El viernes pasado arrancó la segunda fase del evento cultural LacianArt 2023. Que centra gran parte del motivo de sus actividades en la figura y la obra del polifacético artista Eduardo Arroyo, con especial atención a los aspectos más cercanos a sus vivencias en la comarca de Laciana.
El eje central es la exposición 'Cómo ser Eduardo Arroyo' y en ella se pueden contemplar medio centenar de obras del artista, cedidas por su familia. Además de otra veintena de piezas de tres artistas muy próximos a él, Miguel Muñiz, Lolo Zapico y Jonás Pérez y dos decenas más de trabajos elaborados por artistas locales para homenajear al gran maestro. La muestra estará abierta a las visitas hasta el 31 de agosto.
Las salas de la muestra abordan aspectos diferentes de su obra y las han rotulado así: 'Arroyo y Laciana', la vida en la comarca del pintor y trabajos relacionados con ella; 'La Muerte', las vanitas muy presentes en su legado pictórico y escultórico como una de sus fijaciones; 'El taller', el artista en su rincón de trabajo en Robles y sus aficiones; “La Literatura” su pasión por la literatura como reportero, escritor, ilustrador para otros o sus trabajos para las artes escénicas.
Como interconexión entre las salas, la galería del edificio acoge todos sus carteles para los conciertos musicales en Robles de Rosa Torres Pardo, desde 1998 hasta 2014. En otra pequeña sala se podrá ver en bucle el documental “24 horas con Eduardo Arroyo”, un dialogo entre Eduardo Arroyo y Alberto Anaut, producido por el Círculo de Bellas Artes de Madrid en 1012 con motivo de su exposición individual.
El amplio hall de la galería es el lugar elegido para mostrar las obras de los artistas más próximos en vida al pintor. Y las dos últimas salas del recorrido en la planta baja muestran los trabajos de los 14 artistas locales que han querido rendir un homenaje al maestro. Con obras alusivas, figuraciones, recreaciones, retratos o abstracciones elaboradas en base a como ellos interpretan las ideas y los trabajos y el cómo ser Eduardo Arroyo.
La sorpresa más alegre y extrovertida, la ponen los estudiantes de los centros educativos locales, que en la pequeña capilla del complejo nos enseñan sus ideas de “cómo ser Eduardo Arroyo”, para los que las moscas, que casi obsesionaron al pintor, son su referencia plena de colorido.
La mosca de Arroyo, que también la organización ha convertido en una chapa de solapa, que se puede adquirir en la recepción de las salas de exposiciones. Y también una mosca es el homenaje permanente al artista, colocado en la pared frontal de la Casa de la Cultura de Villablino el pasado día 14, sobre un diseño de Silvia Gándara y un trabajo de Ginés López.
El Eduardo Arroyo más íntimo y familiar
El coloquio del acto de inauguración del viernes pasado –con la asistencia de su viuda, su sobrino nieto Goura y varias personas que trabajaron con Eduardo o que tuvieron una relación personal próxima y de amistad– fue todo un descubrimiento de los aspectos más íntimos y personales del artista, de sus manías, de sus gustos, de su pasión por todo lo que hacía o emprendía.
Unos aspectos personales muy desconocidos para el público en general, fuera de su entorno más cercano, que se nos permitieron conocer y envolver la figura del gran artista, de una apariencia mucho más humana al convertirlo en un convecino más.
Comer, trabajar, beber, reírse, conversar, divertirse y también amar. Fueron todos acontecimientos de su vida hechos con la pasión de una personalidad arrolladora, una tozudez y una constancia muy propias del carácter leonés, que nos ha valido el apelativo de cazurros.
Lo mismo que a los 6 años puso su corbata negra para el luto, por la muerte de su padre y nunca más se la quitó, convirtiendo a este accesorio del vestuario en un rasgo más de su personalidad forjada en la persistencia. Y que según contó el mismo, fue una de las cosas que lo libraron de ser golpeado en la Dirección General de Seguridad, en una detención durante el franquismo, “no es fácil golpear a una persona con corbata, recién duchada y afeitada”.
Esa personalidad arrolladora y su gran labia, “era un conversador infatigable y muy divertido”, fueron los encantos personales que en principio cautivaron a Isabel. Quien aseguró que la primera vez que lo vio, “y lo tuve cerca, casi me asusté”, pese a conocerlo sobradamente por su obra ya con bastante anterioridad.
Goura lo conoció siendo un niño: “Cuando yo llegué de Venezuela con mi familia, alterado por todo el proceso de cambios, me llevaron a su casa en Madrid y yo me negué a entrar en una casa desconocida”. En una actitud típica de un niño sacado de su mundo y su círculo infantil.
La actitud de Arroyo, “fue salir y sentarse conmigo allí fuera, hasta que yo empecé a hablar pasado un tiempo y me convenció para entrar”, por esa compañía callada. Otra situación similar de sentarse en silencio ambos juntos la narró así.
Cuando a su madre le dijeron en el colegio que “su hijo, que es mal estudiante, es hiperactivo y tiene que aprender a aburrirse”. La madre lo contó en casa, y Eduardo que de joven también había sido mal estudiante le dijo “otras cosas buenas tendrá” y decidió, que ambos se sentasen callados en el sofá para aprender a aburrirse. “Pasado un tiempo, 20 minutos o media hora, me dijo, te aburres; yo le contesté, no. Y el me dijo, yo tampoco”, con lo que pusieron fin al ejercicio de aprendizaje.
Divertirse con amigos, comer, hablar, contar anécdotas “y reírse hasta llorar de la risa”, estuvo en los comentarios y narraciones de varios de los presentes. De las francachelas, que se corrían con Lolo Zapico y otros amigos, con los vecinos de Robles en churrascos y comilonas, donde poder dar rienda suelta a su gusto por el whisky.
Cuando Eduardo decidió renunciar al deleite del whisky, un amigo común al saberlo le dijo a Isabel, “ahora te vas a aburrir un montón”. No fue así, lo divertido de Arroyo, no era fruto de sus gustos, lo era de su personalidad, “siguió siendo tan divertido como antes”.
Eduardo siempre decía que su principal pecado era la ira, pues su carácter fuerte le llevaba a veces a discutir con sus colaboradores. Como confirmó Lolo García, con quien realizaba los trabajos de fundición y creación de cuernos para unicornios y otros de tipo metálico y de forja.
Con ratos a veces muy divertidos, “pusimos muchos cuernos juntos”. Ante la risa general, aclaró que no fueron de libido, “muchos cuernos de metal, hasta uno de 600 kilos de plomo”, que lo fundían en un sartén, “y de hierro y bronce”.
Si el se culpaba del pecado capital, de la ira. Padeció también por parte de otros el de “la envidia”, que para García fue la causa de que no se le reconociese en vida su gran “aportación para esta tierra de Laciana y esta provincia de León, donde encontró más obstáculos que ayudas”. Que con el reconocimiento de estos días se compensa en parte esa desidia institucional y vecinal.
El artista en Robles de Laciana
Un vecindario, el más próximo, el del pueblo de Robles de Laciana. Por el que cada vez que llegaba a la localidad se interesaba por conocer las novedades. El alcalde casi perpetuo del pueblo Pepe Méndez, explicó que “siempre iba a verlo cuando llegaba y me preguntaba por todo, por la gente, se interesaba en que proyectos teníamos, que queríamos hacer o que habíamos hecho”. Si acaso, alguno apuntó que no era muy dado a socializar en exceso, por lo que le decía “tienes que salir al bar, él me decía, y para que si estoy muy bien en mi casa”.
Contó Méndez, que un año invitó a todo el pueblo a una exposición suya en el Museo Reina Sofia de Madrid. “Los que fuimos, cuando llegamos allí, el nos hizo de guía de la exposición por todo el Museo”. Lo que no dejó de sorprender al público que miraba la exposición “que preguntó, que quien era esa gente a la que el artista explica su exposición”