'La Casa de Papel - Berlin': artificios de papel

Lo primero que debe saber el potencial espectador de este nuevo artilugio audiovisual es que, tanto la serie madre como este spin-off que visita la figura de Berlín años antes de acabar encerrado en la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre, son puro entretenimiento, evasión sin efectos secundarios. No esperen encontrar un mínimo sentido realista en la trama o cierta coherencia en las pretendidamente sesudas reflexiones de unos personajes a los que, de tanto en tanto, les da por soltar algún que otro pseudofilosófico monólogo que pudiera hacer sonrojar al más crédulo de los espectadores. Se trata de entrar en la ficción sin complejos, jugar a creérselo y disfrutar del viaje sabiendo que, cinco minutos después de ver cualquiera de los capítulos, apenas quedará nada en la memoria. Esto puede parecer una perogrullada, pero no hay nada peor que tomarse demasiado en serio este tipo de productos creados para ser consumidos sin más, como quién ve llover o escucha la radio de fondo.

Vaya también por delante que a pesar de ese acechante algoritmo que parece saberlo todo y poseer la fórmula mágica que explicaría el futuro éxito de una producción, este sigue siendo un misterio. El factor humano que empuja a millones de personas en todo el mundo a seguir esta u otra trama no cabe en la conclusión basada en las infinitas probabilidades guardadas en un dispositivo de inteligencia artificial. Todavía surgen maravillosos e inesperados acontecimientos como que una modesta serie de un país cuya industria audiovisual no deja de ser menor en comparación a los grandes centros de producción, alcance un éxito global y unánime en lugares tan distintos como Corea, Estados Unidos, Rusia, Colombia o Alemania. Nadie conoce el secreto, simplemente ocurre cada cierto tiempo como un soplo de aire fresco en este mundo contemporáneo donde todo está tan medido y calculado. Y eso es lo que ocurrió hace unos pocos años con La casa de papel, que arrasó y cautivó a todo el planeta. 

El personaje de Berlín se elevó sobre todos los demás en la serie original, gracias  especialmente al carismático trabajo de un Pedro Alonso que pulió a su ladrón con un fascinante exceso de teatralidad, hasta dotarle de connotaciones mucho más complejas que las de sus compañeros de atraco. Ahora es el absoluto protagonista de una trama que gana enteros cuando la acción está en movimiento, durante el atraco y la huida posterior, pero que se atasca cuando pretende dotar a los personajes de cierta sustancia y cae en el ridículo con unas historias de amor más propias de cualquier banal serie de adolescentes. El contraste entre los momentos brillantes y estas otras secuencias de vacuos videoclips es tan grotesco que termina lastrando la producción de Alex Pina y Esther Martínez Lobato.

Aún así, lo dicho, evasión pura y dura, sin más complicaciones ni aspiraciones.