No lo puede entender. Los médicos dicen que está a punto de morirse y aún así, en ese filo implacable que marca la enfermedad, se sigue preocupando por el mundo. Lo que hizo siempre, por otra parte. Incluso cuando estuvo tantos años preso. Esencial para seguir en pie: avanzar hasta que un día te despiertes muerto. Y ya está. Mientras tanto, hay que bailar, incluso en un mundo que pinta cada día un poco más tenebroso y cruel. No por eso deja de sonreír y proyectarse en él.
No lo hizo muerto en vida, ¿por qué iba a hacerlo ahora entonces? Ni un momento, dice, dejó de imaginar cuando estuvo en la cárcel. Escapaba de allí pensando qué vida tendría tras las rejas con su amada de entonces que sigue siéndolo hoy: Lucía. Y pensó que esa vida iba a desarrollarse en una chacra. Después de preso llegó a ser muchas cosas, entre otras, presidente de su país, Uruguay, aunque cumple a la perfección que nadie es profeta en su tierra. El Pepe se convirtió, sobre todo, en un líder de multitudes lejanas a su país natal, a su chacra, en la que vive y espera la muerte con la sonrisa en la boca y la calma de quien sabe que no tiene cuentas pendientes con su propia conciencia. No es muy común ser político y tener esa calma después. Es un bicho raro. Siempre lo fue. Y por eso, tal vez, su halo de admiración aumente en el marco de una ideología, sin embargo, en franco retroceso: la progresista.
Mujica convirtió en posible lo imposible: que un tipo con tantas responsabilidades haya logrado llevar una vida aparentemente cargada de coherencia. Vive con lo mínimo indispensable: no requiere mucho más que su chacra y su amor. Y la amistad de tantos que pasan por allá a conversar o a hacerse fotos o pedir consejo. Se convirtió en un sabio que, sin embargo, apenas entiende qué carajo le está pasando a este mundo.
En la entrevista que le hizo hace poco Jordi Évole soltó perlas, como siempre suele hacer. Dijo, por ejemplo, que muchos, la mayoría, se están perdiendo la poesía de la vida que consiste ni más ni menos que en tener tiempo que perder. Aquel que no es productivo y que se gasta, por ejemplo, en charlar con los amigos, en acariciar a un perro, en hacer el amor con la persona que quieres. Sin embargo, parece que muchas parejas hoy, según él, en vez de dedicar el tiempo a esa delicia pausada, se dedican a irse de paseo por los centros comerciales para ver escaparates y alimentar la frustración. A desear aquello que a duras penas podrán poseer. Y, ojo, cada vez menos, porque las baratijas empezarán a subir si la guerra comercial en la que ya estamos se profundiza, tal y como parece que va a suceder.
Dijo Pepe también que el triunfo no es llegar y tener éxito sino tener la capacidad y la fortaleza para caerse y levantarse, para reinventar la vida siempre que las estructuras materiales y personales se desmoronan. No sé si mirando escaparates se aprende mucho sobre eso, pero sí estoy segura de que la que enseña sobre ciclos y reinvenciones es la propia naturaleza. No es casual que el Pepe decidiese vivir en una chacra. No es casual que las zonas donde es fácil distraerse con el consumo de la felicidad instantánea y tramposa queden bastante lejos de esa forma de vida sencilla y plena a la vez.
¿No estará la clave ahí, en conectar naturaleza y tiempo de vida? Pepe no sólo lo dijo sino que lo hizo. Cuando muera será fuego y luego ceniza y luego volverá a la tierra bajo un árbol al lado de su perra ya muerta. Y volverá a crecer. Nada de lo que poseyó será suyo, salvo esa tierra, ese trozo concreto que le permitió salir de la trampa: vivir.