Pardomino es un espectacular bosque de robles centenarios que se extiende sobre la falda cantábrica del Alto Porma, un paraíso natural que ocupa unas 2.000 hectáreas y cuya riqueza faunística late en sus verdes entrañas ajena al desorden del mundo. Por sus laderas y cerros caminan osos, lobos, zorros, venados, jabalíes, ciervos, tejones o gatos monteses. Y en sus ríos y regueros encontramos truchas, nutrias o escurridizos desmanes ibéricos. Todas estas fascinantes criaturas desfilan ante cámaras colocadas estratégicamente y que se activan con el movimiento, permitiendo grabar sus rutinas sin ninguna intervención humana y captando este ecosistema único, con toda su diversidad faunística y botánica, de una forma nunca vista.
Pardomino es también un lugar casi mitológico para los que crecimos en la montaña leonesa, los mismos que escuchábamos todas aquellas historias de osos o de lobos que contaban los paisanos más mayores delante de un vaso de vino, unos relatos que encendían nuestra imaginación infantil y resuenan ahora en la memoria como esas otras aventuras en lugares lejanos que veíamos en el cine. Aunque esta maravilla natural no está en ningún remoto continente, está aquí al lado, forma parte de nuestra querida montaña, tan cerca pero también tan desconocida. Y por eso El bosque salvaje de Pardomino se eleva también como un documento imprescindible para su conservación. “Solo se ama lo que se conoce, y solo se protege lo que se ama”, asegura su director Carlos Rodríguez Villafañe.
El propio Carlos es también autor de Diario de Pardomino, una crónica diaria y sentimental de su concienzudo trabajo para captar toda la belleza del bosque y su hermoso poder de trascendernos. En el prólogo del libro cuenta como se logró hacer el documental de una forma pionera y original, una premisa innegociable para evitar el riesgo de no aportar nada nuevo: “Partiendo desde el asombro cotidiano ante la belleza infinita de Pardomino, más de 170 jornadas de campo, 1.200 kilómetros caminados con la mochila y la cámara a cuestas, y 42 cámaras automáticas que han estado trabajando en diferentes momentos a lo largo de los 3 años de proyecto, han ido completando una colección de tomas inimaginables y un guión nacido del amor profundo”. Y sí, su película es sin duda un hermoso viaje al corazón verde de nuestra montaña, a los bosques de nuestra infancia, a ese lugar al que siempre regresamos para confrontar el paso del tiempo.