La Catedral de León es una de las más bellas de España —no en vano la conocen así precisamente en un macarrónico latín: 'Pulchra Leonina'—, pero la perfección gótica arquitectónica que se observa hoy no siempre fue así. En el caso de este singular edificio, la vanidad humana por hacerlo más hermoso aún a lo largo de los siglos, casi acaba con él.
En sus más de setecientos años de historia los arquitectos quisieron mejorar la fábrica del endeble templo con remates renacentistas y barrocos que casi la arruinan, no teniendo en cuenta la debilidad estructural de una edificación que llevaba al extremo la desmaterialización de los muros. Por eso alberga la mayor colección de vidrieras medievales del mundo conocido.
A la edificación, con el tiempo, le fueron añadiendo de todo para 'modernizarla' y el remate fue la colocación de una cúpula en el crucero, que era una solución similar a “poner un cazo encima de un castillo de naipes”, como afirma el Historiador del Arte, y profesor de la Universidad de León, César García Álvarez.
Aquella cúpula, obra del arquitecto Juan de Naveda, nunca llegó a terminarse y tuvo que ser 'rematada' años más tarde, cuando instalaron una linterna más ligera, pero cuatro pilastras sobre las columnas del crucero que añadieron mucho más peso. Lo que siguió empeorando la situación de la Catedral de forma tan grave que en el siglo XIX todos esperaban que se viniera abajo en cualquier momento.
La situación era tan terrible que la solución fue inventarse una nueva figura jurídica para que el Estado pudiera dotar el dinero necesario para impedir su derrumbe, siguiendo la estela de la recuperación de la esencia del joven concepto de nación que había surgido de la Revolución Francesa.
El 28 de agosto de 1844, hace 175 años, la Catedral de León fue proclamada Monumento Nacional de España. Fue el primero de todos. El templo pionero. Y pasaron más de cincuenta años de reconstrucción y sin culto hasta que a principios del siglo XX se pudo decir que se había salvado. Más de medio siglo tardaron varios arquitectos para quitar todo aquello que casi acaba con ella y, por supuesto, corregir los horrores arquitectónicos que amenazaban con echarla abajo.
Tres catedrales en el solar
El templo catedralicio leonés se comenzó a construir, en su tercera versión, en el siglo XIII. Antes, en el solar de las viejas termas romanas de la Legio VII había existido una iglesia 'mozárabe' de la que no se conoce cómo era su planta y hechura y una basílica románica.
Pero el terreno y las antiguas construcciones que allí se levantaron hicieron del sueño de una Catedral sin muros una pesadilla. Y el delicado equilibrio del templo, basado en una compleja estructura de arbotantes, comenzó a corromperse pasados los años debido a la proeza de haber creado un edificio transparente, sin muros. En el siglo XV el maestro Jusquin construye dos torrecillas huecas una al sur, que es la que se conoce como la 'Silla de la reina', y otra gemela al norte que tuvo el nombre de 'La Limona'. Pretendía mejorar los empujes de los arbotantes hacia la cabecera. A él también se le debe la factura de la torre sur en estilo gótico flamígero donde se lee 'Ave Maria Gratia Plena'.
También se construyeron los remates triangulares de los hastiales norte y sur. Y en los últimos años del siglo XV Juan de Badajoz levantaría la 'Librería' —que es hoy la actual capilla de Santiago— en el mismo estilo flamígero, cuasi renacentista. Ya será a principos del XVI cuando su hijo, el Juan de Badajoz 'mozo', construiría un remate plateresco en el hastial occidental (el de la entrada), que resultó excesivamente pesado y alto, y daría problemas serios con el tiempo.
El derrumbe del siglo XVII y la cúpula de Naveda
En 1631 se cayó parte de la bóveda central del crucero. El cabildo recurrió a Juan de Naveda, arquitecto de Felipe IV, al que le sugirió —envidiosos, posiblemente, de Toledo—, cubrirlo con una gran cúpula, que, en realidad, nunca se terminó. Pero eso bastó para romper los contrarrestos del sistema gótico muy distintos de los del barroco, desplazando de las cargas radiales hacia el hastial sur ante la debilidad de los arcos torales y al fallar también los cimientos.
La linterna de la cúpula no finalizada se instaló de forma provisional en 1651 pero a finales del siglo se quebró el hastial sur (el que está frente al Obispado actual) que Manuel Conde Martínez reformó en 1694 sustituyendo el remate gótico por una espadaña barroca semicircular. Más peso para nada. Para hacer bonito y para empeorar las cosas.
Fue Joaquín de Churriguera el que, aún aconsejando retirar la cúpula y encontrandóse con la más que soberbia negativa del cabildo catedralicio a deshacerse de ella, propuso levantar cuatro grandes pináculos alrededor de la cúpula y sobre los pilares del crucero, con nefastos resultados.
La Catedral se movía y al final fueron desfilando grandes arquitectos, como Giacomo de Pavía, que nada podían hacer por el capricho de los eclesiásticos de embellecerla al modo de la época, con aquel añadido semi esferico peligroso... mientras los males seguían agravándose. “El terremoto de Lisboa del año 1755 conmovió a todo el edificio, afectando de manera especial a los maineles y a las vidrieras. Se abrieron grandes grietas en la fachada sur, por lo que fue necesario cegar el triforio, desmontar el rosetón, y sustituirlo por una ventana doble geminada”, explican en la Wikipedia.
En el año 1830 la situación era lamentable. Cada vez había más desprendimientos de piedras en el hastial sur y no quedó más remedio para Fernando Sánchez Pertejo que reforzar los contrafuertes de toda la fachada para que no se viniera abajo.
La restauración del siglo XIX
La cuestión estaba clara: la Catedral de León estaba a punto de desplomarse. Y eso no podía ser. Por ello la decisión fue la de repararla casi por completo. Una especie de reconstrucción que aunara lo mítico del romanticismo que buscaba sus ideales en el pasado, y la técnica que iba aportando el progreso de la Revolución Industrial.
La 'Pulchra' se convirtió en una especie de mito en el que mirar al pasado, y su salvación fue, posiblemente, lo que llevó al entonces presidente del Gobierno de Isabel II, el general Narváez, a publicar el Real Decreto que la declara el primer patrimonio Monumento Nacional de España para garantizar su recuperación arquitectónica (que fue confirmado un año después).
En 1849 el jesuíta Manuel Ibáñez había diseñado y colocado un nuevo rosetón para el hastial sur, mientras intentaba reforzar la estabilidad arquitectónica de la zona. Era la 'Gran Restauración del Siglo XIX' de una España que creía que resurgía de las cenizas, que comenzaba a industrializarse.
Pero el gozo, en un pozo. Las obras de emergencia no servirían para el propósito principal que era asegurar la estabilidad del templo. En 1857 comenzaron nuevamente a caer piedras del crucero y la nave central, y ya el pánico de una ruina total se extendió por España y toda Europa.
La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando dio la voz de alarma y el Gobierno nombró 'salvador' del templo a Matías Laviña en 1859. Aunque consiguió convencer al Cabildo de que había que desmontar como fuera la cúpula y sus pináculos y rehacer el crucero, fue duramente criticado y se cree que la mala baba leonesa y las murmuraciones le llevaron a la muerte en 1868... justo cuando el equilibrio y sostén del edificio estaba en la situación más peliaguda y España entraba en una revolución —que llamaron 'La Gloriosa'— echando a su reina borbónica Isabel II, y sólo trajo caos al país durante más de un lustro hasta la Restauración de Alfonso XII.
Fue entonces cuando la Seo legionense tuvo lo que algunos denominan “un trepidante proceso de transformación” que en aquel medio siglo renovó completamente su estructura y decoración. Se buscaba la Catedral ideal, el primitivo esplendor gótico.
Juan Madrazo y Demetrio de los Ríos, los salvadores
La gran polémica fue “cómo distinguir lo nuevo de lo viejo”. Laviña era supuestamente un conocedor de la arquitectura clásica, pero fue casi 'despellejado' intelectualmente por las soluciones que propuso. No corrió mejor suerte su sustituto Andrés Hernández Callejo, que pretendía seguir desmontando el crucero. Diez meses después de su nombramiento cesaría en el cargo tras ser tachado como un inútil por las mismas murmuraciones y despellejes leoneses que recibió su maestro.
El delineante de obra y aparejador de Laviña, Ricardo Velázquez Bosco, no llegaría a tomar posesión por lo mismo, y al final Juan Madrazo, sí aceptaría esta vez el encargo que había rechazado sonoramente antes de estos dos nombramientos fallidos.
Éste era buen conocedor de las teorías de Lassus, Vitet y Viollet le Duc, con especial influencia de este último (el que reconstruyó, entre otras, la Sainte Chapelle y Notre Dame de París). Deshace lo que considera que había hecho mal Laviña y proyecta la obra con un espíritu racional, romántico e historicista; al estilo del siglo XIX.
“Uno de sus principales méritos fue la proyección de un complejo sistema de encimbrado en las bóvedas altas, controlando los empujes, para mantener el edificio en pie y de ese modo poder restaurarlo. Un espectacular andamiaje de madera que llamaba la atención a todos los que visitaron León en la época. El objetivo de Madrazo fue devolverle al templo su estado primigenio de gótico puro y llevó a cabo un cierto 'afrancesamiento' en búsqueda del ideal de catedral francesa”, apunta la entrada de la enciclopedia colaborativa en Internet.
Demetrio de los Ríos sería el siguiente, también conocedor de la arquitectura medieval y de la doctrina de Le Duc. Continuando el trabajo de Madrazo, buscando la esencia gótica primitiva.
“El delicado estado en que había quedado la catedral de León exigía la textual continuación del pensamiento arquitectónico de Juan de Madrazo, pero las agudas disparidades ideológicas con las autoridades religiosas aconsejaban un arquitecto dotado de una personalidad y trayectoria decantada hacia el compromiso ideológico característico de la restauración liberal-conservadora”, según cuenta Ignacio González Varas en su libro de referencia sobre la Restauración de la Catedral de León que se puede leer aquí.
El último arquitecto fue Juan Bautista Lázaro, que consiguió que la Catedral abriera al culto a primeros del siglo XX y además quedó para la Historia como el maestro restaurador de las imponentes vidrieras del templo.
La restauración, más bien la salvación, de la 'Pulchra Leonina' suele ser vinculada con lo que se llamaba 'restauración en estilo' que tanto proclamaba Viollet le Duc y es cierto que una vez se observan los antiguos remates de los hastiales, y la nefasta cúpula que tanto deseaba el cabildo catedralicio para 'molar' más que nadie, la sensación es de volver a un gótico 'puro' que, bien mirado, también podría decirse que es un producto del neogoticismo romántico del siglo XIX.
Pero un producto hermosísimo. Y que el día de 1966 en que se quemó la techumbre de la Catedral de León cumplió casi todos sus objetivos. Que no se viniera abajo.
La Catedral de León, que aún necesita una fortísima inversión para asegurar su futuro 175 años después de que se temiera su pérdida, es una fuente de milagros que sobrevive en el equilibrio más extremo; pero éstos no son cosa de Dios, sino, como los pecados, más bien producto de la vanidad del hombre.
El 'topo' en realidad tenía su guarida principal en la cúpula del crucero y no en las endebles cimentaciones.
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ENTREVISTA
CÉSAR GARCÍA ÁLVAREZ / PROFESOR DE ARTE DE LA UNIVERSIDAD DE LEÓN
“La 'Pulchra' es la más hermosa enferma crónica imaginable, siempre necesitará ser salvada”
Nacido en León en 1970, vivió de joven levantándose todas las mañanas viendo la Catedral de León; ya que vivía en la Plaza de Regla, justo delante de su fachada. Es uno de los mayores expertos sobre el templo, y llegó a ganar un concurso del Ayuntamiento sobre 'La Pasión de Jesucristo en el Claustro de la Catedral' a los 14 años junto a sus compañeros de clase en Juan del Enzina. Historiador del Arte y profesor de la Universidad de León, ha escrito uno de los libros más interesantes sobre la simbología de la Seo Legionense: 'El laberinto del alma: una interpretación iconográfica de las enjutas absidales de la catedral de León'. Aquí opina sobre su nombramiento como primer monumento nacional de España, el resultado de la restauración del siglo XIX y la “nefasta influencia del Cabildo Catedralicio a la hora de pretender que el templo tuviera una cúpula”.
¿Qué supuso la cúpula de Naveda para la Catedral de León y qué tuvo que ver con que la nombraran el primer monumento nacional de España en 1844?
La cúpula barroca supuso un enorme problema para la Catedral, puesto que agravó todos los problemas constructivos que ya padecía, desde la sobrecarga de pesos para las bóvedas pilares del crucero, hasta el delicado sistema de contrarrestos que permitían que el edificio se mantuviese en pie. A la postre, la cadena de desastres que originó, acabó propiciando un estado de casi ruina de varias partes del templo, que terminaron motivando que se declarara monumento nacional y se comenzase un largo, complejo y fascinante proceso de restauración.
¿Cuál fue el peor momento que sufrió la Catedral, cuándo estuvo a punto de venirse abajo y perderse?
En los años centrales del siglo XVIII. El empeño por terminar la cúpula acabó propiciando intervenciones desastrosas de varios arquitectos, y finalmente se derrumbaron en 1734 varios tramos de bóveda, la capilla del Carmen, y se produjeron gravísimos daños en la parte sur y en muchos pilares. El terremoto de Lisboa de 1755 empeoró la situación aún más, y hasta mediados del siglo XIX toda la estructura del centro del crucero y la parte sur se mantuvieron en un estado lamentable.
¿Qué país y cuando empezó a nombrar monumentos nacionales?
El primer impulso nació en la Revolución Francesa, en 1790, cuando comienza a utilizarse el término 'monumento histórico'para tratar de proteger de la destrucción algunas arquitecturas que podían haber sido fácilmente objeto de las iras revolucionarias. Durante todo el siglo XIX, el concepto de 'monumento nacional' va desarrollándose paralelamente a la consolidación ideológica del nacionalismo romántico, sobre todo en Francia, España, Italia, Alemania e Inglaterra. Surgen así las declaraciones oficiales, que conllevan no sólo prestigio, sino esfuerzos colectivos para su preservación.
¿Por qué ese empeño en colocar una cúpula a la Pulchra Leonina? ¿Cosa de vanidad humana?
El empeño por dotar de magnificencia barroca a toda costa, causado por la vanidad y por el desconocimiento total de los principios constructivos del Gótico. Ni los sucesivos informes contrarios a la obra ni las propias evidencias visuales disuadieron del objetivo, que finalmente se coronó en varias fases, con una linterna finalmente realizada en madera.
¿Cuánto tiempo estuvo sin culto la Catedral de León por su restauración? ¿Las obras de restauración fueron las adecuadas para el templo?
Estuvo sin culto durante toda la segunda mitad del siglo XIX. Existe un amplio debate acerca de la idoneidad del proceso de restauración, condicionado por los ideales propios de la época, establecidos por Viollet le Duc, y por la búsqueda de un ideal de pureza estilística que para algunos alteró la verdad histórica del edificio, pero que para otros, entre los que me cuento, supuso la salvación del templo y la mejor solución posible para aquel momento histórico.
¿Quiénes fueron los arquitectos más nefastos y los más adecuados para la Catedral leonesa?
Los mejores, por supuesto, los que la erigieron en el siglo XIII. Los más nefastos los que intervinieron en los siglos XVII y XVIII, casi sin excepción.
¿Sirvió de algo que la nombraran primer monumento nacional con lo olvidada que está ahora mismo la Catedral de León? ¿Para que volvieran a hacer caso es necesario que se caiga parte del edificio otra vez?
Por supuesto que sirvió. Sin esa declaración seguramente se habría destruido una parte importante de la catedral. No sé que es necesario para que se invierta en una joya absoluta de la arquitectura universal las cantidades de dinero que otras catedrales como Burgos, merecidamente, han recibido. Lo que sí sé es que se construyó en una ciudad que no alcanzaba los cinco mil habitantes, y que una ciudad de más de cien mil, y una Comunidad de varios millones, no son capaces de otorgarle la importancia que merece. Pese a lo que me entristece que ya no pueda accederse a ella libremente, es preciso reconocer que el dinero recaudado con las visitas se ha convertido, por desgracia, en la única fuente de dinero para acometer las constantes obras de supervisión y restauración que necesita la más hermosa enferma crónica imaginable.