Cómo prevenir lesiones en el Camino de Santiago

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Los peregrinos más experimentados saben de qué estamos hablando y es raro encontrar a alguno que no haya vivido en sus propias carnes o en las de algún compañero el drama de las lesiones. Para el caminante es un momento desolador, y a la dolencia que le achaca se suma el tremendo golpe moral que supone tener que parar o abandonar. Y aquí es donde la prevención juega un papel fundamental a la hora de esquivar problemas, ya lo dice el famoso aforismo: “Vale más prevenir que curar”.

Así se previenen las lesiones más comunes en el camino de Santiago:

Las ampollas

Un clásico entre los clásicos, la lesión más frecuente del peregrino, algo que puede parecer una nimiedad sin importancia hasta que las sufrimos en carne propia. Un pie con ampollas puede amargar cada pequeño paso del peregrino más audaz hasta impedirle seguir. Las ampollas surgen por el continuo roce y la fricción a la que sometemos a nuestros pies. El excesivo sudor suele ser también un tremendo caldo de cultivo para su aparición. El mejor remedio para evitar las ampollas es sin duda llevar un calzado cómodo y adecuado. Nunca debemos estrenarlo en el Camino, ya debemos tener nuestros pies perfectamente adaptados a él. Es recomendable que los dedos no lleguen a tocar la punta, que el pie esté ligeramente suelto dentro del zapato. Un buen truco también es aplicar vaselina en los pies cada mañana, antes de calzarse y empezar a andar. Esto ayudará a evitar fricciones y a que el pie no se deshidrate. 

Las rozaduras

Las rozaduras que aparecen frecuentemente en los pies, tobillos, talones y a veces también en los hombros del peregrino son un problema muy recurrente. Lo mejor para prevenir su aparición es, como en el caso de las ampollas, utilizar un buen calzado, que ya esté usado y cedido en sus partes más duras. También los calcetines son fundamentales, han de ser de un material adecuado, de algodón 100% por ejemplo, y sin costuras. Así se lo pondremos más difícil a este molesto compañero de viaje. 

Hongos

Al compartir baños y duchas en los albergues podemos contagiarnos de hongos. Caminar con los pies excesivamente sudados o húmedos no ayuda. La mejor prevención es casi un mandato: usar chanclas.

Tendinitis y dolores musculares

La sobrecarga constante a la que sometemos a nuestro cuerpo durante el Camino, especialmente a nuestras piernas, puede dar origen a este tipo de problemas. Una buena manera de prevenir este tipo de lesiones es hacer estiramientos antes y, sobre todo, después de caminar. No nos llevará más de cinco minutos y especialmente nuestras piernas lo agradecerán una barbaridad. La otra gran prevención es el entrenamiento previo, esos dos o tres meses anteriores al camino en los que vamos preparando al cuerpo para las exigencias que se va a encontrar.

Lesiones de rodilla

Estas inflamaciones de las articulaciones de la rodilla son también y desgraciadamente bastante comunes. La principal razón, además del sobresfuerzo al que las sometemos, es el peso que cargamos y que afecta directamente a esa zona. Llevar la mochila cargada únicamente con lo imprescindible es un buen consejo que agradecerán no solo las rodillas si no también nuestra espalda y nuestro cuerpo entero. Se recomienda que su peso no sobrepase en ningún caso el 10% de nuestro peso total. 

Insolación

Es también bastante común, al caminar tantas horas bajo el sol, que suframos de insolación. Para evitar insolaciones es importante cubrirse la cabeza con un pañuelo o sombrero, además de aplicarse crema solar protectora.

Deshidratación

Aunque parezca increíble todavía nos encontramos con irresponsables que no llevan suficiente agua para la ruta. Este es el primer mandamiento de un peregrino, llevar siempre suficiente agua contigo y aprovechar las muchas fuentes o bares que encontramos en el Camino para abastecernos.

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