Anda media España indignada con que, por segundo año consecutivo, el voto popular haya dado en nuestro país la mayoría de votos a Israel. Por segundo año consecutivo, repito.
Para ello, hay dos explicaciones racionales, siendo que no conozco a nadie que haya votado a Israel con su cartera, es decir, con uno o varios SMS de pago. Se trata de la dispersión o el pucherazo.
Hablemos primero de la dispersión. En el festival participan 26 canciones. La gente cabal vota a la que más le gustó, y sus votos, los que sean, se dividen entre 26. O pongamos entre 13, la mitad, porque el resto han gustado menos y son la cola larga de la campana de Gauss. Eso es lo que pasa siempre: muchas canciones, muchas opiniones. Votos generales, divididos por 13, hasta formar la archiconocida campana de la distribución normal.
Pero luego están los votos políticos y los votos de los enemigos de Eurovisión. Hay un determinado grupo de gente que vota a Israel porque eso es lo que les piden sus líderes trumpistas y otras variedades cavernarias, y los que votan a Israel para dar por el culo a Eurovisión, sabiendo que si Israel gana el festival de este modo será la puñetera ejecución, con la guillotina en la plaza, del conocido festival de música. Y mientras los primeros dispersan su voto entre las canciones que les gustaron, los segundos los concentran en una sola obra, generando el efecto estadístico que hemos contemplado: hacen falta trece mil votos normales para compensar mil de los segundos.
En segundo lugar está el pucherazo directo. Dicen las malas lenguas, y sospecho que nadie se va a tomar la molestia en comprobar la veracidad de estas teorías conspirativas, que muchos de los votos populares destinados a Israel proceden de número de teléfono sin titular conocido o que se dieron de alta minutos antes de votar, para desaparecer posteriormente en la noche de los tiempos.
Ni lo afirmo, ni lo descarto. Sé de sobra lo que cuesta la publicidad para entender el rendimiento que se puede obtener, en un festival que ven decenas de millones de personas, a cambio del gasto de unos pocos miles de euros, y la tentación que eso supone para gobiernos y organizaciones decididas a controlar el relato público. O dicho de otra manera, que no me parecería descabellado pensar que alguna agencia gubernamental israelí, incluida la de Turismo, decidiera darle un empujón al asunto aprovechando sus probadas capacidades informáticas.
Lo que queda claro, una vez más, es que la democracia y las nuevas tecnologías no son del todo compatibles. Hay que quedarse con una de las dos cosas. Juntas, parecen convivir malamente.
Y benditas sean estas chorradas festivaleras por darnos la ocasión de hablar del asunto en un tema sin importancia. Pero será cuando toque discutirlo en temas de más calado.
Javier Pérez Fernández ha publicado 17 libros: los dos últimos en 2021, Catálogo informal de todos los Papas, y en 2023 La libertad huyendo del pueblo. Su larga y premiada carrera literaria se puede consultar, junto a toda su obra, en su página web personal: javier-perez.es.