Prolífico escritor, Luis Mateo Díez (Villablino, León, 1942) ha sumado el máximo galardón de las letras españolas a otros muchos reconocimientos literarios, además de ser el único autor en lengua castellana que ha obtenido en dos ocasiones el Premio Nacional de Narrativa y el premio de la Crítica gracias a sus novelas La fuente de la edad (1986) y La ruina del cielo (1999).
La imaginación, la memoria y la palabra son los elementos con los que Mateo Díez, que se define como un “escritor irrealista”, crea sus ficciones, que cree que pueden permanecer ajenas a la actualidad aunque no al sentido de lo que ocurre, por lo que a lo largo de su vida literaria se ha dedicado a crear mundos imaginarios.
Espacios oníricos y de ensoñación han sido escenarios habituales en las novelas de Mateo Díez, creador de “ciudades de sombra” como su mítica Celama, el territorio simbólico y metafórico imaginado por él para retratar la extinción del mundo rural.
Un territorio que fue el escenario de tres novelas, “El espíritu del páramo” (1996), “La ruina del cielo” y “El oscurecer” (2002), con la que cerró la trilogía llamada “El reino de Celama”.
El territorio de Celama es, para este autor, “una geografía real, entre lo soñado y las sugerencia de lo que podría ser un pueblo de Castilla y León, de León, un territorio muy europeo” y en el que transcurrió su infancia.
“Es un territorio del que no me he ido nunca, que circula por ciudades de sombra donde se desarrollan historias”, aunque sea “un mundo de supervivencia, muy apegado a la realidad”.
Su literatura ha seguido por la senda del “realismo irrealista” y por esa vertiente onírica que, ha advertido en ocasiones, no está exenta de humor: “Historias con elementos misteriosos y con perspectiva de humor”, dice el autor, porque es también una mirada de lucidez.
Aunque cree que “soñar más de lo debido no es bueno”, especialmente en la actualidad en la que “este mundo se ha echado a perder por completo”, lo que demuestra en su literatura donde su rico lenguaje poético no está reñido con su preocupación constante por la dimensión moral del ser humano.
Mateo Díez sintió casi desde la cuna “una tremenda fascinación” por el arte de la narración: “Yo nací escribiendo y a los doce años le vendí la vida al diablo. Sabía que la fascinación de contar y de que me contaran era una forma de vivir todo lo que yo no podía vivir”, ha confesado.
Desde su primer libro de cuentos, “Memorial de hierbas”, publicado en 1973, fue consciente de que huiría de una concepción elitista de la literatura porque siempre ha sentido “el arte y la literatura muy atados a la vida”.
“Me siento un contador de historias y, como escritor, tuve muy claro desde el principio mi interés por el yo de los poetas y mi absoluto desinterés por el ego de los narradores. No soy un novelista que escriba sobre sí mismo, sólo me ha interesado conquistar lo ajeno”, dice este creador de territorios ficticios, con los que cree que, poco a poco, ha ido conquistando su propia libertad.
En su obra hay un compromiso moral con esa cultura rural que conoce tan bien desde la infancia, y, poco amigo de la novela urbana, ha sido más partidario de “la universalidad que del cosmopolitismo”.
Entre sus últimas obras se encuentran “La soledad de los perdidos” (2014), “Vicisitudes” (un conjunto de cuentos que quedó finalista del Premio de la Crítica de Castilla y León en 2018); o “Juventud de cristal” (2019).
En 2022 el flamante premio Cervantes regresó a su reino imaginario en su última obra “Celama (un recuento)”, un libro compuesto por 38 historias que transcurren en ese territorio y, aunque la mayoría forman parte de la trilogía, otras son inéditas.
También el arte de narrar, la imaginación y la memoria fueron tema del discurso con el que tomó posesión del sillón I de la Real Academia Española y que ocupa desde 2001.