En la serie Cosmos de Carl Sagan el último capítulo se titula ¿Quién habla en nombre de la Tierra? Trata, claro, sobre qué les diremos a los extraterrestres cuando nos los encontremos. También nos podríamos preguntar ¿A quién hablarían —ellos— en nombre de la Tierra? En las películas lo tienen clarísimo: al presidente de los Estados Unidos —después de achicharrar a una vaca—. A veces, aquí en León, subo a un bar/terraza desde donde se contempla toda la ciudad. No me hace falta mirar el catastro para cerciorarme de que la mayoría de los inmuebles, habitados o no, pertenecen a la Iglesia. La verdad es que cualquier civilización que viniera del espacio y viera nuestras mierdas… con total naturalidad adoptaría ahora mismo la forma de la Virgen María —con mucho faldamento— o Cristo —barbado y sin joyas— o Mahoma —disimulen— o Shiva, o Ganesh o el Buda o alguna cosa así. Como la criatura sin nombre de Sin noticias de Gurb. Quiero decir que ahora mismo la mayor parte de la humanidad CREE sin duda que hay entes invisibles y superiores que rigen su existencia. Con lo cual, para tratar de comunicarse con nosotros, el ser de otros mundos elegiría para aparecerse(nos) el muñeco o marioneta que más respeto y menos agresividad despertase. ‘Hola, soy vuestro dios —exclamaría—, ya que sois tan idiotas que no puedo deciros soy vuestro semejante sin que me tiréis algo; porque el ser humano —y el marciano, que es muy listo, lo sabe— puede llegar a ser tan violento como una conversación sobre la caldera de dos divorciados recientes. Vamos, lo que sería un quiero hablar con el dueño de toda la vida, pero tratando de que no saque la escopeta. Hoy obvio que en ocasiones no solo matamos por nuestro ídolo, sino al ídolo mismo. Lo dejo para otro día. Mi moraleja —que es siempre la misma y doy por supuesta— concluye con que resulta difícil la comunicación normal, pero si metemos abstractas deidades de impredecible e interpretable comportamiento en la ecuación, ya resulta imposible. Véase Israel. Y el PP.