Si el Festival Luna de Cortos fuese una película, la primera escena podría estar protagonizada por una mujer. Tiene 92 años. Y hace más de 40 que no va al cine. Son las 2.00 horas de la madrugada. Y está emocionada. Es vecina de Veguellina de Órbigo, localidad perteneciente al municipio leonés de Villarejo de Órbigo donde hace una década nació un evento cultural que ha desafiado alguna de las teóricas leyes de una lógica que tiende a localizar una cita de estas características en una ciudad y no en un pueblo. La secuencia todavía no está completa. Para multiplicar su carácter disruptivo, el filme que se proyecta ante los ojos vidriosos de esta nonagenaria no le remite a alguno de los títulos clásicos almacenados en la retina de generaciones que asistían a las sesiones continuas de los domingos. Se trata de cine alternativo.
Si el Festival Luna de Cortos fuera una película, una escena paralela podría estar protagonizada por otra mujer. Tiene 58 años. Proviene de un clan familiar que es historia del cine español. Y viene en 2022 a recibir un premio. La actriz Mónica Bardem recoge un galardón por su papel en la película Fortuna. Como la vecina de Veguellina, se confiesa emocionada; y no sólo por el premio, sino ya simplemente por estar viendo películas en Riego de la Vega, el municipio que desde 2020 tomó el relevo como sede de esta iniciativa que lleva el cine a localidades del medio rural que hace ya décadas que vieron cerrar sus salas comerciales. Ahora Luna de Cortos está de enhorabuena. Cumple su décima edición, la que se celebra entre los días 5 y 12 de agosto con Italia como país invitado y el deporte como protagonista.
La génesis del Festival Luna de Cortos también parece una historia de película. Bal Ferrero llevaba casi 40 años viviendo en Madrid cuando decidió tomarse un año sabático, regresar a su localidad natal, Veguellina de Órbigo, y estar con su madre. “Yo tengo que hacer algo por mi pueblo”, se dijo. Y se puso manos a la obra. Y fue así como este reportero de sociedad y cultura que había cubierto para agencias y como freelance alfombras rojas llenas de glamour y que había sido subdirector en 2003 del Festival de Cine de Carmona (Sevilla) quiso montar uno cortado a su medida y en las calles por las que corría de niño. No le importaba tanto la purpurina como el cine. Creó la Asociación Despierta para canalizar la organización. Con muchas ganas y pocos medios salió adelante la primera edición en 2014, en la que se condensaron 90 proyecciones en apenas tres días. Hubo sesiones de mañana, de tarde y de noche.
“El segundo año ya fue más rodado, hubo más apoyo y tuvimos cuatro días de proyecciones”, continúa Ferrero al hacer el relato de las siguientes ediciones, siempre en una tendencia progresiva. Luna de Cortos, que había tomado el nombre por Viaje a la Luna, la película de George Méliès estrenada en 1902 a la que se atribuye una revolución en la historia del cine, iba ganando días de proyecciones y apoyo institucional. “Y conseguimos hacer un festival como yo quería”, cuenta Ferrero, alejado de la filosofía de los eventos que destinan la mayor parte de su presupuesto a traer estrellas de relumbrón que garantizan un tirón mediático. Estudiante de cine durante un curso, director de un par de cortometrajes, guionista y ahora en pleno rodaje de un documental, privilegió al oficio sobre otro tipo de consideraciones. Y así por el festival desfilaron actores como Elena Rivera, Ginés García Millán o Álex Angulo.
Conseguimos hacer un festival como yo quería. Lo único que salva de la despoblación es la cultura
Como las buenas películas, el Festival Luna de Cortos sufrió un giro de guion cuando estaba ya consolidado. La pandemia del coronavirus paró el mundo. Y el Ayuntamiento de Villarejo de Órbigo retiró el apoyo apenas una semanas antes del comienzo de las proyecciones en el verano de 2020. “Me tuve que buscar la vida”, señala Bal Ferrero, que desde el principio optó por programar varias jornadas al aire libre consciente de que sería más complicado llevar a una sala al público no cinéfilo. La fórmula resultó providencial ante una crisis sanitaria que ponía la luz de alarma en los recintos cerrados. El Ayuntamiento de Riego de la Vega salió al rescate. En tiempo récord se alcanzó un acuerdo. “De no haber sido por aquella experiencia anterior al aire libre, no lo habría hecho”, admite Ferrero antes de sugerir la influencia de su idea en la organización de múltiples cines de verano como oferta de ocio para una sociedad que salía de un confinamiento todavía con miedo a compartir espacios.
Repercusiones en el municipio
“Teníamos algo de miedo. Lo estuvimos valorando con la médica del pueblo. Y nos dijo que no había ningún problema”, rememora el alcalde de Riego de la Vega, David Fuertes, que llegó al cargo dispuesto a “invertir más dinero y tiempo” en materia cultural. “Y el apoyo al festival supone un esfuerzo que luego se ve recompensado”, afirma el regidor. Las repercusiones van más allá de lo material en un municipio de algo más de 760 habitantes empadronados que ve cómo durante una semana se multiplica la actividad en comercios, restauración y alojamientos. “Probablemente Luna de Cortos sea lo que más nombre le dé ahora al municipio”, resuelve su alcalde, que ya ha estrechado más lazos hasta el punto de llegar a un acuerdo con el ICAA (Instituto de Cinematografía y Artes Visuales) para proyectar una película en la Casa de la Cultura coincidiendo con la celebración del Día Internacional del Cine.
El apoyo al festival se ve luego recompensado. Probablemente Luna de Cortos sea lo que más nombre le dé ahora al municipio
Con 37 años de edad, Fuertes ya no recuerda abiertos los cines que hubo en el municipio. “Se conservaba una cabina de proyección. Pero yo nunca la vi funcionando”, apunta para reforzar el argumento de que la población local “no estaba acostumbrada a disfrutar del cine”. Y le ha costado hacerlo. Los primeros dos años fueron duros, en parte de una pandemia que avivaba los recelos y en parte por desconocimiento sobre cuestiones como el carácter gratuito de las proyecciones. “A la gente le costó, pero el año pasado ya hubo una mayor participación de los vecinos”, recalca el regidor, dispuesto a buscar más apoyos de los que puede ofrecer un ayuntamiento con un presupuesto general de poco más de 400.000 euros. Ahora que le toca también hacer de embajador de su municipio ante las gentes del cine, reproduce uno de los comentarios más habituales: “Cómo es posible que un pueblo tan pequeño tenga un festival tan grande”.
“Lo único que salva de la despoblación es la cultura”, sentencia el director de Luna de Cortos, que se remite a las palabras del fallecido vicepresidente de la Diputación de León, Matías Llorente, al presentar una pasada edición: “¿Por qué las zonas rurales no tienen derecho a contar con eventos culturales?”. Había amigos de Bal Ferrero que ni siquiera se lo imaginaban permaneciendo durante varios años en el pueblo, desde el que ha lanzado un festival con una clara seña de identidad. “Es de los festivales más comprometidos que hay. Tiene un compromiso con la sociedad”, expone tras relatar iniciativas como las de crear una sección como cine y mujer, un premio como el de valores humanos y un país invitado por año, en esta ocasión Italia, lo que entronca con la idea de conceder el Premio al Cine Internacional al director de la célebre película Cinema Paradiso, Giuseppe Tornatore, sin todavía haber podido confirmar su asistencia.
Si el Festival Luna de Cortos fuese una película, sería un cortometraje, la fórmula absolutamente necesaria para no sobredimensionar los tiempos de revisión de las cintas. Cumple ahora diez ediciones. Y lo hace con una marcada por la fuerte presencia de cineastas leoneses: sin ir más lejos David Casado y Óscar Falagán, realizadores del documental Campos, un trabajo sobre fútbol y despoblación que competirá en la sección especial a concurso con Boxing for Freedom, sobre la boxeadora de Afganistán Sadaf Rahimi. Con el Teleno a tiro de piedra, no ha renunciado a las sesiones al aire libre, pero las ha reducido a dos por si los vientos. “El festival tiene que estar en una evolución constante”, reseña Bal Ferrero, quien puede que, todavía sin saberlo, comenzara cuando sus padres ponían a la familia en fila india para asistir a la sesión continua de los domingos a escribir el guion de una película que se proyecta cada mes de agosto en el rural leonés en forma de Festival de Cine Luna de Cortos.