Narradora, periodista, dramaturga, exitosa guionista de cine y televisión, Lea Vélez tiene una mente prodigiosa. Con un extraordinario coeficiente intelectual. Es superdotada. También lo son sus dos hijos. A quienes dedica su libro 'Nuestra casa en el árbol' (Destino, 2017). Y lo era su marido George, fallecido por cáncer, a quien rememora en 'El jardín de la memoria' (Galaxia Gutenberg, 2014), tal vez su obra más emociónate. Y reflexiva, en la que encuentra su voz más profunda.
En este caso, su escritura funciona no sólo como catarsis sino como refugio, como una forma de salvación, una metáfora de la supervivencia contra el olvido, un modo de convertir en inmortal a su ser querido. Un libro sobre la muerte pero también sobre el amor, los grandes temas (casi únicos), como nos dijera el gran Rulfo, de la literatura, de la literatura con mayúsculas.
Además de relatarnos los últimos meses de la vida de su marido (también de su historia como pareja) en el otoño en que él le enseñó a vivir y ella le enseñó a morir, nos habla del drama de la familia de su compañero en Inglaterra. Y asimismo de un republicano español, Boix, que fotografió el horror de Mauthausen y testificó ante el tribunal de Núremberg.
“El jardín de la memoria guarda emociones. La literatura es un método para guardar en una caja con forma de libro cosas que se desvanecen con el tiempo. Ese libro es el lugar en el que guardé nuestro amor y al hacerlo, se creó belleza. Abrirlo me causa respeto. Tengo la sensación de que es como abrir una puerta a otra dimensión”, apostilla su autora, que lo escribió con la lucidez que procura asistir a la muerte de un ser amado.
En 'El jardín de la memoria' también aborda el tema del proceso creativo, de su propio proceso creativo, de cómo se va configurando y estructurando la novela a partir de sus vivencias. Y, por ende, de cualquier otro creador.
En este sentido, está convencida de que “la literatura es un mapa al interior del escritor, pero también al interior del lector y no tienen necesariamente por qué coincidir. Son viajes diferentes”.
La literatura, en todo caso, sirve para millones de cosas, según ella, “tantas, que me sería imposible enumerarlas. Cada lector tiene cien utilidades distintas para un solo libro”.
Para Lea Vélez no hay diferencia entre la vida y la obra, “aunque te inventes una trama de un señor con barba que viaja a Marte. Misteriosamente, en tu obra, metes cosas de ti que no sabes ni que son tuyas. La ficción es una expresión del alma y el alma no es literatura, es algo real que marca todas nuestras acciones”, explica. Tal vez por esto, hay que devolver vida a la literatura, como quisiera Henry Miller, otro coloso de las letras, que le ha dejado huella emocional, porque “escribir novelas es sencillo –precisa–, lo difícil es escribir la vida y que resulte literaria”. Como tan bien hiciera, por ejemplo, Anaïs Nin, otro de sus referentes.
Cabe recordar que Inglaterra es para ella otra parte de su mundo, “un mundo original, diferente”, pues de allí era su marido. “Siempre miramos mejor aquello que no forma parte de nuestra infancia. Lo examinamos desde otro punto de vista... Soy como las grullas. Cuando en España aprieta el calor, me voy al norte y al fin del verano, bajo al sur. Además, mis hijos son medio ingleses y depende de mí que sigan teniendo al alcance sus raíces. Hay mucha belleza allí y es una especie de paradigma de lo idílico, por eso aparece en mis libros”.
Supe de su existencia –lo reconozco– a través de 'La hora cultural', el estupendo programa del 'Canal 24 horas' de Televisión Española que presenta el también guionista y escritor Antonio Gárate.
Siempre miramos mejor aquello que no forma parte de nuestra infancia. Lo examinamos desde otro punto de vista...
Y luego la contacté a través de Facebook. Una maravilla, esta época de redes sociales, que nos permiten contactar con gente en todo el mundo. Aunque es cierto que “el cara a cara”, de toda la vida, resulta siempre más estimulante y real que lo virtual.
A partir de ese momento me dispongo a saber qué ha hecho Lea en el ámbito profesional. Y descubro que, además de una escritora con proyección, es originaria de León.
León, las raíces literarias de Lea Vélez
“Mis padres son de León, aunque vinieron a Madrid en los años sesenta. En León están mis raíces literarias, pues en esta ciudad se inició la andadura cultural de mi padre, Carlos Vélez”, me cuenta ella, que ha nacido en la capital del Reino, donde vive.
Descubro, asimismo, que el periodista Pacho Rodríguez, con quien tuviera el placer de compartir velada en Prada A Tope en Madrid, en noviembre del pasado año, le dedica un artículo en 'Diario de León'. Con motivo de la publicación de su novela 'El jardín de la memoria'.
“En León... me bañé en el río de Carrizo, enseñé a nadar a niños y a mineros del Bierzo, en pueblos como Cacabelos, Torre del Bierzo o Noceda (mineros de humor excelente, por cierto, que por ser todo músculo se hundían hasta el fondo como piedras entre carcajadas)”, rememora.
¡Oh, Noceda. Mi útero materno. No me lo puedo creer! A lo mejor hasta coincidimos en alguna ocasión. Pero no sabíamos el uno del otro. “Durante años fui monitora de natación y daba clases en distintos pueblos. Sobre todo en el Bierzo: Noceda, Bembibre, Toreno, Torre del Bierzo... pero en otros muchos sitios también. Villablino, Valencia de don Juan...”, aclara Lea, que se siente leonesa, porque, cuando era pequeña, siempre pasaba sus vacaciones en León, visitando a sus amigos, a su abuela y a sus tíos, “que tienen un chalet en la urbanización Camino de Santiago, que está en Villadangos del Páramo, y allí nos juntábamos muchísimos chavales de la urba”, puntualiza.
“En León pasé muchas navidades al amor de la lumbre y muchos veranos, al amor de la adolescencia. En Villadangos del Páramo hay una curva a la que, al menos en tiempos, conocían como la curva de Vélez porque ahí se estrelló mi abuelo dos veces, en esa curva, con un Hispano Suiza que tenía en los años treinta”, recuerda con nostalgia, porque hace tiempo que no visita la tierra de su familia, acaso porque no quiere romper la magia de sus recuerdos.
“Para mí, León es sinónimo de un tiempo muy feliz, de amistad, de mis primeros trabajos, primeras experiencias en soledad. Quizá por eso me da miedo volver. Hace mil años que no voy. El León de mi recuerdo es maravilloso”, afirma Lea, cuya vocación por la literatura es quizá innata.
En León... me bañé en el río de Carrizo, enseñé a nadar a niños y a mineros del Bierzo, en pueblos como Cacabelos, Torre del Bierzo o Noceda
“Yo creo que tenemos en la genética una propensión al lenguaje, o a las letras, a la expresión y a la ficción. Al menos, yo he visto en mis hijos una vocación feroz hacia la ciencia que me ha convencido de que hay cosas que vienen de serie. Yo nunca quise escribir de pequeña y, sin embargo, un día lo empecé a hacer por puro instinto y ya no he podido parar. Mi vocación no parte de una idea, parte de una emoción que no recuerdo y que no sé analizar más que escribiendo libros como el de La Olivetti, la espía y el loro”, se expresa esta creadora, que heredó a buen seguro el talento de su madre María Luisa, “una mujer con una fuerza narradora desbordante”, y por supuesto de su padre, Carlos Vélez, nacido en Santa Marina del Rey, donde están enterrados sus ancestros.
Encuentros con las letras
Su padre hacía un programa televisivo a finales de los 70 y comienzos de los 80 que se llamaba 'Encuentros con las letras', en el que realizaba entrevistas a escritores de la talla de Borges, Cortázar, Cela, Arrabal, Onetti, Cunqueiro, Torrente Ballester, Benet, incluso Merino, Colinas y Guerra Garrido (de origen leonés), entre otros muchos. Y que a Lea le han servido como punto de arranque y de inspiración para componer su última obra hasta ahora titulada 'La Olivetti, la espía y el loro', en la que nos muestra, según ella misma, dos narraciones, la de su infancia y la de nuestra “infancia democrática y cultural” como país.
Un libro que, en su opinión, le resultó muy difícil escribir porque deseaba revelar el espíritu de algo que estaba olvidado y que, sin embargo, había sido importantísimo en la construcción de nuestra conciencia cultural. No obstante, cree que el resultado ha sido satisfactorio. Que lo ha conseguido, “con los inevitables defectos, porque muchos de los seguidores de aquel programa dicen que han rejuvenecido al volver como por arte de magia a esos años. Les he llenado el texto de magdalenas proustianas. Al mismo tiempo, yo he querido mostrar la forja literaria contando una historia, la de mi nacimiento como escritora y contando también la de tantos otros escritores. Esto ha hecho que muchos jóvenes se acerquen al libro con una lectura nueva y un disfrute que no tiene nada que ver con la nostalgia del pasado. Es un libro en el que el lector es el protagonista”, cuenta Lea, que recuerda a su madre con afecto, porque era ella quien escribía en la Olivetti, quien emitía partes de prensa.
Ya sea como guionista, periodista o narradora, cree que toda escritura se parece. “La única diferencia es el receptor. El receptor nos obliga de formas más o menos sutiles a escribir de una manera o de otra”.
Para mí, León es sinónimo de un tiempo muy feliz, de amistad, de mis primeros trabajos, primeras experiencias en soledad. Quizá por eso me da miedo volver. Hace mil años que no voy. El León de mi recuerdo es maravilloso
En la escritura para televisión –matiza– hay que enganchar al espectador. “La competencia entre cadenas por la audiencia te obliga, como guionista, a ir directo al enganche del espectador y lo más sencillo es atraparlo con los trucos del oficio: el suspense, la sorpresa, el ritmo... Hay que hacer las cosas de forma que se cree una intriga, unos mecanismos de respuesta para que el receptor no cambie de canal. En una novela no es necesario marcar un ritmo tan agresivo, la identificación del lector no se produce tanto a través de la técnica, como de la verdad y de la belleza... Si hay belleza no es necesario tanto truco”, declara Lea, que se plantea qué es la belleza.
“Es algo que sucede con mucho esfuerzo y con otra cosa que se llama 'felicidad'. Un escritor infeliz puede escribir belleza y por tanto felicidad. Si un libro tiene verdad, tiene belleza y el lector seguirá leyendo. O igual no, pero no importa. La belleza del libro se mantiene dentro del corazón del escritor”, nos enseña Lea, que sigue recordando con placer a autores, que le dejaron huella, como Maupassant y Zola. Y sobre todo Carson McCullers. Aunque también le gustaba leer novela policiaca y de aventuras, El Coyote, Simenon, Ágata Christie, Chandler.
“Un autor que me encanta es William Irish, sus relatos y Lillian Hellman, o Kafka. Con Kafka siempre hay un antes y un después. A los veinte años leí a Kundera de forma febril. Luego lo he tratado de leer de nuevo y no he conseguido fascinarme otra vez. Ahora me gusta mucho Knausgard. No sé qué tienen los autores con K, hay ahí un tema a analizar, sin duda. Luego... he leído a cientos de autores que seguro que me han marcado profundamente y que, sin embargo, no recuerdo. Quizá esos sean los más importantes”.
La música como pasión
El ritmo fue antes que la escritura porque mi madre escribía en su Olivetti y yo la escuchaba debajo de la mesa. Ese ritmo de la máquina de escribir era su canto y sigue siendo el mío, aunque ahora tengo una guitarra además de la escritura
La música, tan emparentada con la poesía (que debe ser ritmo), es otra de sus pasiones. No en vano, Lea está convencida de que no hay escritura sin ritmo. “Una página es una canción. La voz humana es una llamada, como el canto de un pájaro. El lenguaje, aunque leamos para adentro, tiene ese ritmo ancestral que nos evoca cosas misteriosas, que nos toca teclas interiores que no pasan por la mente consciente. El ritmo fue antes que la escritura porque mi madre escribía en su Olivetti y yo la escuchaba debajo de la mesa. Ese ritmo de la máquina de escribir era su canto y sigue siendo el mío, aunque ahora tengo una guitarra además de la escritura, que me saca de la infelicidad. Cantar es una forma de drogarse con endorfinas. No sé, la música es lenguaje. Todo es, al final, la misma emoción metida en distintos frascos”, afirma Lea, que en la actualidad está con algo difícil, “como siempre”, añade. “Siempre tratando de ir más allá de mi propio talento”. Un talento, que es mucho.
Entrevista breve a Lea Vélez
“Las fuentes literarias son uno mismo y sus lecturas y experiencias y frustraciones y felicidades”
¿Qué libro no dejarías de leer o leerías por segunda vez?
No me gusta escoger un libro. Diría que cualquier cosa escrita por Carson McCullers.
Un personaje imprescindible en la literatura (o en la vida).
Don Quijote.
Un autor o autora insoportable (o un libro insoportable).
Cuando algo no me gusta, no lo leo, pero me arriesgo a decir que no hay nada insoportable. Lo que hay es mucha grisalla, mucho ni fú ni fá. Lo insoportable casi sería bienvenido.
Un rasgo que defina tu personalidad.
Querer ser indefinible.
¿Qué cualidad prefieres en una persona?
La bondad.
¿Qué opinión te merece la política actual? ¿Y la sociedad?
La misma que tenía Cicerón de su época. O la contraria, en realidad.
¿Qué es lo que más te divierte en la vida?
Ser graciosa.
¿Por qué escribes?
Por lo mismo que fuma la gente. Porque no lo puedo dejar.
¿Crees que las redes sociales, Facebook o Twitter, sirven para ejercitar tu estilo literario?
A mí sí me sirven.
¿Cuáles son tus fuentes literarias a la hora de escribir?
Cuando era pequeña escuchaba mucho esta expresión, “las fuentes literarias” y como no sabía qué era aquello, siempre me imaginaba una especie de 'geyser' pequeñito del que manaba agua y al que los escritores se acercaban para encontrar inspiración. Ahora que soy mayor sigo teniendo esa imagen y siempre que me preguntan esto, me echo a reír porque ahora sé que eso no existen tales fuentes. Las fuentes literarias son uno mismo y sus lecturas y experiencias y frustraciones y felicidades. Si uno es consciente de sus fuentes literarias, igual no ha interiorizado bien la literatura.
¿Escribes o sigues algún blog con entusiasmo porque te parezca una herramienta literaria?
Yo solo escribo por escribir, no porque sea una herramienta para nada.
Una frase que resuma tu modo de entender el mundo.
¿Quién te ha dicho que yo entiendo el mundo?