dio el 18 de julio orden para su detención y de allí en la fecha siguiente a Mayorga, donde se lanzó al Movimiento con la Guardia Civil y los falangistas de aquella localidad, con los cuales fue ocupando y restableciendo la normalidad en distintos pueblos de la provincia. “Participó el 24 de julio en la toma de Valderas y estuvo con Onésimo Redondo en Valladolid” (dice), regresando a los cinco o seis días a León y encontrándose con la novedad de que el cargo de jefe local que había venido desempeñando lo ostentaba Juan Carbajal, lo que le causó extrañeza y disgusto puesto que no hallaba razón alguna para su destitución, de modo que después, aburrido y dado su fervor patriótico, marchó al frente de Riaño, habiendo tomado antes parte en la ocupación de Boñar, según declara a mediados de agosto de 1937 como testigo en el consejo de guerra sumarísimo contra Victoriano Crémer, Marciano Pedro Durruti Domingo, Agustín Escudero Martínez (jefe local en Castrocalbón) y algunos otros falangistas partidarios de Manuel Hedilla y opuestos a la obligada unificación de Falange y el Requeté (con los que se le implica y por lo que se le detiene), de cuyas resultas se fusilaría pocos días más tarde “con urgencia y ejemplaridad por individuos de la misma organización del condenado”, y tras solo dos horas de capilla, al hermano de Buenaventura Durruti en Ferral del Bernesga. Había sido Agustín Escudero en Madrid cercano del general Severiano Martínez Anido, y lo libraba este de mayores represiones que la cárcel por su implicación en aquel complot, después de que su esposa (de familia pudiente) interceda por él ante la del general (Irene Rojí Acuña), que mandaba a León un telegrama favorable desde Burgos.

Otro falangista camisa vieja huido también de León, en su caso meses antes de producirse la asonada militar, Luis Crespo Hevia, uno de los primeros echados a la calle con el Ejército en Pamplona, regresaría del frente a primeros de agosto “para disfrutar de un merecido descanso y en espera de no tardar en volver al mismo” (dirá entonces El Diario de León). Fugado se hallaba igualmente el médico de Santa Marina del Rey y falangista Fernando González Vélez, afectado al parecer por una dolencia mental hereditaria, dominado por la ambición política, y comprometido más tarde en el aparente contubernio hedillista (como otros muchos capitostes de la Falange leonesa) para unirse luego a los “legitimistas”, lo que le llevaría en mayo de 1937 desde la Jefatura Territorial de Marruecos a un puesto destacado en FET y de las JONS y a una relevante posición en el organigrama falangista, y en junio de 1938 al presidio por traición a Franco, denunciado por el que había sido su secretario, Lorenzo Martínez Juárez.

El poema despectivo

La juliada, había titulado José Álvarez Prida aquellos versos que se los militares golpistas pretendían injuriosos, y tal era el soneto: 

Ya salieron los del Tercio, / con bayoneta calada. / Ondean rojas banderas / a los pies de la Giralda: / rojas banderas de sangre / de soldaditos de España / ¡Ay! ¡No quiero ser soldado! / No quiero ver mi piel blanca / teñida con sangre roja, / y rota por negras balas. / Camisas rojas y azules / cantan sublimes palabras / en las que laten ardientes / anhelos y nobles ansias

En el reverso de la hoja, en la misma tinta verde, aparece: Al ruido de fusiles y cañones / avanzan los cabrones / a conquistar a la sin par Sevilla.

Procede lo anterior del libro que ahora presentamos, publicado el pasado junio por Ediciones del Lobo Sapiens con la colaboración de la Diputación Provincial y su Instituto Leonés de Cultura, y los Ayuntamientos de Santa María del Páramo, Villoria de Órbigo, La Bañeza, Valderas, Astorga, Santa Elena de Jamuz, Valencia de Don Juan, y San Andrés del Rabanedo; que han valorado en el ILC como “una obra de singular importancia para el conocimiento de la historia reciente de nuestra provincia”, y que con sus 874 páginas, referencias de 3.700 personas y 500 lugares provinciales, 160 imágenes de época, y 1.000 notas a pie de página, es mucho más que el relato más completo, actual y detallado del golpe militar de julio de 1936 en los pueblos, villas y ciudades de la provincia de León. Las dos partes se pueden comprar aquí.