Un Luis Mateo Díez muy abierto y cercano, amable y distendido convocó a casi medio millar de personas en el patio de la casona de Sierra Pambley en Villablino. Lo escucharon con respeto y admiración, durante su intervención, en la que desgranó recuerdos, logros y parte de la esencia de su condición de paisano lacianiego, bien aprendida en su infancia.
Antes de comenzar a hablar, atendió a numerosos asistentes que acudieron a él con sus libros entre las manos, buscando la firma del fabulador. Con puntualidad comenzó el acto, con las palabras de presentación y agradecimiento por su presencia, pronunciadas por autoridades y representantes de la Fundación Sierra Pambley.
El acto central para escuchar sus palabras tuvo una entrada de asombro. Antes de tomar la palabra, los organizadores le tenían preparada una sorpresa a la que dio forma un niño de Caboalles de Arriba de apenas 10 años, Álvaro Chacón Alonso, quien leyó una redacción escolar del propio Luis Mateo cuando era niño y acudía a la escuela en Villablino.
La redacción era uno de los objetos que se mostraban en la exposición Vivir Contando, que en homenaje al Premio Cervantes mantuvo la Universidad de Alcalá durante dos meses en las salas del Museo Luis González Robles del Rectorado.
Luis Mateo se mostró sorprendido y emocionado por momentos, escuchando cómo sonaban sus propias palabras redactadas de niño, saliendo de la boca de otro niño. Al finalizar le contó algunas cosas de su infancia, como cuando consiguió el récord Guinness “de ser el niño más llorón”. “Porque yo de niño era muy llorón, no por nada especial, solo porque me gustaba”, remachó.
Cuando por fin tomó la palabra, pidió la comprensión del auditorio porque quería darse un capricho, “al alcance de muy pocos, por lo difícil que resulta”. Y era el de leer un texto propio, “en el lugar donde discurre la fabulación”.
Y el texto elegido fueron unas páginas de su libro Las lecciones de las cosas (2004, Edilesa) en las que hace una crónica imaginaria de lo que se habló en una reunión de hace 149 años, celebrada en el piso superior de la casa bajo cuya galería él hablaba.
Las diez páginas del libro leído son en realidad un panegírico de las bondades de la buena educación articulada con una buena pedagogía que sirvieron para sentar las bases de la que dos años más tarde se convertiría en la Fundación Sierra Pambley.
¿Por qué paisano?
Cuando ya al final de su intervención, Luis Mateo recordaba los que cree que fueron los fundamentos de su gusto por contar cosas y habló de la cultura popular, de la riqueza y exuberancia verbal de los hombres que lo rodearon en su infancia, que “ponían nombre a todo y tenían palabras para todo”.
Esa mención evocó también mis recuerdos de infancia y unos hechos que aún perduran muy vivos en mi memoria. Cuando tenía 9 años y paseaba con mi padre por Villablino, había un hombre, que siempre que nos encontrábamos con él saludaba a mi padre de la misma forma. “Hola”, “buenos días”, “qué tal”, lo que procediese, seguido del patronímico de mi padre y siempre después para finalizar la palabra “paisano”.
Mi padre, con aspecto alegre, le respondía también siempre, con el saludo, el nombre y la coletilla, “del país”. Era un ritual repetido una y otra vez. Un día me armé de valor y le pregunté a mi padre por qué se saludaban así. Para mí, en aquel tiempo, la palabra “paisano”, era despectiva la asociaba a pueblerino, aldeano, paleto.
Mi padre me sacó del engaño y me explicó que paisano significaba ser nacido en el mismo país, ser la misma tierra, aquí tradicionalmente llamamos país a nuestra comarca o nuestro pueblo. Que, para él, incluso paisano era más que eso, era compartir creencias, cultura, tradiciones, incluso un poco también la manera de ser.
Luis Mateo fue este viernes paisano con sus paisanos, quienes con admiración próxima a la reverencia lo arroparon para darle una muestra de cariño, con respeto. Como siempre que viene a esta tierra, su país, la gente acude para estar junto al escritor.
Y él se mostró próximo, cercano, amable, atendiendo a todos, hablando con cuantos se acercaron hasta él al finalizar, para buscar la firma de sus libros, los que no habían tenido tiempo o espacio antes de comenzar, o para comentar algún recuerdo, alguna anécdota o simplemente tener una foto en su proximidad.
Música y un aperitivo nocturno, ya casi, pusieron el final a una tarde para recordar. Porque la vida en realidad no es más que eso, unos instantes del presente cotidiano y recuerdos, muchos recuerdos, que atesoramos como el mejor legado de nuestra propia existencia.