España es una nación, reino o lugar en el mundo (como quieran llamarlo) de pasado tan glorioso como trágico, que por fin en el año 2010 ganaba un mundial de fútbol y cuyo mayor y más rico patrimonio se encuentra en su multiculturalidad, en su condición de país de países. Pues bien, en la coronilla verde de esta vieja y amarilla península se esconde un lugar abrumadoramente hermoso que estira su paisaje montañoso hasta acariciar el mar Cantábrico. Un lugar con industrias pujantes y ciudades vanguardistas, prósperas y elegantes; y con profundas raíces y gente acogedora que sabe celebrar la vida ante un buen plato de comida. Pero también un lugar que estuvo lleno de silencios hasta hace apenas cuatro días, cuando su sociedad estaba tejida con los hilos de una frágil convivencia que aguantaba a base de callar o mirar hacia otro lado.
Hablamos de Euskadi, el único rincón de Europa occidental en el que hasta octubre de 2011 todavía existían hombres y mujeres viviendo infamemente amenazados por decir lo que pensaban; ciudadanos pacíficos que se enfrentaban cotidianamente al terror de estar en el punto de mira de los miserables, irracionales y fascistoides fanáticos. Y que además sufrían la exclusión social que surge del miedo, del bochornoso silencio que practicaban vecinos, compañeros de citas gastronómicas o colegas de profesión. Porque el miedo llega a alcanzar dimensiones pavorosas cuando se enfrenta desde la soledad.
La infiltrada aborda con aires de buen thriller y ningún afán revisionista aquella realidad del País Vasco. Quizás por eso, y habiendo pasado más de una década del final de ETA, estamos ante una película puramente de acción cuyo mayor residuo intelectual y moral es la profunda perplejidad que abandona en el espectador, la absurda constatación de que ese delirio nacionalista duró demasiado tiempo.
No es la primera ficción en abordar aquella locura. La muerte de Mikel (1984), Días contados (1994), Yoyes (2000), El lobo (2004), Maixabel (2021) o las estupendas series La linea invisible (2020) y Patria (2020) son algunos acercamientos audiovisuales a la paranoia terrorista. Y aunque ahora sea desde un punto de vista policial, solo por dar el lugar que merece en el rincón de los héroes a esta mujer que vivió infiltrada entre sociópatas durante ocho años, ya merece la pena.
Porque siempre se trata de lo mismo: una sociedad que quiera avanzar hacia formas de civilización más sofisticadas y justas nunca debe olvidar sus episodios más infames. Ya saben, para no estar condenada a repetirlos.