El complejo de Napoleón es un término acuñado por la psicología para describir a aquellos hombres que compensan su baja estatura con una personalidad dominante. Evidentemente, este síndrome que aglutina a todos esos tipos bajitos pero ambiciosos de poder y conquista, se inspira en la colosal figura de Napoleón Bonaparte. Pero aquí viene lo paradójico: Napoleón tenía una altura de media normal para su época. Cosas de los vericuetos que toma la realidad en su viaje a través del tiempo para acabar desfigurada en forma de una nueva verdad, el famoso relato que tan de moda se ha puesto en estos años de confusión informativa y que tanto ansían controlar desde los ámbitos de poder.
Esto viene a colación porque las mayores críticas que ha recibido la cinta de Ridley Scott tienen que ver con su falta de rigor histórico, con esa capacidad que tiene todavía cierto cine para proponer nuevos relatos alejados de la verdad más canónica. Aunque precisamente de eso se trata: una ficción inspirada en hechos reales no está construida para dar una clase de historia, es una obra personal que está indefectiblemente traspasada por la visión de su autor. Esto es lo que diferencia el arte genuino de la mediocre imitación. Este espectador no tiene argumentos para discutir si el director se ha tomado ciertas licencias históricas, si acaso para explicar porque Napoleón le ha parecido una audaz, insólita y relevante película de cine.
Resulta admirable pensar que un tipo de 85 años haya sido capaz de rodar las mejores escenas bélicas que se hayan proyectado en una sala de cine (esta es una de esas cintas que están hechas para ver en pantalla grande y rodeado de silencio) en los últimos lustros. Toda esa épica y crueldad que cabe en la guerra es filmada de manera analógica (y antológica), con miles de extras y con ese olor que abandona la lucha sobre el devastado campo de batalla traspasando la pantalla. Es un espectáculo visual que impresiona y agita al espectador. Aquí no hay infográficas digitales, solo una colosal coreografía compuesta por un viejo y genial cineasta.
Napoleón, con todo, adolece de algunos saltos de tono que pueden despistar al público. Articulada narrativamente a través de la relación epistolar entre el general y su amada Josephine, peca de irregular por momentos. Aunque su exquisita composición formal, su fuerza visual o la profunda personalidad que solo puede inculcar un verdadero autor consiguen finalmente situar al filme en el grupo de los elegidos, aquellos que nos recuerdan de cuando en cuando que el cine es un maravilloso vehículo artístico para indagar en los misterios de la naturaleza humana.