La maquinaria política sigue en marcha porque, aunque se muera el director, los leones y el domador, el espectáculo tiene que continuar. Es eso, precisamente: política espectáculo de víscera, pero de hígado, riñón, bazo y testículo, pero casi nunca corazón y absolutamente nunca, ni de coña, medio gramo de cerebro.
Los partidos presentan siglas y eslóganes, pero nunca programas. No se les ocurre ya qué más decir porque en Europa todo va lento, improvisando, y siguiendo una agenda que parece compuesta por cualquiera de nuestros enemigos, pero casi nunca por gente que piense en los ciudadanos.
Así tenemos que Alvise, un influencer deslenguado y provocador, ha conseguido más votos que partidos consolidados como Podemos y a muy pocos de distancia de una coalición de ocho o diez partidos como Sumar. Y en distrito único, donde no se pondera la geografía.
¿Cómo podemos extrañarnos, así las cosas, de que en Austria, Francia, Italia y Alemania haya sacado unos resultados tan buenos la ultraderecha? Y seguro que me dejo alguno, porque en España Vox ha sido tercero.
¿Por qué pasan estas cosas? Pasan porque, cuando nadie piensa en hacer el bien, ni lo ofrece siquiera, la gente piensa en hacer el mal, y puestos a hacer el mal, hay que votar a quien tenga la peor intención y el peor expediente. ¿O Alguien duda de que si Hitler y Stalin, los dos, se presentasen hoy a las Europeas sacarían su escaño?
Ahí es donde estamos: en que mientras los partidos moderados hurten a los ciudadanos debatir de los temas que les interesan, la gente les dará la espalda con cada vez mayor intensidad y mayor rabia. En que si determinadas ideas son obligatorias, porque pertenecen a nuestros valores, o eso que llaman valores los que no están dispuestos a debatir esos temas, la gente de a pie se pondrá al paquete entero, tirará la puta al río, romperá la baraja, y que arda el mundo.
El miedo a debatir nos lleva al deseo de imponer. Y cuando emprendemos ese camino podemos tener por seguro que, en semejante hábitat, las personas razonables no van a ser nunca las más hábiles ni las más adaptadas al estercolero.
Porque a fuerza de no hablar de la mierda estamos creando el paraíso de las cucarachas.