En esta semana se oirá hablar mucho sobre 'cambio climático', sus efectos posibles y las medidas que se deberían poner en marcha. Asistiremos al típico discurso desenfadado de quienes afirman que esto es solo un cuento para asustar niños. Y habrá quienes desplieguen datos, estudios e informes para convencer a quienes no desean ser convencidos.
La Arqueología no es capaz de elaborar previsiones —ni lo pretende—, ni su objetivo es convencer a nadie. Pero, como dice un amigo, “la Arqueología es implacable porque puedes meter la mano dentro de la llaga si no crees lo que oyes”. La Arqueología puede identificar épocas con climas diferentes al actual, que son casi todas y las respuestas que se han dado en cada ocasión. Uno de estos periodos ocurrió durante la Prehistoria, más concretamente en la Edad del Bronce.
Dos mil años antes de Cristo hubo un cambio en el clima que pasó a ser de extrema sequedad en la Península. Se acumularon demasiados años de muy escasas lluvias, años de sequía y la Península que habitamos se convirtió en un secarral. Hasta tal punto que en La Mancha, lagunas como Ruidera o Daimiel desaparecieron por completo y los ríos se secaron. Y eso supuso una sequía de proporciones apocalípticas, en la que la vida y la actividad humana se hicieron casi imposibles.
Aún así, la gente siguió aferrada a ese secarral en el que se había convertido lo que ahora conocemos como La Mancha y en lugar de emigrar, excavaron pozos. Tal vez no tuvieran donde ir. Tal vez toda la península tuviera mal panorama. Así que unas pocas comunidades agrícolas excavaron penosamente enormes pozos con sus rudimentarias herramientas de bronce, para alcanzar los acuíferos allí donde una vez hubo lagunas, en los cauces de ríos donde un día corrió agua o en las depresiones donde era más fácil llegar a la capa freática subterránea.
Con el tiempo y la sequía, el agua subterránea cada vez estaba más profunda y hubo que ampliar el pozo, ahondar más y más. Construir muros, incluso rampas para descender hasta las profundidades, lo que nos ha dejado unas construcciones espectaculares por su complejidad, más teniendo en cuenta su antigüedad y sus medios precarios. En esas condiciones la agricultura se hizo casi imposible y su principal medio de subsistencia fueron los rebaños de ovejas y cabras, que también dependían del pozo.
Pero las cosas siempre se pueden poner aún más feas, aunque tuvieran su abastecimiento de agua. O precisamente por ello.
El agua se convirtió en el recurso más valioso, probablemente más que el oro o cualquier otro metal. Y siempre hay alguien que codicia más de lo que posee y muchos sin acceso al agua. Las piedras no nos cuentan los motivos pero podemos intuir entre quienes se negasen a la ardua tarea de excavar en el duro sustrato manchego, o quienes no supiesen donde encontrar agua. Y tal vez, habría quienes se negasen a ver la realidad, mientras se secaban las lagunas y los ríos. Quizá, al igual que hoy, habría quienes se hayan reído de los alarmistas que excavaban su pozo.
La fauna humana es muy variopinta y no hay más que echar un vistazo a nuestro alrededor a la multitud de opiniones sobre el cambio climático. Durante la Edad del Bronce en la Mancha no solo hubo que luchar contra la sequía implacable. Hubo que pelear contra otros grupos humanos, contra las opiniones dispares e irreconciliables, contra las decisiones equivocadas o las decisiones tardías.
A tenor de las ruinas de estos lugares, hubo que pelear contra muchos y continuamente. Así que por primera vez en la historia de este territorio se levantaron gruesas y altas murallas de piedra para fortificar los pozos, que fueron atacados una y otra vez. De modo que levantaron una segunda muralla más gruesa y más sólida. Y como no fue suficiente levantaron una tercera muralla y las que fuesen necesarias para hacerlas inexpugnables. Y en el centro irguieron con más sudor una alta torre para vigilar la llanura y avisar de la llegada del peligro de quien codiciaba el agua.
Durante casi un milenio —desde el 2200 hasta el 1300 antes de Cristo— éstas fueron las condiciones de vida en este territorio. Su forma de vida, de lucha y de supervivencia.
En términos académicos estos asentamientos de la Edad del Bronce, forman una peculiar cultura conocida como el 'Bronce Manchego' o la 'Cultura de las Motillas'. Se conocen poco más de una treintena de este tipo de emplazamientos, conocidos como 'motillas' por las elevaciones artificiales que dejaron en la llanura, creadas por la acumulación de escombros sobre las ruinas olvidadas tras abandonarse. Cuando tras casi mil años volvió a llover. Poco a poco los ríos volvieron a llevar agua y estas fortificaciones construidas en lugares inundables tuvieron que abandonarse. Nadie escribió nunca su historia, pero los prehistoriadores han sido capaces de contar algo de lo que allí sucedió.
Y ahora, que nos encontramos ante una alarma climática palpable y ante un deterioro medioambiental acusado es un momento de recordar situaciones de este tipo y, si es posible, aprender algo de ellas.
En la reunión sobre el clima de Madrid se deberían tomar decisiones, lo que de por sí es una tarea muy compleja: aunque se hagan sobre una base científica y rigurosa cabe la posibilidad de que no sean las acertadas. Pero además habrá que luchar contra nosotros mismos, contra nuestra codicia, contra el engaño y los intereses ocultos. Habrá que pelear contra los que no quieren hacer nada, los que protesten por las medidas impopulares: nadie querría picar la dura roca para buscar agua mientras aún llueve algo.
Estas ruinas del pasado pertenecen a quienes tuvieron éxito, quienes sobrevivieron porque tomaron la decisión correcta, aun sin saber si su idea era buena. Dicen los arqueólogos que hubo poco más de una treintena de estos lugares donde apenas vivirían unos centenares de personas con sus cabras escuálidas. Sin duda una minoría. El resto de la población, los que murieron de sed y los que se estrellaron contra las murallas nunca aparecen en los manuales de historia.