La miniserie que cuenta la historia de esta narcotraficante que se hizo con el control del negocio en el Miami de los años 70 y 80 no pasará a la historia, apenas será recordada dentro de un tiempo. Estamos ante una de esas producciones que el soberano, preciso e implacable juicio que surge con el paso de los años situará en el olvido, en el abarrotado y anodino grupo de lo prescindible. Y seguramente futuros visionados confirmarán esta agorera predicción.
Griselda tiene aires y hechuras de folletín televisivo, un irritante aroma a telenovela que es exactamente lo contrario de tener alma, entrañas o cómo queramos llamar a esa mágica y trémula intensidad que palpita en la buena ficción. Nunca llega a agarrarnos por la solapa y a zarandear todas las comisuras que conforman nuestras emociones más íntimas y sedientas. No es Narcos (2015), ni por supuesto tampoco El precio del poder (1983) o Atrapado por su pasado (1993), dos obras que merodean las mismas tramas de ascensión y caída en el mundo del narcotráfico y ambientadas también en Florida, dos enormes filmes a los que Brian de Palma sí logró imprimir esa personal fuerza narrativa, ese brutal y demoledor ritmo que nos revuelve en la butaca y nos recuerda que corre sangre por nuestras venas.
El serial que nos ocupa cuenta la historia de Griselda Blanco, una traficante de drogas que durante los convulsos años 70 y 80 se convirtió en la más boyante y escurridiza suministradora de cocaína en Miami. Pero ni siquiera la trama pretende ser fiel a las verdaderas peripecias de esta mujer ambiciosa y desaprensiva que en su camino hacia el trono fue dejando un reguero de sangre tras de sí. Es una ficción que se apoya únicamente en el personaje real para reinventar ciertos episodios de su vida y crear un superficial narcofolletín que rebosa de lugares comunes. En varias líneas narrativas que crecen en paralelo a la de nuestra protagonista, asistimos también a pinceladas de otras vidas, de otros reyes efímeros del negocio de la droga o de la agente de policía que la persigue obstinadamente. Pero ninguno de estos estereotipados personajes llega a latir con fuerza en nuestro interior. Lo que vemos es más una caprichosa y vulgar crónica de aquellos años, estilísticamente vacua y argumentalmente sonrojante. Lo dicho, una miniserie prescindible cuyo destino es caer en el olvido.