No es la primera vez que Miguel Ángel Vivas, director de este intenso y opresivo thriller, experimenta con la violencia y el horror psicológico en espacios cerrados. Con Secuestrados (2010), además de firmar la que posiblemente sea su mejor película hasta el momento, ya demostraba manejar los resortes del terror doméstico con una realización de impecable caligrafía que no dejaba respirar al espectador. Como una versión ibérica del Funny Games (2007) de Haneke, la cinta contenía una perturbadora e incomoda energía que se revelaba finalmente casi como pornografía moral. No es el caso de Asedio, donde sí encontramos esa tensión narrativa y esas buenas maneras con la cámara, pero donde también echamos en falta cierta verosimilitud que apele directamente a nuestro código ético, esa diabólica empatía capaz de inocular el miedo más íntimo en cada uno de nosotros.
Un grupo de antidisturbios acude a un destartalado bloque de viviendas habitado por inmigrantes para ejecutar un desahucio y pronto la operación se desmadra de todas las maneras imaginables. Lo que parecía una acción tristemente rutinaria, tanto para el cuerpo policial como para todos esos seres humanos vapuleados por la vida que solo pueden elegir entre estar mal o peor, pronto se revela como el desencadenante de una trama de corrupción donde la codicia se impone a cualquier otro tipo de interés, donde un fajo de billetes vale mucho más que la vida de cualquiera de esos sin papeles cuyo cadáver nadie va a echar de menos.
Es imposible no recordar el impecable primer episodio de Antidisturbios (2020), donde Rodrigo Sorogoyen mostraba también un desahucio con final inesperado, con una edición deslumbrante y un nervio narrativo que conseguían introducirte en el caos que retrataba de forma casi orgánica. Y también en la claustrofóbica atmósfera de esta laberíntica torre de apartamentos, una ratonera llena de rincones escondidos y lúgubres espacios, encontramos resonancias de REC (2007), cinta de Paco Plaza y Jaume Balagueró que acontecía en un edificio del Eixample barcelonés afectado por una pavorosa amenaza sin rostro.
En Asedio seguimos a Dani, una mujer del cuerpo de antidisturbios que tendrá que enfrentarse a sus corruptos compañeros y a su propia avaricia para salir con vida del infierno de cemento en el que se convierte el edificio. Natalia de Molina carga brillantemente con el peso de la narración, y es a través de la doble moral de sus actos como comprendemos que nadie está a salvo de sí mismo. Su viaje sin retorno hasta el alma negra de los más indefensos es la parábola de esta historia, su triunfo y su condena.