Además de en la memoria histórica, la huella de la Guerra Civil en Castilla y León todavía permanece oculta en muchos lugares de la Comunidad en forma de munición y de explosivos que nunca se llegaron a emplear o que, por estar defectuosos, no llegaron a explotar, y que el paso del tiempo y las casualidades se van encargando de sacar a la luz. En los últimos años, la Guardia Civil viene desactivando en la región una media de 60 artefactos de este tipo, principalmente proyectiles de artillería, granadas de mano y granadas de mortero.
Así, durante el pasado año los Grupos de Especialistas en Desactivación de Artefactos Explosivos y Naturaleza NRBQ (nucleares, radiológicos, bacteriológicos y químicos) de la Guardia Civil (Gedex) inutilizaron 62 de estos artefactos explosivos, mientras que a lo largo de 2012, las actuaciones de este cuerpo, integrado por 15 agentes Tedax y con unidades ubicadas en Burgos, León y Valladollid, ascendieron a 66.
La zona norte de la Comunidad, pero en especial en Burgos, es donde se localiza un mayor número de explosivos -la mitad de todos los que aparecen en la Comunidad- como consecuencia de su mayor protagonismo durante la Guerra Civil. Además de que la capital burgalesa albergaba una importante guarnición, destacando los cuarteles generales de la VI División orgánica y de la XI Brigada de Infantería, la principal razón de que la provincia burgalesa sea prolífera en estos hallazgos fueron las hostilidades y la larga duración del Frente Norte, que no acabó hasta octubre de 1937 con la toma de Gijón por parte de los nacionales.
Tras Burgos, donde el pasado año se desactivaron 30 de los 62 artefactos encontrados en Castilla y León, figura la provincia de Valladolid, con once. Después se encuentra León con siete, por delante de Palencia, donde aparecieron cuatro. En Segovia y Soria se contabilizaron tres intervenciones de los Tedax, dos en Ávila y una en Zamora y Salamanca.
Aunque la mayoría de artefactos son localizados en el campo por cazadores, buscadores de setas, agricultores o pastores, uno de cada cuatro se recupera del interior de viviendas, donde han permanecido escondidos en los lugares más recónditos. En este sentido, según explica el jefe del Gedex de la Guardia Civil de Burgos, el sargento Carlos Alfonso Chamorro Rodríguez, como entre la dotación de entonces del soldado de infantería figuraban dos granadas de mano, en numerosas ocasiones este tipo de munición se localiza en el interior de las viviendas por parejas.
“En nuestro trabajo no tenemos margen para ningún error”, asevera Chamorro, que destaca lo estricto que es el protocolo de actuación de los especialistas para buscar siempre el mínimo riesgo para el agente. Lo primero es comprobar el estado del artefacto y conocer si desde su localización ha sido sometido a movimientos. Después, y siempre que resulta posible, como ocurre con las granadas de mano que se han conservado en lugares secos, se procede a su tratamiento in situ, aunque en la mayoría de los casos el artefacto se traslada a un lugar adecuado y seguro donde, tras colocarle una carga explosiva y realizando una técnica denominada 'cámara de expansión', es destruido.
Robot
En algunas ocasiones los Tedax recurren a la ayuda de los robots. El último adquirido por esta unidad, bautizado con el nombre de 'Campeador', cuenta con cuatro cámaras a color y con rayos infrarrojos para moverse en la oscuridad. Además, dispone de un brazo articulado que posee la facultad de girar 360 grados y que puede llegar a manipular artefactos de hasta 40 kilos.
Aunque ante este tipo de hallazgos se recomienda señalizar el lugar, llamar lo antes posible a la Guardia Civil y nunca mover ni manipular el artefacto, el sargento Chamorro asegura que al margen de algunas personas que se han presentado en la propia Comandancia con un proyectil preguntando qué debían hacer, la mayor parte de las imprudencias las suelen cometer coleccionistas al tratar de desactivar este tipo de municiones, “imprudencias que muchas veces se traducen en lesiones gravísimas”.
En este sentido, Chamorro asegura que “no son personas que con la comercialización de estas piezas en el mercado negro busquen un beneficio económico. Son simples aficionados que muchas veces ponen en peligro su vida y la de las personas que les rodean. Todos los años se repiten los accidentes, incluso entre los profesionales que nos dedicamos a esto. La explosión de un simple detonador te puede arrancar una mano”, aseverá.
Investigación
Pero además de las desactivaciones, detrás del trabajo de los artificieros también hay una gran labor de documentación e investigación histórica, clave para poder realizar el trabajo con más garantías de seguridad. Fruto de este trabajo de investigación y de los sucesivos hallazgos, fue el ensayo publicado el pasado año por el propio Chamorro sobre el único ataque con armas químicas que tuvo en la Guerra Civil. El mismo fue protagonizado por la artillería republicana en la localidad burgalesa de Cilleruelo de Bricia, entre el 30 de junio y el 26 de julio de 1937, cuando lanzó 200 proyectiles de 105 milímetros que contenían iperita (gas mostaza), cloro, fosgeno y gases estornudógenos y lacrimógenos.
En ocasiones, la intervención de los Tedax también es necesaria en materia arqueológica, como ocurrió durante unos trabajos realizados en el Castillo de Burgos en los que aparecieron más de 70 balas, granadas y bombas de cañón, obús y mortero. Tras un estudio detallado, incluido un análisis de la pólvora que contenían y que estaba en perfecto estado, se determinó que eran de la época napoleónica.
Parte de este trabajo de investigación se encuentra reunido en el Laboratorio de Interpretación Histórica de la Guardia Civil en Burgos, un auténtico museo de los explosivos que se utilizaron en la contienda Civil, pero donde también se guardan bolaños de piedra y una evolución de la artillería a través de sus municiones.