La alucinante 'Trumpsilvania' o Fisonomía de una Nueva Era

Citando a Claude Kappler en Le monstre, Jean-Paul Roux manifiesta que “si el vampirismo fascina, es porque representa con enorme fuerza una imagen del hombre contemporáneo”, a lo cual añade: “El vampiro es la imagen misma de lo que 'obsesiona a nuestra época', época de miedo, de angustia, de negación, de finitud, que no puede 'seguir creyendo en un más allá eterno, pero que no renuncia a una visión del otro mundo', por lo demás poco reconfortante, hecho de desesperanza, de insaciable avidez sexual, de la muerte del amor” [Roux – La Sangre: mitos, símbolos y realidades].

Y Trumpsilvania, última novela del genio de la narrativa fantástica que responde al nombre de Luis Artigue, es la mejor descripción de ese 'otro mundo' referido por Jean-Paul Roux. Editada por Eolas Ediciones, esta novela de Artigue ha llegado a nuestras manos para conducirnos a través del túnel de la imaginación y llevarnos a visualizar la fisonomía de una Nueva Era: la del trumpismo en su última versión (o la del retorno al poder de un presidente con 'sonrisa de calabaza de Halloween', acompañado, en esta ocasión, de una selecta corte de vampiros).

Hablar de la trama deTrumpsilvania y buscarle a esta una lógica optimista sería, no digamos imposible, sino absurdo: dada la demencial perversidad de los personajes implicados en el desatinado curso de los acontecimientos, se disparan las partículas subatómicas del universo tridimensional para caer en otra dimensión energética, cuya sustancia vital es el vampirismo. Así, los vampiros “en su sentido figurado” (que inicialmente son los de la política liberal y los miembros de la Hermandad de Amor Libre) se cruzan con el vampirismo “en su sentido literal” (“variante mucho más antigua y sanguinaria”) para formar un maxiorganismo fantasmagórico, en el que los antiguos monstruos de las sombras devienen “seres familiares con conciencia” y alcanzan “entidad social distintiva y estatuto de ciudadanía”. En este mismo orden, Crapulake City (modelo a pequeña escala de la sociedad global) se estructura como caricaturesca interpretación del Infierno dantesco o hélice en cuya base (invertida hacia lo alto) habitan los vampiros organizados en comunidades urbanas y en cuyo vértice (apuntando al oscuro Averno) reina la Hermandad secreta (esta última, un confesionario de las miserias y frustraciones generadas por la más reciente revolución informática). Luego, a la anterior arquitectura no faltará una subestructura ocultista con un Gran Maestre de la Orden del Dragón (estampilla bufonesca luciferina), quien en cada ciudad obstentará el título honorífico de Conde Drácula Local. ¡Alucinante, sin lugar a dudas!

Tumpsilvania es, en fin, el proyecto acertado de una funesta Alquimia Revolucionaria, ante la cual el propio Hermes Trimegisto se inclinaría con respeto. A esta maquinaria de muerte no escapa Marilyn Monroe de Drácula (“gubernamental y corrupta prestadora de servicios”); tampoco libran Mina Harker (sardónica versión contemporánea de la Mina de Bran Stoker) ni su marido (el vampiro tetrapléjico Jonathan Harker), a quienes la posesión del mal no impide que la luz del amanecer termine desterrándolos al reino de Perséfone. Cabrá preguntarnos entonces qué mano descorrió la cortina y dejó entrar el sol en la habitación de los esperpentos dormidos. Y tomando esta interrogante por oportuna metáfora: ¿Habrá alguna mano que detenga el vampirismo de la segunda Era Trump? Al respecto, Luis Artigue deja abierta una reflexión sobre el presente-futuroatemporal al que nosotros, lectores de Trumpsilvania, nos enfrentamos intentando escapar con vida. Una novela demencial a la que, por orden de la más alta literatura, no debemos renunciar. 

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