Gumersindo de Azcárate (León 1840-Madrid 1917) no fue un tipo al uso en una España convulsa. Cuando en el último tercio del siglo XIX ya asomaba el caciquismo, rechazó en 1873 ser candidato por el distrito de Villafranca del Bierzo porque ello implicaba comprar votos. Más reformista que revolucionario, más demócrata que republicano, fue un “optimista antropológico” que intentaba entender la opinión del adversario. ¿Cómo reaccionaría ante una sesión de control al Gobierno de hoy en el Congreso de los Diputados? “Se echaría las manos a la cabeza”, responde, sin esconder que comparar etapas parlamentarias tan distantes en el tiempo tiene su parte de trampa, el historiador Francisco Balado, que este martes 2 de noviembre presenta en León su libro 'Gumersindo de Azcárate, una biografía política'.
“Se trata del intelectual de mayor nivel que ha dado la provincia de León en la época contemporánea. Desde luego estaría entre los tres primeros, pero yo lo pondría el primero”, sentencia Balado, que dedica su tesis a escarbar en los orígenes de la democracia liberal en España, primero con dos biografías: la que acaba de publicar de Gumersindo de Azcárate y la que ultima de Melquíades Álvarez, que fue presidente del Congreso de los Diputados durante la Restauración borbónica y ejecutado por milicianos de izquierdas al comienzo de la Guerra Civil.
Hijo de un liberal progresista que fue gobernador civil, De Azcárate se crio en León en una familia inscrita en la “burguesía acomodada”. “Muy buen estudiante” desde niño, marchó a Oviedo a estudiar Leyes, formación que completaría con Filosofía y Letras en Madrid, donde comenzó a moverse en ambientes intelectuales krausistas hasta forjar una personalidad académica que le llevó incluso a ser apartado de la docencia por defender la libertad de cátedra en 1875, durante el primer Gobierno de Cánovas del Castillo. Y daría forma a ese espíritu siendo uno de los fundadores de la Institución Libre de Enseñanza y otras derivadas más pegadas al terreno como la Fundación Sierra Pambley.
No ostentó nunca el poder, pero sí tuvo mucha influencia, resume el autor de esta biografía, que lo destaca como extraordinario parlamentario tanto por su producción legislativa como por su labor de control al Ejecutivo
Fue protagonista de la vida política española durante casi medio siglo, a partir del Sexenio Democrático (1868-1874) hasta su muerte en 1917. “No ostentó nunca el poder, pero sí tuvo mucha influencia”, resume el autor de esta biografía, que fija primero detalles de su carácter como el hecho de tener “un profundo sentido religioso sin ser católico” o de haber formado el andamiaje de su carrera sobre la base del modelo político anglosajón cuando lo frecuente entonces era asimilarlo al francés. Inscrito en los primeros tiempos en las filas monárquicas progresistas, derivó luego hacia el reformismo y acabó abrazando la Primera República tras el fracaso del breve reinado de Amadeo de Saboya (1870-1873).
Más demócrata que republicano
“Aunque partía de una base republicana, era sobre todo un demócrata”, subraya Balado. El caso es que Gumersindo de Azcárate tuvo que someterse tras la efímera experiencia republicana a las reglas de juego de una nueva etapa política, la de la Restauración borbónica, en la que imperaba el caciquismo y el pucherazo electoral hasta el punto de ser durante muchos años candidato único por el distrito de León, que incluía la capital y su alfoz. “Tanto los liberales como los conservadores lo encasillaban como suyo”, añade sin obviar que aquel “era un régimen corrupto, pero también avanzado para su tiempo”. “Fue una época de grandes transformaciones y avances. Las elecciones eran una farsa, pero también lo eran en Italia y en Francia, incluso en Gran Bretaña”, abunda.
Gumersindo de Azcárate tuvo en aquel contexto un papel relevante como “extraordinario” parlamentario tanto en la condición legislativa como en el control al Ejecutivo. El mejor ejemplo de lo primero es que la Ley contra la usura de 1908 fue también conocida popularmente como la 'Ley Azcárate', todavía no ha sido derogada y es incluso invocada todavía hoy por algunos tribunales. Lo segundo lo sufrieron algunos ministros en sus carnes. “Era capaz de 'hacerle un traje' a un ministro en veinte minutos. Y, como entonces los gobiernos duraban poco, al sustituto le recordaba desde la tribuna las tareas pendientes que le había dejado el antecesor”, destaca. Para predicar con el ejemplo, él mismo presentaba a cada elección un manifiesto de sus propuestas y rendía cuentas al final de cada mandato, una reminiscencia de su ADN político anglosajón.
Balado alude a su carácter “riguroso” para ensalzar una trayectoria política en la que no escatimó gestos incluso con personalidades que estaban en sus antípodas. “Tuvo incluso una relación razonable con Alfonso XIII”, cuenta. Una de sus frases más recordadas fue la que se le atribuye tras un encuentro con el monarca que generó gran expectación: “Salgo de aquí habiendo dado mi opinión y tan republicano como entré”. Y es que los ideales estaban por encima de cualquier cosa. “Para él primaba el interés general de España, por encima de cualquier interés particular, incluso del interés de León. Y eso le causó muchos problemas en León”, apuntala el biógrafo al citar una ocasión en la que no le costó conjugar el verbo dimitir cuando sus correligionarios en la provincia se alinearon en su contra... y luego tuvieron que pedirle que diera marcha atrás.
Para él primaba el interés general de España, por encima de cualquier interés particular, incluso del interés de León. Y eso le causó muchos problemas en León, apuntala Balado
Él, que había hecho de bisagra entre el viejo y el nuevo republicanismo tras quedar el movimiento “muy tocado” del desastre del 98, no acabó de ser profeta en su tierra. “No es Hijo Predilecto de León y sí es Hijo Adoptivo de Gijón, de donde era su madre”, ilustra Balado tras poner otro ejemplo más ilustrativo: el pasar de tener en la Segunda República el nombre de una calle tan céntrica como la actual Alcázar de Toledo a nombrar ahora un vial entre los barrios de la Inmaculada y San Mamés más allá de otros hitos de relieve como el instituto o la Biblioteca Azcárate. “En la transversalidad que tenía, luchó por el ferrocarril contra los intereses particulares para no hacer ferrocarriles que fuesen pasando por los 'cacicatos' de turno, sino que fueran rectos. Y eso se lo apreciaron en Gijón; y en León no tanto”, explica.
Fallecido en 1917, Gumersindo de Azcárate sumó más de un millar de intervenciones en el Pleno del Congreso a lo largo de 30 años. “Y era citado en la prensa diariamente”, añade Paco Balado para hacer ver la importancia política de un leonés que fue reivindicado en los primeros compases de la Segunda República pero cuya impronta quedó relegada a medida que se extremaba el clima político. ¿Cómo habría convivido con aquella situación? “Él habría llegado a ser defensor del fervor republicano, sin ninguna duda. Pero habría sido absolutamente crítico con el desarrollo de la República porque era un hombre de acuerdo, y lo que no hubo entonces fue consenso”, contesta para señalar cómo después “León lo olvidó porque el franquismo lo ocultó”. “No fue reconocido porque la historia la escriben quienes tienen el poder”, concluye quien ahora le ha dedicado una biografía política a ese leonés ilustre que fue Gumersindo de Azcárate.