Luis Mateo Díez publica un libro sobre su hermano Antón, “un maestro de la vida y del arte”

César Combarros / Agencia ICAL

“En este mundo donde hay tantas contradicciones y tantas cosas maravillosas, yo tuve la suerte de tener un hermano como Antón, que era un niño especial y que, en cierto modo, veló por mí desde siempre. Con él se cumple esa condición casi de hermanos tan cercanos que parecemos gemelos. Conmigo ha ejercido con derroche una función de cuidador”. Una luz especial ilumina los ojos del último Premio Cervantes al preguntarle qué es y que ha sido para él su hermano mayor, Antón Díez, nacido como él en Villablino, y protagonista absoluto de la última de las ficciones de Luis Mateo Díez, que en Mi hermano Antón (Reino de Cordelia, 20,95 euros) rinde tributo a su cómplice favorito, a quien considera “un maestro de la vida y del arte, un maestro de la creatividad”.

La novela, que llega este lunes a las librerías españolas, es un libro que permanecía bullendo en la cabeza de Luis Mateo “sin remisión”, del mismo modo que, a lo largo de la vida de Antón, su efervescencia interior no ha dejado de latir. “Nuestro encuentro ha sido tan intenso y tan reiterado, que el paso de los años ha hecho que el relato sea todavía más poderoso. Tanto tiempo después, tiene mucho de rememoración de cosas compartidas y compatibles, ahora que los dos estamos solos y somos octogenarios”, reflexiona el escritor a Ical.

En las páginas de Mi hermano Antón, el lector es testigo de un recorrido parcial por la vida de un hombre con “una percepción desbaratada”, inasequible al desánimo creativo y sin límites, que entregó su vida a las artes plásticas por la pura necesidad de “expresar su bullicio interior”. Actor, pintor, escritor, poeta, inventor… Luis Mateo viaja en el tiempo para plasmar negro sobre blanco al “niño prodigioso” que lo tuteló durante su infancia, y a quien en sus años chicos le contagió de una curiosidad infinita y de la necesidad de hallar nuevos descubrimientos.

“Yo sé de sobra que no podría ser el escritor que soy sin la capacidad de Antón para ser el creador que él es. Antón es una persona que nunca vende nada. Él actúa, es así. Está en la vida y en el mundo haciendo esas cosas, gozando de ellas, sin preocuparse por el destino de cuanto hace. Para mí ha sido una suerte presenciar esa ejemplaridad verdaderamente fascinante”, señala el autor de La fuente de la edad en declaraciones a Ical.

Un apunte

Con el subtítulo Un apunte y plagado de ilustraciones y dibujos inéditos del protagonista, el libro no abarca ni lo pretende todos los aspectos de la vida de Antón Díez, un hombre que, como se apunta entre sus páginas, ha sido reiteradamente visitado por la desgracia. Sin embargo, el libro permanece ajeno a ello y a cuestiones de corte sociológico-político en torno a lo que podía definir a un niño de la posguerra española. “De eso se ha escrito mucho y no venía yo a seguir reiterando cosas que todos hemos leído ya”, apunta Luis Mateo, que centra el tiro en su relato en intentar reflejar parte de la “aventura particular, personal, emotiva y poderosa” de un creador que plasma como pocos la “correspondencia” entre “la artesanía y el arte”, al contar con “unas manos especialmente prodigiosas y un cerebro propicio”. “Yo hago una inmersión en él, como un ejemplo de tanta gente creadora que, probablemente por circunstancias y por destino, han quedado un poco fuera de lo que se valora, se conoce y se jalea”, detalla.

De esa forma, el libro se erige como “una reivindicación de lo que supone la hermandad, una especie de reconocimiento entre los afectos familiares, que son tantos y tan variados”, un grito ahogado a contracorriente en tiempos en los que “las emociones o compromisos aparecen más subterráneos y alejados de los valores de la actualidad”.

La novela, con una cuidada edición a cargo de Jesús Egido, corona su portada con una imagen tomada por Raúl Díez, el hijo de Antón, de los dos hermanos durante una noche en La Drova (Valencia), donde suele veranear el escritor. Realismo y magia se conjugan en la imagen, en la que los dos parecen jugar mientras contemplan con curiosidad un fascinante e inasible objeto luminoso, que no es sino la Luna. Esa imagen, que para Luis Mateo ejerce como “una metáfora entre sinuosa y lírica” de cuanto ambos comparten, amén de establecer una rima estricta con la fotografía de los dos que corona la contraportada interior del volumen.

En ella, Antón y Luis Mateo aparecen infantiles en el agua. “Son dos niños aprendiendo a nadar: uno es el que da las pautas de cómo hay que hacerlo y el otro, penosamente, parece que va a acabar siguiendo esas indicaciones que le da su hermano”, describe. Son dos imágenes que condensan sendas vidas compartidas, en torno a los misterios, la magia y la fascinación que envuelve todo proceso creativo.