La condena del joven que mató a Genarín: dos años de cárcel y 5.000 pesetas del año 1929

'El entierro de Genarín', fiesta iconoclasta y masiva que se celebra en León en plena Semana Santa. / Peio García / ICAL

Carlos J. Domínguez

Hasta ahora nadie lo sabía. Nadie lo habría imaginado. Pero el nacimiento de la pagana 'religión' de Genarín en León, esa fiesta excesiva que convierte cada año en juerga canalla el profundo recogimiento secular de la cristiana Semana Santa leonesa, en realidad tiene su origen en el fervor por las procesiones de la capital. Sin ese enorme fervor cristiano, Genarín no existiría. Como suena. Jenaro Blanco Blanco, que ese es su nombre real, sería un común leones más, uno que un 29 de marzo de 1929 murió víctima de un brutal accidente de tráfico.

Fallo de la sentencia contra el responsable de la muerte de Genarín.

Una reciente investigación de los historiadores leones Julián Robles y Javier Fernández-Llamazares, con la colaboración de Maxi Barthe, Javier Benéitez y quien redacta este artículo, demuestra ahora que Jenaro Blanco no habría muerto de manera violenta aplastado por un camión de limpieza de León en la carretera de Los Cubos, donde miles y miles de personas le veneran cada madrugada de Viernes Santo, si no fuera porque el jovencísimo conductor que pilotaba aquel vehículo que segó su vida y dio origen a la leyenda en realidad pisó el acelerador para no perderse la Procesión de Los Pasos, la más celebrada y antigua procesión de la centenaria Cofradía del Dulce Nombre de Jesús Nazareno.

Es ésta una ironía del destino más de las muchas, que se cuentan por decenas, que jalonan el mito creciente del Genarín santo canalla, presunto vividor, borracho, putero, pícaro estafador y juerguista.

Pero el Jenaro esforzado currante, enfermo crónico, envejecido sobreviviente de la miseria del León del primer cuarto del siglo XX, viudo y padre de cuatro hijos que recientes investigaciones de iLeon.com y de los investigadores mencionados han demostrado que fue, dejó en realidad una cuantiosa herencia. Una herencia que va mucho más allá de la Cofradía que hoy le venera y que levantaron sus cuatro irónicos 'evangelistas' en la negra posguerra leonesa. Una herencia que suma una cifra abrumadora, sorprendente: 5.000 pesetas. Una fortuna de la época.

Todos estos datos han sido desconocidos hasta hoy. Se extraen de un documento de tremendo valor histórico, a la vista de la repercusión del pellejero elevado a los altares ateos, al que han tenido acceso Robles y Fernández-Llamazares: la sentencia y condena al joven chófer que conducía el camión que dio origen a todo, realidad y mito.

El juicio

El juicio fue público. Se celebró en León el 17 de octubre del mismo año de su muerte. Homicidio por imprudencia era el delito que se le achacaba a José María Saez del Canto, de 19 años, que permanecía en prisión desde el 29 de marzo.

El veredicto considera “probado que el procesado conducía como Chauffeur (SIC) a las ordenes y como dependiente de Don Marcelino Hidalgo Álvarez un automóvil del servicio público de limpieza”, cuya matrícula era LE 1508“.

A las once, a plena luz del día, durante la Procesión de Los Pasos

La muerte de Jenaro Blanco ocurrió a las once de la mañana del Viernes Santo de 1929, mientras se celebraba la Procesión de Los Pasos, de la Cofradía del Dulce Nombre. Esta imagen es justo de ese año y ese día.

Las varias noticias que la prensa recogería el día siguiente, tanto en Diario de León como en La Democracia del luego primer alcalde republicano Miguel Castaño, y más tarde el Día de Palencia, sitúan con precisión el lugar y la hora de los hechos. Jenaro Blanco paseaba junto a la muralla medieval de la capital a las once de la mañana. No de madrugada, como siempre se ha contado. No beodo. No apoyado para hacer aguas menores o mayores, como la leyenda le atribuye.

A esa hora, la celebrada procesión de Los Pasos, de la centenaria Cofradía del Dulce Nombre de Jesús Nazareno, se aproximaría a las inmediaciones del Arco de la Cárcel, a recogerse en San Isidoro para el descanso reglamentario de media mañana. No es descabellado pensar que el joven chófer, como el propio Jenaro, escucharan las cornetas y tambores de la congregación tan venerados en León.

El chófer “quería terminar pronto” para “presenciar las procesiones”

Así que fue en ese momento cuando, continuando con lo que el magistrado considera comprobado, el conductor, “como tuviera intención de ir a presenciar las procesiones religiosas que aquel día se celebraban y quisiera terminar pronto sus quehaceres y cerrar el coche, pasó a gran velocidad por la calle de Puerta Castillo (denominación de la Plaza del Espolón de hoy, que enfilaba a Los Cubos), sin tomar las más elementales precauciones para evitar posibles y probables accidentes”. Un ansia devota que culminaría con un resultado fatal.

Consta en el auto que el joven José María compartía vehículo con otros dos operarios, José Diez García (30 años) y Andrés Arias Prieto (27 años), el primero de los cuales “que también iba en la delantera del coche” le lanzó “advertencias de que moderara la marcha o en otro caso parara para bajarse, imprevisiones que determinaron que el procesado perdiera el mando del coche”, y no por avería alguna, porque “funcionaba perfectamente”.

En el mismo punto de la muralla, 89 años después

Genarín , a plena luz del día, solo, sin opción a ponerse a salvo, quién sabe si incluso sin verlo venir, a la altura del tercer cubo de la muralla murió aplastado contra el camión y contra las mismas piedras por las que hoy, 89 años después, sus alcohólicos deudos le lloran y veneran con una frasca de orujo, pan y queso, naranjas y flores.

El juez lo tiene claro en su ejemplar sentencia: Genaro (aquí sí, con G, al contrario que en noticias, esquelas y registro civil) “caminaba casi pegado” a la fortificación y las lesiones, brutales, “originaron su muerte instantánea”.

Los Cuatro Evangelistas

A la izquierda, con sombrero, el poeta Francisco Pérez Herrero; a su lado, con gafas, Eulogio el taxista, junto a Nicolás el 'Porreto'; y a la derecha Luis Rico, con sombrero.

La muerte física, porque su nombre pervive con más fuerza que nunca, como el de un mesías. En un altar del vicio en el que se mantiene Genarín incluso a pesar de caber la duda de la veracidad de las 'revelaciones' de sus 'apóstoles', aquellos cuatro juerguistas locales y detractores de la estrechez semansantera leonesa, posibles amigos del fallecido, que con el devenir de los años crearon su propia e iconoclasta religión que cambia iglesias y capillas por prostíbulos y tascas, incienso por humo de mal tabaco.

Francisco Pérez Herrero, un mecánico-dentista y poeta, único que sobrevivió hasta la recuperación en 1978 del entierro prohibido por el Franquismo; Nicolás Pérez 'Porreto', árbitro de fútbol que protagonizó aquel otro milagro que consiguió una victoria de la Cultural tras regar una noche el terreno de juego con orujo; Eulogio 'El Gafas', taxista de profesión; y Luis Rico, aristócrata leonés de cuyo bolsillo familiar salía el dinero para las farras del grupo.

Ni que decir tiene que la realidad policial, judicial y periodística del suceso, por otro lado traumático y comentadísimo en todo León, va por otro lado. Aunque eso jamás hizo tambalearse la celebración de cada 'San Genarín', al decir sobre todo de asturianos y otros foráneos que acuden a mansalva en excursiones de autobús organizadas y que trasiegan licores como ciegos creyentes.

La Moncha, la prostituta, y los milagros

En tales circunstancias, uno tras otro se desvanecen mitos y milagros del dogma genariano. Difícilmente pudo La Moncha protagonizar aquella escena que sitúa a la conocida prostituta tapándole con un periódico el cráneo roto a Genarín y dejando una impronta como el sudario de Cristo. Más complicado se antoja negar el supuesto milagro de que la mujer abandonara el fornicio de pago y regresara a su Lugo natal. O esa otra parábola de los evangelistas sobre aquel enfermo del riñón que orinó en el mismo punto de su muerte y consiguió expulsar una piedra del tamaño de una nuez. Y así una larga lista que genialmente Julio Llamazares relató en El Viejo Testamento genariano que es su libro “El entierro de Genarín”, una joya social y literaria.

El suceso es más frío que todo eso, pero interesantes sus repercusiones. La víctima mortal, concretaron los periódicos, murió por una “hemorragia con fractura en la región parieto-temporal-occipital”, esto es, el impacto le destrozó el cráneo por arriba, atrás y a la altura de la sien. Fulminante.

¿Dos niños en la escena?

Los dos copilotos no obtuvieron indemnización económica por sentencia ya que sus heridas, “sin defecto o deformidad e impedimento para el trabajo, curaron a los once días” tras pasar por la Casa de Socorro.

De los dos niños que La Democracia situó muy cerca del escenario nada se sabe, como ellos ignoraron ser testigos de un hecho que pasó a la historia. Finalmente, el coche sufrió tremendos daños valorados en 837 pesetas con 75 céntimos.

Los herederos del infortunio de Jenaro

El condenado fue encontrado culpable. A los dos años de prisión, parte de los cuales ya había cumplido, se sumó la indemnización de la fortuna de 5.000 pesetas de la época. El juez decidió que esta cantidad fuera posiblemente la única herencia de Jenaro a su descendencia, los cuatro hijos vivos de los seis (dos murieron tempranamente) que tuvo con María García Pérez: Jacinto, Leonardo, Ángel y Emilio.

El empresario automovilístico Don Marcelino, dueño del camión asesino, fue, a la postre, el que llevó la peor penitencia: con su empleado tan imprudente como insolvente de solemnidad, no consta que recibiera de él indemnización alguna para reparar el vehículo. Pero además tuvo que pagar de su bolsillo los mil duros de la condena.

Los honores reales a Jenaro Blanco Blanco, 58 años, jornalero y nada más, según el acta de defunción que iLeon.com ya desveló en exclusiva hace un año, le llegaron en forma cristiana al uso. Una esquela en lugar privilegiado en el periódico La Democracia, en plena portada, daba cuenta el 18 de abril de 1929 de una misa funeral en la iglesia de Nuestra Señora del Mercado, en la Plaza del Grano, parroquia principal y epicentro espiritual de la Semana Santa de la ciudad.

Una despedida (real) por todo lo alto

Todo ello eran pruebas evidentes de que el finado era conocido por casi las 20.000 almas que habitaban aquel León, y si no por sus múltiples trabajos con los que conseguía malvivir, quizá por alguna de las parrandas que luego se le atribuirían en la cercana calle El Barranco –conocida como Calle 'Apalpacoños' por sus prostíbulos- o tascas como la del tío 'Perrito', uno más en los que regaba con vino peleón y orujo su posterior leyenda.

El último descanso del hombre

Jenaro Blanco, huérfano e infortunado buscavidas de los excesos, fue enterrado el 30 de marzo en el Cuartel F, Fila 2, número 26 del cementerio municipal de León, situado entonces en la Carretera de Asturias y hoy desmantelado, como averiguó este medio hace un año.

Cuando años más tarde los 'Evangelistas' ya habían erigido su nueva religión, esa que tanto escoció siempre a la feligresía de la Semana Santa de León y a la gente de bien, y ya glosaban sus milagros y le ofrecían poemas y borracheras a partes iguales, hasta tal punto escandalosa que hubo de ser prohibida por el Gobernador Civil en 1957, sus huesos fueron supuestamente trasladados a alguna fosa común del nuevo camposanto de León. Regresó para quedarse en eterno descanso al barrio donde vivió, el de Puente Castro, donde se pierde el último rastro físico de Genarín.

Quedó para sus hijos la herencia de las 5.000 pesetas que valió su muerte. Y una fiesta en la que leoneses y visitantes de toda España acuden en masa, como lo volverán a hacer esta noche, para una y mil veces, acaba la cena, coger el cáliz y como él ofrecérselo a sus discípulos, diciendo: “Y siguiendo tus costumbres / que nunca fueron un lujo / bebamos en tu memoria / una copina de orujo”.

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