¡Pero sigo siendo el Reeey!

Como casi todo en la vida, fue por casualidad, tuve a la vista a los reyes de España, don Juan Carlos y doña Sofía, según decíamos entonces. Era la tarde noche del 5 de octubre de 1978, y se aprestaban, al menos la reina –y así fue captada por la cámara de César–, a degustar unas sopas de ajo, que allí en la Plaza Mayor expertos en ello habían cocinado. Poco pretendo al citarlo, pero queda recogido como una simple anécdota… real.

Desde aquel momento al que motiva este escrito, largas y variadas vicisitudes han marcado la senda real. Y por ella vayamos a la real racionalidad:

Cuando aún estaba conviviendo entre nosotros, lo que en sí ya es un decir, si lo mostramos como usufructuario de uno o dos palacios, donde recibir genuflexiones y solemnes cabezadas, y con inusitado pasmo osamos no ya compararlo con la modesta vivienda, de un atribulado ciudadano, sino un simple cotejo, cuando más, el abismo aconseja no seguir. Dado que, precisamente buena parte de esa ciudadanía, es la que con sus obligadas aportaciones ayuda a conservar el país y al bien vivir de los 'dirigentes'.

Pero, cuando ya no está en el país llamado España y vive a cuerpo de rey allá donde los jeques árabes lo acogieron como hermano, y empezamos a no echar de menos al campechano Juan Carlos I, como los políticos más próximos en el trato lo calificaban, resulta que va y saca a la luz unas memorias, para, a su manera, o la de consejeros... ¡No dejar títere con cabeza! Elige una editorial francesa, y allí en Francia las publica. Puede que previsoramente para tantear el ambiente español. Yo al menos como soy desconocedor de sus asuntos financieros y posibles ajustes con Hacienda, ésa que decía éramos todos, no me sorprendo…demasiado. Toda precaución, ahora le es poca.

Su expresión: “Soy el único español que no cobra una pensión tras casi cuarenta años de servicios”, resulta ofensiva (servir, o servirse, y las colas en Cáritas) en atención a los cien millones en crudo, regalo del hermano árabe…

Por los datos recogidos en la prensa y medios hablados, se me antoja cuando menos pertinente colegir que con su intención de soberano (soberbio) nos viene a decir: “Yo soy el Rey” (orgullo y pasión a raudales). Por eso, y muchas cosas más, para qué ocultarlo, nunca fui de ideas monárquicas.

Recuerdo haber ido a votar No, en el Referéndum que nos proponía Franco para establecer la sucesión (el 14 de diciembre de 1966). La propaganda oficial machacaba con el eslogan 'Vota SI, en el Referéndum'. Curiosamente, siendo ya rey vino a León a inaugurar un curso escolar, cosa que siempre queda muy bien, hube de pergeñar y publicar, por necesidades del guion, una carta de bienvenida al uso.

Para entonces, ya había firmado la ley Orgánica 4/1983, de 25 de febrero , en la que ponía como peticionario y garante del ente autonómico, a un pueblo... ¡inexistente!: castellanoleonés. ¡Hay que leer lo que se firma y asumirlo! Si fue así, un raro concepto tenía del pueblo leonés, que borraba.

Y me veía como un republicano, al menos de sentimiento, que había entrado en una paradoja por el citado relamido escrito, una extraña postura la mía, tal vez aquella a la que aludía el gran cómico Pedrito Ruiz, de ser monarquicano... ¡Dos velas encendidas!, ¡Puede que, aunque sin pretenderlo, jugara a ello!

Reinstaurada la monarquía borbónica (para muchos un juancarlismo), fue tolerada o más bien provechada políticamente, para mediante un supuesto viraje, imprescindible, abocar la llamada Transición. Su mejor tanto, aunque haya algunas lagunas que salvar…

Largo y complejo discurrir de cosas y casos, que hoy nada más mentamos. Mas, no sin dejar recogido, aquel momento de salida del hospital después de haberse roto una cadera en Botsuana y ¡hubo de justificarse! Sí, en cierto modo dar cuenta a los dirigentes y a la ciudadanía, que “había metido la pata”, se estaba autorrebajando los poderes –¡Que no era poco!– mediante aquello, de: “me he equivocado… y no volverá a ocurrir”. Poderes que, remedando en parte un cantar leonés: 'Un rey cazando qué menos puede perder'…

En el cantar un pañuelo; en la realidad de la realeza, el aura de una supuesta corona.

Unas memorias inoportunas

Me parece muy oportuno traer aquí parte de la letra de una ranchera que le cantó el Gran Wyoming: 'No tengo trono ni nuera, ni nadie que me comprenda, pero sigo siendo el reeey'... Tiempo después, bastante, el rey emérito asegura en las memorias que la entrada de la Reina Letizia en la familia “no ayudó a la cohesión” de las relaciones, lo que corrobora el arreglo de la canción citada, pecata minuta si se quiere, pero que ya enmarcaba una realidad palpable.

Recordemos, que ya de emérito desde el 18 de junio de 2014 fecha oficial de abdicación, como mal menor (¡Para él!), su hijo y sucesor, Felipe VI, podía mantener, sin machas, el cargo de rey constitucional. El autoexilio, que venía a ser un viaje de placer, cuando la justicia española, premiosa siempre, aún estaba considerando lo de pedirle cuentas, aun siendo inviolable por razón del cargo. Dato éste del que somos muchos los que lo tenemos como un desequilibrio constitucional, y más no estando en ejercicio activo; al igual que los aforamientos de algunos políticos, aunque éstos son de menor escala y más asequibles, por cuanto hay un tribunal que les puede quitar la prerrogativa.

No es que sencillamente desee volver, es que, el orgullo a la oreja le dice: ¡Eres el rey de España! No el de Sanxenxo, donde vienes semi escondido, sino, el de todo el territorio español. Por lo tanto: “Qué osan decir al heredero de la dictadura, rey por la gracia de un caudillo apellidado Franco”. Eso sí, dentro del 'linaje borbónico', que se saltó sin empacho el derecho sucesorio de su padre.

Luego vendrían las peripecias ya historia escrita, otras comentadas, y las de propina que ahora pretende forzar, por prurito, de modo que las memorias escritas puede que vengan como el gran prólogo de una postura nada emérita: Sigo siendo el rey.