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La misteriosa conexión de la Alquimia con la bomba atómica

A los seres humanos les encantan los mitos, lo fantástico y lo maravilloso. Y no digamos si a eso le añadimos cierto misterio. El cerebro del homo sapiens parece estar programado para sentir placer con escuchar un cuento o una historia, por lo que es para ellos casi adictivo escuchar una narración fantasiosa que conocer el hecho científico en sí.

Afortunadamente en el día a día existen un par de ámbitos distintos que se llaman ocio y el trabajo –es otra curiosidad saber que la palabra 'negocio' (que es lo que se busca con la labor trabajadora) es, en latín precisamente el 'no ocio'– y en los que cada momento se aplican mejor el cuento y el conocimiento riguroso. Es con estas distinciones cuando comprendemos que en los tiempos de ocio, en los que la humanidad siempre se ha contado cuentos y misterios, se cuelen bulos y mitos irreales; y que en los tiempos de labor los oficios sistematicen el saber de forma rigurosa y científica.

También hay que tener en cuenta que los antiguos no distinguían entre lo real y lo irreal porque lo divino se entremezclaba con todas las cosas. Es decir, los fantasmas existían realmente para ellos y Dios estaba (como muchos creen hoy) en el origen de la materia. Esto explicaría la existencia de la Alquimia antes de lo que hoy conocemos como la Química; como también la Astrología antes que la Astronomía. Y, por cierto, no hay que equivocarse: antes de la sistematización racional de estas dos disciplinas, no se puede considerar que no fueran el conocimiento más avanzado de la realidad y que las que hoy consideramos paparruchas antiguas eran las que predominaron durante casi toda la historia de la humanidad... y las que hoy certificamos como rigurosas desde hace poco más de tres siglos se basan directamente en ellas.

La alquimia es una práctica que tiene muchísimo que ver con León. De hecho, Nicolás Flamel, el escritor del primer manual alquímico, el Libro de las figuras jeroglíficas, reconoce él mismo que fue en la urbe legionense donde conoció los secretos de la Alquimia gracias a un rabino judío, copiando en sus 12 ilustraciones varios relieves de la Pulchra Leonina. Vamos, que la Catedral de León es la piedra filosofal (simbólicamente hablando) como defiende el profesor César García Álvarez.

La conexión entre alquimia y química

Una vez explicado todo esto no es muy difícil de comprender la conexión íntima entre la alquimia y la química. De hecho una es la madre y otra la hija; y la propia escisión de ambas disciplinas –en realidad de más, ya que la primera también conjugaba la metalurgia, la metalurgia, la física, la medicina, la semiótica, el misticismo, el espiritualismo y el arte, todas mezcladas con la astrología– comenzó con un cambio lingüístico eliminando el prefijo 'al' [que en árabe funciona como el adjetivo determinante 'el, la'] por parte de Robert Boyle en su libro de 1661 The sceptical chymist [en inglés 'El químico escéptico'] y continuó con la sistematización de los elementos en manuales y enciclopedias.

Quizás sea esta la diferencia más notoria: que la química comenzó a ser de uso público (de los ricos y adinerados ilustrados, que con ella comenzaron a elaborar nuevos procesos fabriles de forma sistémica y comprobada; lo que dio paso a la Revolución Industrial), mientras que la alquimia era celosa de conservar sus secretos al tener un origen hermético (de Hermes Trismegisto, el tres veces grande), que derivó en secretismo. Sin embargo, al ser una disciplina con la misma esencia, no se puede olvidar el carácter espiritual de los alquimistas sin perder cierto conocimiento en la actualidad que nos haga reflexionar más profundamente sobre la visión humana de la realidad.

[Dato sorprendente: ¿Sabía el lector que la palabra 'laboratorio' es una construcción derivada del ora et labora monástico, al mezclar el rezo con la labor y crear la palabra compuesta 'labora-et-ora'... que da laboratorio; o sea, el lugar donde estudiaban los alquimistas era como un templo: un oratorio del trabajo]

Todo esto puede parecer a priori un cuento de brujos, o una novela fantástica, muy propia de estas fechas en las que los jóvenes alocados e inexpertos celebran la fiesta estadounidense de Halloween, en las que las televisiones se hartan hoy a poner películas de miedo o especiales de esta celebración que no tiene más de 150 años y que poco (o más bien nada) tiene que ver con Todos los Santos. Y sin embargo, la alquimia sí tiene que ver con la muerte, o al menos con el ánimo de vencerla como dicen que hizo el propio Nicolás Flamel: el alquimista no sólo buscaba la piedra filosofal o el convertir los metales en oro, sino las claves de la inmortalidad.

En sus investigaciones alquímicas –que se pueden datar desde muy antiguo en el Egipto, Mesopotamia y Grecia de la Edad Antigua– los eruditos de la protoquímica definieron conceptos que, leídos hoy, crean bastante desasosiego a la mente contemporánea más racional y poco dada a la espiritualidad. Y es aquí donde entra lo sorprendente y abracadabrante para los tiempos de hoy: el Fuego Secreto explicaría la teoría nuclear y su definición se parece tanto a la energía que podría crear una bomba nuclear que deja patidifuso.

Fuego secreto y teoría nuclear

Cualquier escéptico puede decir que mezclar alquimia y la fisión del átomo es una tontería mayúscula. Y sin el conocimiento del pensamiento de los alquimistas podría decirse que ya quedaría zanjado este artículo y considerado como una magufada de las gordas. Pero si es una doctora internacional en Química, por la Universidad de Granada y premio nacional a la Excelencia Académica Universitaria quien lo señala, la cosa cambia bastante. Lo defiende Ángeles Ceregido –autora de Esto no estaba en mi libro de la Historia de la Alquimia, de la editorial Almuzara– en el podcast El Libro Rojo de Ritxi Ostáriz. Concretamente en el capítulo 249 titulado 'Alquimia, el poder divino de la materia', donde explica las conexiones entre el saber de los antiguos y las técnicas contemporáneas; recordando que los antiguos tendían a saber más cosas de las que pensamos y explorando las conexiones de lo olvidado (u ocultado) con la realidad actual.

Un trabajo –el de unir, redescubrir el saber antiguo con el contemporáneo para reflexionar sobre ello, como hace Ostáriz en su podcast– que igual es poco considerado, o más bien denostado, pero que cuando muestra coincidencias tan asombrosas en los textos alquímicos da mucho que pensar.

Ese 'Fuego Secreto' de los alquimistas es la fuerza interior de la materia (empezamos a ver paralelismos) y es la clave de la alquimia y del pensamiento filosófico antiguo, que buscaba comprender la realidad del mundo. Lo hacía pensando (por eso son filósofos, los amigos del saber) a falta de poder comprobarlo empíricamente por su falta de tecnología para experimentos precisos y rigurosos.

Ese pensamiento filosófico dio paso a explicaciones de la realidad, de lo que compone la materia, basados sistemas físicos como el de los arjés de Anaximandro, –en el que los elementos básicos que formaban las cosas eran el aire, la tierra, el agua y el fuego– y el atomismo mecanicista –que define la esencia de las cosas con “unas partículas individuales indestructibles e indivisibles” sin más cualidades que, al combinarse, constituyen los diferentes objetos– de Leucipo y Demócrito en los siglos V y IV antes de Cristo. Concepciones de la visión de la naturaleza que se siguieron usando por los intelectuales y sabios europeos hasta la Ilustración. La primera hasta la llegada de la química moderna (que los demostró científicamente a partir de los siglos XVI y XVII) y la segunda hasta la división del átomo en 1917 por el neozelandés Ernest Rutherford... lo que devino en la Física Cuántica que este 2025 cumplió cien años.

Y es aquí donde Ángeles Ceregido (leonesa de familia según confiesa orgullosa, ya que su padre nació en El Bierzo) señala la sorprendente conexión entre la alquimia y la bomba atómica: “Es ese fuego secreto de los filósofos, que es el título de un libro de Patrick Harpur, el secreto mejor guardado de los alquimistas. Ese fuego secreto es Mercurius, que está al principio y al final de su obra, pero que también es clave en todo el proceso alquímico; y Mercurius es un arquetipo clave en el imaginario alquímico. Tiene una naturaleza ambigua, es un espíritu que puede adoptar multitud de formas porque en él se integran los opuestos más irreconciliables. Él es materia pero también es espíritu, es veneno pero también es elixir o medicina, está hecho de fuego pero en el fondo es agua, un agua además que no moja las manos, como decían los alquimistas. A su vez es el alma de uno mismo pero también es el alma del mundo, ese anima mundi que impregna la naturaleza y que es la intermediaria entre el cielo y la tierra”.

“Ese anima mundi –continúa Ceregido, que también explica en el podcast 'Sapiens' de RTVE lo que es la alquimia–, decían los alquimistas que estaba atrapada en el corazón de la materia y que su función era liberarla; pero la tenían que liberar con mucho cuidado, con mucho mimo. Ostanes [el sabio persa] decía que la naturaleza siempre vence a la naturaleza, por eso los alquimistas tenían que tratar a la naturaleza como un amante, no como una esclava. Liberar esa energía, es como que tienes algo muy preciado entre tus manos y puede ser peligroso. Por supuesto, ese fuego siempre había que mantenerlo prendido, por algo los alquimistas son los señores del fuego, como decía Mircea Elíade en Herreros y alquimistas. Así que una de las principales dificultades a las que se enfrentaban los alquimistas era exactamente eso, la mesura, mantener el equilibrio de ese fuego secreto que si se sabía trabajar les podía llevar hasta la piedra filosofal pero que si se les escapaba de las manos pues nos podría llevar a todos de vuelta a la edad de piedra. Así de poderosa es la fuerza que se esconde en el corazón de la materia”.

Esto comienza a sonar familiar: una fuerza interior de la materia que, mal manejada, se desata y acabaría con la civilización. Lo mismo que diríamos con un apocalipsis nuclear. Pero no es esta casualidad la que tiene más peso a la hora de determinar la conexión entre dos mundos tan distintos, sino las propias definiciones de los alquimistas de lo que es su Fuego Secreto que conectan de forma increíble con el presente.

Los escritos alquimistas

“¿Qué paralelismos hay entre ambas fuerzas? ¿Entre la energía nuclear de hoy y esa fuerza, ese fuego invisible, el fuego secreto de los alquimistas? ¿Conocían ellos un poquito la energía nuclear, si se le puede llamar así?”, le pregunta Ritxi Ostáriz a Ceregido. Que contesta:

“Los alquimistas sabían mucho más de lo que pensábamos. De partida hay una conexión clara entre ellos y los físicos de partículas, y es que ambos están interesados en trabajar con la materia y en conocer lo que se esconde en su interior. Ahora a lo mejor nos reímos, pero para que vean lo que hacen los paradigmas. En el siglo V antes de Cristo también estaba la teoría atomista de Demócrito, que decía que todo estaba hecho de átomos y vacío. El átomo que era para él un ente indivisible. Pero claro, como su teoría no estaba respaldada por experiencia experimental directa, pasó desapercibida. ¿Qué pasa? Que nunca hay que perder la esperanza. En el siglo XVII su teoría fue retomada por alquimistas como Gassendi, Van Helmont y Robert Boyle, que los conocemos como científicos, pero en el fondo eran alquimistas. Y ya en el 1800, con Dalton. Bueno, pues esta teoría atomista sentó las bases de la concepción actual de la materia, pero con el tiempo fue evolucionando y fuimos descubriendo que el átomo en realidad sí que era divisible”, revela la doctora en Química con premio nacional.

[Dato significativo: uno de los objetivos de los alquimistas era transmutar metales en 'oro' (es matizable porque se refiere más al 'oro filosofal' que a uno material en ciertos momentos, 'la primavera eterna', pero eso es otra historia) y Ceregido al definir qué diferencia un átomo de otro explica que es la combinación entre sus partículas: protones, neutrones y electrones: “Sobre todo, el número de protones en el núcleo, que es lo que se llama número atómico. Los átomos del elemento oro tienen 79 protones en el núcleo, por ejemplo, y los de mercurio y el plomo 80 y 82. Interesantísimo que de los siete metales que se conocían en la antigüedad –que eran cobre, hierro, estaño, plomo, mercurio, plata y oro–, los alquimistas siempre usaban plomo y mercurio para transmutarlos en oro, y son justamente los que tienen el número atómico más cercano al oro. Es decir, para transformar mercurio en oro sólo habría que quitarle un protón, y para transformar plomo en oro sólo habría que quitarle tres protones del núcleo”]

Es extraordinario que ahondando en los escritos de los alquimistas estos vislumbren “que en el corazón de la materia existía una fuerza inmensa”, expone la experta. Matizando que “no era parte del conocimiento convencional de la época en los primeros siglos de nuestra era; porque, de hecho, no se sabía que había un núcleo atómico. Demócrito decía que el átomo era indivisible, pero entonces no se había demostrado”. No sabían por qué. Era pura filosofía.

“Pero hoy día sí sabemos que en el núcleo atómico los quarks están unidos gracias al efecto de la fuerza nuclear fuerte, que es la fuerza más poderosa de las cuatro fuerzas fundamentales que existen en la naturaleza y es la que está involucrada en los procesos de fisión nuclear. Mira si será poderosa que la reacción de fisión nuclear en cadena de uranio enriquecido, que es la base para fabricar bombas atómicas”, destaca. Para indicar después que “ya en la tabla esmeralda de Hermes Trismegisto estaba escrito lo siguiente: ”¡Atención! Aquí está la fuerza fuerte de toda fortaleza, porque vencerá a todo lo sutil y en todo sólido penetrará. ¡La fuerza fuerte! Vence a todo, en todo sólido penetra“.

“¿Cómo podía saber Hermes esto? No para ahí la cosa”, continúa Ceregido. A continuación, por su interés, se transcribe lo que cuenta en 'El Libro Rojo de Ritxi Ostáriz'.

Ostanes, en el siglo III a.C., decía: “Ve a la corriente del Nilo. Allí encontrarás una piedra que tiene un espíritu, que se refiere a la expulsión del mercurio. Toma esta piedra, divídela, penetra con tu mano en su interior y sácale el corazón”.

Su alma es su corazón. Es decir, que ellos ya sabían que para llegar a la fuerza que se encontraba en el interior de la materia, Mercurius, que es exactamente lo que he dicho antes, tenían que penetrar la materia, dividirla y llegar hasta el corazón. Es más, Zósimo de Panópolis en vez de llamarla mercurio la llamó 'agua divina'.

Él decía en sus textos, este es el gran misterio, dos naturalezas, una sustancia. Es universal, está en todas las cosas, tiene un poder destructor. El que la conoce posee el oro y la plata.

Su virtud está oculta. Lo estaba diciendo otra vez lo mismo. Y no es solo eso.

Más adelante, ya en 1675, Robert Boyle, que es uno de los padres de la química –él trabajaba mucho con el mercurio filosofal, practicaba alquimia– decía que en uno de sus experimentos descubrió que para preparar ese mercurio se liberaba una gran cantidad de energía y dijo que no publicaba la receta por el inconveniente político que podía causar si caía en manos malvadas. A lo que Isaac Newton, el padre de la física –que también practicaba la alquimia y en esa época también trabajaba con el mercurio filosofal– siguiendo la misma receta de Boyle (que venía de Starkey, que era un alquimista estadounidense) llegó a escribir una carta a la Royal Society donde les pedía que por favor dejasen de publicar nada sobre ese tema porque podían causar un daño inmenso al mundo. Y luego también hay textos, libros de alquimia, donde dicen que incluso el alquimista Yavir, que es de la Edad Media, llegó a decir que si el átomo pudiese ser dividido podría liberar una fuerza suficiente como para destruir la ciudad de Bagdad. Fíjate: no sé si lo sabían, pero por lo menos lo intuían muy bien.

Claro, tú dices: ¿Pero esta gente cómo decía estas cosas? Estoy dando citas desde la tabla esmeralda, tres siglos antes de Cristo o así... ¿No? ¿Y entonces, qué está pasando? Hay un libro muy interesante que se llama 'El retorno de los brujos' de Pauwels y Bergier. Bergier fue un ingeniero francés que estaba muy interesado en todos estos temas y decía que él se había reunido con el alquimista Fulcanelli, que es el alquimista más famoso del siglo XX, y dice que le contó que precisamente porque habían ocurrido esas catástrofes en un pasado remoto ellos temían la tremenda energía que se encerraba en el corazón de la materia y guardaban secreta su ciencia. Es más, esto es súper interesante porque según Bergier en 1937 Fulcanelli se reunió con él en la Sociedad del Gas de París y le dijo: “Están ustedes muy cerca de conseguir el éxito, pero los trabajos que están realizando ustedes y sus semejantes son tremendamente peligrosos para la humanidad. La liberación de la energía nuclear es más fácil de lo que piensan, se pueden fabricar explosivos que pueden arrasar ciudades enteras, los alquimistas lo saben desde hace mucho tiempo”.

Casualidades o no, un año después, en diciembre de 1938, un grupo de físicos alemanes, entre los que se encontraban Otto Hahn y Lisa Meitner, descubrieron la fisión nuclear del uranio. ¿Qué es esto de la fisión nuclear? Pues es cuando un núcleo de un átomo pesado se rompe dando lugar a átomos más ligeros. Se libera energía y neutrones: estos neutrones a su vez golpean a otros átomos de uranio que se vuelven a fisionar y así se liberan más neutrones y energía.

Esto da lugar a una reacción en cadena. Claro, en un kilogramo de uranio puede haber miles de trillones de millones de átomos de uranio, entonces imagínate la cantidad de energía que se puede liberar. Hasta ese momento era inconcebible“.

En una época tan convulsa, a las puertas de la Segunda Guerra Mundial, esta fuerza podía ser peligrosísima en manos de los nazis. Einstein escribió su famosísima carta al presidente de los Estados Unidos Franklin Delano Roosevelt advirtiéndole de elllo y el mandatario ordenó poner en marcha el Proyecto Manhattan, que creó la bomba atómica. El director científico de ese proyecto fue Robert Oppenheimer, el de la película de Cristopher Nolan, muy recomendable de ver. Un proyecto en el que trabajaron algunos de los científicos más brillantes de la época como Fermi, Szilard, Fuchs, Feynman... –mientras que en el bando alemán estaba Heisenberg, que era otro gran científico–, relata Ángeles Ceregido: “En julio de 1945 llevan a cabo el primer ensayo nuclear, después de superar muchos retos técnicos, y cuando Oppenheimer vio el resultado de liberar esa energía que había en la materia, él hizo esa parafrasis del texto sagrado Bhagavad Gita, que es parte del Mahabharata, donde dijo aquello de: 'Me he convertido en la muerte, el destructor de los mundos', totalmente impactado por lo que había hecho”.

Son precisamente Einstein y Oppenheimer los que dan paso a otra coincidencia –o sincronicidad, como le gusta decirlo– que hace si cabe más raro este artículo: “La conclusión –considera la investigadora– es que los científicos consiguieron liberar esa energía escondida en el corazón de la materia, pero lo hicieron sin cuidado. Lo hicieron sin pensar en el alma, lo hicieron sin conciencia, y por tanto las consecuencias fueron catastróficas. Por eso los alquimistas decían que era tan importante que los avances en el terreno material y empírico (es decir, la ciencia), fuese acompañada de avances de conciencia; porque si realmente fuese posible liberar la energía nuclear usando procedimientos convencionales, como los que utilizaban los alquimistas en sus laboratorios, que eran muy sencillo, y el secreto cae en manos de cualquiera... imagínate las consecuencias para la humanidad”.

“Así entendemos la carta de Newton y toda esta preocupación de los alquimistas. Fíjate que siempre que yo pienso en la energía atómica, siempre que pienso en el poder de la materia, no sé por qué pero me viene a la cabeza la Gita, precisamente la Bhagavad Gita y ese momento en el que Krishna se muestra como Vishnu en todo su esplendor: como la fuerza de mil soles. Claro, y además ese texto lo menciono en mi libro, porque es que el texto dice: 'Abrazado por la incandescencia del alma del mundo, el mundo se retorció y culebreó, los elefantes se achicharraron y marcharon temblorosos, se ofreció un panorama estremecedor, los cadáveres habían quedado mutilados por el horrendo calor, no parecían haber sido humanos, jamás hubo un arma tan terrible, jamás creímos que pudiese existir un arma semejante', expone sobre un texto de miles de años de antigüedad.

“Claro, antes de conocer los efectos de la bomba atómica, esto no tenía mucho sentido. Dices: ¿Qué clase de arma puede ser esa?”, se pregunta. Y destaca que haya una conexión tan contradictoria entre la carta de Newton y la de Einstein; una, la del padre de la física clásica contra su investigación y, otra, la del padre de la física relativista, abogando por su creación; aunque luego se arrepintiera de ello, pero las circunstancias de la guerra mandaban.

“Ahora –continúa la doctora en Química–, pues podríamos pensar que a lo mejor este texto del Bahavad Gita describe el fulgor de una explosión nuclear y no podemos descartar que en el pasado haya habido civilizaciones que hayan alcanzado ese nivel de tecnología y que se les fue de las manos y acabaron volviendo a la edad de piedra. Esto es algo que dice en 1908 en un libro Frederic Soddy y era todo un científico. De hecho él fue premio Nobel de física en 1921 y decía eso: que existieron civilizaciones pasadas y que la alquimia habría sido el legado que nos habría quedado de aquellas”.

[Dato de actualidad: la trasmutación de los metales en oro es algo que en el pasado jamás se pudo conseguir, aunque las leyendas sobre Nicolás Flamel quisieran mostrar todo lo contrario. Sin embargo, con la tecnología del siglo XX sí que era posible convertir el el mercurio en oro: usando un ciclotrón (un acelerador de partículas como el Gran Colisionador de Hadrones del CERN), bombardeando los átomos para que pierdan las partículas necesarias y dejarlos en el número atómico correcto. Sin embargo, Ceregido afirma que “hablando del oro, de quitar un protón, quitar tres protones y transformar en oro, que ha sido como un poco el objetivo material siempre de los alquimistas precisamente es lo que había conseguido el CERN hace unas semanas”. El sueño alquimista cumplido por los físicos, pero a nivel atómico y a un coste mayúsculo que no compensa económicamente 'transmutarlo' con esta técnica]

Y claro, explosionar bombas atómicas y refinar uranio conlleva manejo de elementos radiactivos. ¿Tenían conocimiento los alquimistas de la radiactividad? En teoría no, porque la descubren Becquerel, Pierre y Marie Curie, y Rutherford. La experta en ciencia explica que “la radioactividad se descubrió antes que la fisión nuclear. Además se descubrió de manera fortuita en 1896 por Becquerel, que estaba investigando sus minerales de uranio y él quería hacer unos experimentos, pero necesitaba ponerlos al sol. Un día estaba nublado, así que los guardó en un cajón y se dio cuenta al abrir el cajón días después de que la placa fotográfica que había puesto encima del mineral de uranio se había velado; y así como se dio cuenta de que el uranio estaba emitiendo una radiación muy penetrante incluso cuando no estaba expuesto al sol”.

“Es decir, el uranio emitía energía de manera permanente sin depender de ninguna fuerza externa. ¿Esa energía de la que hablaban los alquimistas? ¿O no? Entonces lo que pasó es que al descubrirse la radioactividad, el fenómeno fue estudiado luego más por Marie y Pierre Curie, a todos nos suenan. De hecho en algunos libros que tratan la historia de la alquimia dicen que Pierre Curie estaba relacionado con los círculos de Fulcanelli. Pero fueron descubriendo que lo que estaba pasando con la radioactividad es que los núcleos de los átomos de elementos radioactivos eran inestables. Es decir, la combinación de protones y neutrones en el núcleo emitían de manera espontánea radiación para estabilizarse, la radiación alfa, beta y gamma. Y entonces al emitir esa radiación se transformaban en otros átomos. O sea, las transmutaciones que los alquimistas habían buscado durante siglos estaban ocurriendo de manera espontánea en la naturaleza. Por eso digo que no siempre hacen falta grandes instalaciones científicas para transformar el núcleo atómico, porque mira, con la radioactividad está ocurriendo de manera espontánea y por eso a la radioactividad se le llamó la piedra filosofal moderna”, desvela.

¿Casualidad o causalidad?

Y aquí está la anécdota que vincularía según la doctora en Química el misterio del fuego secreto con el cientifista mundo de la Ilustración, otra 'coincidencia' que deja el culo torcido a cualquier cientifista: “Rutherford y Soddy trabajaron, estudiaron esa naturaleza de la radiación emitida y ellos consiguieron transformar núcleos de nitrógeno en oxígeno lanzándole radiación alfa. Y Soddy le dijo a Rutherford: '¿Te das cuenta de que acabamos de hacer una transmutación?'... y Rutherford le dijo: 'Calla, calla que nos van a cortar la cabeza por alquimistas'. Y es que en el fondo ellos eran alquimistas porque Rutherford tenía en su escudo de armas a Hermes Trismegisto. O sea: ¿Tú no pones en tu escudo de armas a Hermes Trismegisto por casualidad, no?”, remacha María de los Ángeles Ceregido. Un nombre muy adecuado para una experta científica, sabia en los misterios ocultos y olvidados del pasado y una invitada excepcional en el podcast de Ritxi Ostáriz que se puede escuchar íntegro (hablan de muchas más cosas relacionadas y más que interesantes para un amante de las curiosidades) pinchando en la caja de aquí abajo.

¿Casualidad o causalidad? Ahora queda en el lector la decisión de tomar en serio o no la conexión entre la alquimia y la bomba atómica. La coincidencia es asombrosa, aparentemente incontestable. De no poder rebatirse planteado así. Pero ciertamente desde una posición escéptica puede haber sido mera coincidencia y por establecer una causalidad sobre si de verdad conocían el poder de la fisión atómica los alquimistas, la que más se ajusta con las pruebas empíricas que se tienen es que lo que dejaron por escrito no fuera más que una intuición expuesta de forma filosófica hermética que con el tiempo se ha considerado como conocimiento oculto y, al desconocerse, las noveluchas de Dan Brown y los románticos lo han convertido en cuentos para incautos.

Lo cual, si uno se pone a pensar, es inquietante en cualquiera de los dos casos. Y una extravagancia. Altamente divertida, eso sí; pero absorbente y adictiva si uno se pone a encontrar sincronicidades de este tipo que le lleven a descubrir un misterio tras otro.

El fuego secreto de la curiosidad. Casualmente la verdadera esencia de la Ciencia.