Narradora, contadora de cuentos, editora, investigadora, Ana Cristina Herreros, conocida bajo el nombre de Ana Griott cuando cuenta cuentos, es una leonesa afincada en Madrid, como tantas autoras (y tantos autores) de la tierra, que han decidido poner tierra de por medio en busca de un futuro mejor, de un espacio que les permita desarrollar su trabajo creativo.
En su caso, cual si se tratara de un hermoso cuento, Ana Griott recuerda que se fue a Madrid porque se enamoró de un mago que conoció en un congreso de Literatura del Siglo de Oro, “y el mago, como el flecha, era de León”. Cuando llegó a Madrid vivió en un piso compartido con otros leoneses. “Nos llamaban 'la botillo conection' y es que hacíamos vida de León pero en Madrid. Hasta nos traía un tendero el pan de La Bañeza dos veces por semana”.
León es la casa a la que siempre llega, su casa materna, el regazo de su madre, “porque la gente que nacimos en León oficiamos de leones allá donde vamos”.
Y como leonesa que ejerce de tal, la autora de 'Cuentos populares de la Madre Muerte', cree que León es la provincia con la mayor densidad de poeta/narrador por metro cuadrado. “Quizá tenga que ver con ese gusto por la palabra que tenemos los leoneses, gente de pocas palabras, por otro lado, pero que nos gustan bien dichas. Y este gusto por la palabra precisa, la que nombra y funda, sin adornos, quizá tenga que ver con el clima”. El largo invierno, las nieves y heladas –según Ana Griott– favorecen que todo suceda en torno al fuego, a la cocina, el lugar de los relatos, mientras rememora que en los filandones las mujeres se reunían a 'filar', y que mientras hilaban la lana de las ovejas hilaban también sus palabras para tejer relatos.
En Marruecos las mujeres no pueden contar en los espacios públicos, solo tras las paredes de alguna casa, como las mujeres leonesas de los filandones.
Ana Cristina Herreros lleva León en el recuerdo, “entendido 'recuerdo' en su sentido etimológico: 'lo que pasa una y otra vez por el corazón', lo que siempre te hace palpitar”, porque es el lugar de su infancia: de los juegos en la calle mientras su madre cosía con las vecinas; “del colegio unitario de Don Antonio, que tenía una vara para chicos y otra para chicas y en sus ratos libres disecaba pájaros; de la Azucarera, que algunas veces olía como si estuvieran quemando gente; de los domingos en casa de la abuela, en el Crucero, con el tren omnipresente en la casa de mis abuelos ferroviarios y en el barrio de la estación. Es el lugar de la adolescencia, de los primeros amores, del instituto La Palomera, del salón de recreativos El Cicuta, de las tardes en la plaza del Grano, en La Tierra, de la lucha por lo colectivo, del CCAN. El lugar de los que ya no están y por eso hay que contar quiénes fueron, para que no olvidemos quiénes somos: los abuelos, los padres, los amigos que murieron: el SIDA, la droga y el suicidio causó estragos. Aunque todos ellos siguen latiendo en el pulso de esta ciudad”.
Contar como forma de vida
“Para mí contar es como respirar, necesito hacerlo, me llena de oxígeno y de energía y me limpia de las toxinas que a veces mi cuerpo social genera, porque me conecta con lo humano, con lo ancestral, con lo que tiene raíces, con el silencio de los silenciados y con la palabra que crea”, aclara la creadora del 'Libro de monstruos españoles', que recuerda cómo empezó a contar cuentos para unos pocos adultos en algunos cafés de Madrid en los años noventa. “Mi café habitual era el Café de La Palma, donde contamos durante once años todos los martes.”. Y el grupo, que gestionaba los martes de los cuentos, se llamaba Griott, “que es el nombre común que reciben los narradores del centro oeste de África”. Así fue cómo surgió su nombre, Ana la de Griott, y con Ana Griott se quedó.
Contadora de cuentos por azar, “esta flor que es el azar volvió a estar presente en que me hiciera escritora”, matiza Ana Cristina Herreros que, desde que publicara su primer libro de cuentos en el 2005, no ha parado ni un solo instante, pues a partir de entonces ha publicado casi un libro por año. “Algún año hasta dos”. Recuerda que, durante la guerra de Kosovo, el Centro de Investigación para la Paz le encargó un trabajo de investigación en fuentes folclóricas del Mediterráneo para usar los cuentos en mediación internacional “porque los cuentos de todo el mundo son iguales, cambia el elemento mágico, que se adapta a la producción agraria local: en el Mediterráneo el elemento mágico es la naranja. Lo profundamente cultural es humano y está por encima de las diferencias locales”. Y durante tres meses se sumergió en la Biblioteca Nacional y entregó su trabajo analizando los motivos folclóricos presentes en el Mediterráneo español y relacionándolos con los cuentos tradicionales de otros países mediterráneos. “Poco después, la Fundación Santa María y el CIP me pidieron que hiciera un libro de 'Cuentos del Mediterráneo' y se publicó en SM”.
Siempre tengo muy presente a mi abuela, que nunca me contó un cuento pero que me enseñó a escuchar el silencio, y a querer a los que no tienen voz, a los que no cuentan pero son los que más cuentan. También a mi madre, que no sabía leer y solo escribía su nombre, pero que siempre compraba libros porque quería que nosotros, sus hijos, pudiéramos tener lo que ella nunca tuvo: la llave para entender qué decían aquellas letras.
Así fue cómo comenzó su aventura como escritora Ana Cristina Herreros, capaz de hacerle hablar a un autista y lograr que una 'princesa' se sentara a escucharla. Lo del niño autista ocurrió en Castilla La Mancha cuando Ana se dispuso a contar 'La cabra montesina', y cantó, con una voz muy macarra, lo que dice esta cabra que se come a todo el mundo: “Soy la cabra montesina / del monte montesinal / y al que suba la escalera / me lo trago de un tragal”. Esta rima se repite cinco veces a lo largo del cuento, y, a la tercera vez que la repitió, confiesa que oyó una voz del público que decía: “¡Qué mal canta!”. “Era el autista”, aclara Ana Griott con sentido del humor.
En cuanto a la 'princesa', tuvo lugar en la Alhóndiga de Segovia, después de que la Fundación Mapfre la contratara para dar una conferencia sobre 'Literatura y niños muy pequeños'. “Era el día de la inauguración y la presidenta de la Fundación Mapfre es la infanta Elena, que pasó por mi conferencia con su séquito. En cuanto la vi, pensé en cómo hacer para que se detuviera a escuchar y comencé a contar: 'Había una vez una princesa que estaba encantada de ser la primera princesa, porque era una princesa de cuento: con ojos de princesa, boca de princesa y cintura de princesa, y luego estaba su hermana menor, la segunda princesa, que estaba harta de ser siempre la segunda. Y además tenía ojos de niña, boca de niña y cintura de niña. Y estaba harta de ser la segunda porque además tenía la corona más pequeña. Pero un día se le ocurrió la solución: matar a su hermana mayor'”. Entonces, la infanta Elena abrió mucho los ojos y se sentó a escuchar todo el cuento y toda la conferencia. “El cuento es una historia de Tony Ross que se titula 'La segunda princesa', y cuando lo cuento los niños asienten con su cabecita y los padres me miran horrorizados. Es un excelente 'exemplum' de que hay que tener en cuenta al que escucha. Y la escucha de la infanta también fue buena prueba de ello”. Por esto, contar es para Ana Griott una experiencia comunicativa total que te coloca en el lugar de lo maravilloso, de la posibilidad de lo imposible.
La narración oral
Confiesa que el descubrimiento de la narración oral constituyó el hallazgo de un tesoro. “Un tesoro que guardo y cuido como una dragona”. Fue a raíz de su tesis doctoral, 'Neopopulismo en la lírica culta del siglo XX', sobre los vínculos de la lírica culta con la tradicional, lo que la llevó, allá por el año 92, hasta el Festival de Otoño de teatro: 'Espectáculo de narración oral escénica'. Su tesis versaba sobre cómo los poetas de la generación del 98 y 27 (como Lorca) entran en contacto con eso que es el pueblo, “los que callan, los que no saben leer, y comienzan a componer versos con metros y temas populares”. Y como su tema era la oralidad, se encontró con una narradora colombiana y un narrador costarricense “que solo con su palabra conseguían mantener la atención de doscientos españoles durante más de una hora”. Aquello le pareció tan prodigioso que empezó a formarse en narración escénica, en expresión corporal, en clown y en técnicas vocales. Y llegó la hora de contar por todo el mundo esos cuentos que contaban las mujeres leonesas en los filandones, y los que cuentan otras mujeres del mundo. También le gusta contar los cuentos –matiza– que las mujeres de Marraquech no pueden contar en la hermosa plaza de Djemaa-el-Fna, “cuentos que fueron recogidos por la doctora Legey a comienzos del siglo XX y que descubrí en la Biblioteca Nacional de Madrid y publiqué en la colección que codirijo en Ediciones Siruela, la Biblioteca de Cuentos Populares”.
Los cuentos de todo el mundo son iguales, cambia el elemento mágico, que se adapta a la producción agraria local: en el Mediterráneo el elemento mágico es la naranja. Lo profundamente cultural es humano y está por encima de las diferencias locales.
A propósito de la legendaria plaza de Marrakech, que a Ana Griott le parece hermosa, cree que sería una maravilla si no fuera porque las mujeres no tienen acceso a este espacio para contar, “porque en Marruecos las mujeres no pueden contar en los espacios públicos, solo tras las paredes de alguna casa, como las mujeres leonesas de los filandones”.
Por otro lado, también está convencida que, desde que la plaza fue declarada Patrimonio de la Humanidad, los narradores se han convertido en 'souvenirs' para ser fotografiados por los turistas y han perdido su función primera: contar sus historias, contarse, “porque lo que importa es su atuendo, su gesto (lo que se puede llevar el turista en una foto) y no sus palabras”. Esto es de alguna manera lo que le ha pasado a nuestro filandón, que, convertido en patrimonio intangible de la humanidad, ha perdido su significado primero, su función primera, y ha adquirido tanto valor –apostilla–, prestigiado por nuestros insignes narradores leoneses, que nos hemos olvidado de que era una tradición de nuestras abuelas, de esas que en el ámbito de lo público callaban, como las mujeres marroquíes, como las mujeres de todo el mundo.
La necesidad de dar voz a los sin voz
En este mismo sentido, su trabajo narrativo parte siempre de lo popular y responde siempre a la necesidad de dar voz a los que no la tienen, a los que callaron por miedo a significarse y que ello concitara las envidias de algunos y les causara la muerte, de dar voz a los insignificantes. “Siempre tengo muy presente a mi abuela, que nunca me contó un cuento pero que me enseñó a escuchar el silencio, y a querer a los que no tienen voz, a los que no cuentan pero son los que más cuentan. También a mi madre, que no sabía leer y solo escribía su nombre, pero que siempre compraba libros porque quería que nosotros, sus hijos, pudiéramos tener lo que ella nunca tuvo: la llave para entender qué decían aquellas letras. La verdad es que fue una suerte para mí que no supiera leer porque con 12 años me compró un libro de Nietzsche: 'Así habló Zaratustra', que me leí, y luego 'El proceso' de Kafka, y 'San Manuel Bueno Mártir', de Unamuno. Ella no entendía, afortunadamente, qué era eso de los libros para niños: la 'literatura infantil', le llamamos ahora. Los libros eran libros y servían para leer, eso que ella no podía hacer. Ambas, mi abuela y mi madre, están muy presentes, y también mi padre, que los domingos por la mañana nos reunía a todos en su cama y nos recitaba a Lorca y a Espronceda (él sí sabía leer) con acento del Páramo”.
Por todo esto, la lectura es muy importante para Ana Cristina Herreros como ser humano y como escritora. “Decía Georges Steiner que la literatura es como un viento que te abre la ventana y te descoloca la casa, y luego, cuando ha pasado, cuando cierras el libro, te toca volver a colocarla, pero ya no es la misma. Yo necesito ese viento que me descoloque la casa y el pelo, por eso no salgo ni a comprar pan sin un libro”. Y lee mucho porque sus fuentes, cuando escribe y cuando cuenta, son fundamentalmente escritas: “folcloristas del XIX y de comienzos del XX”.
También el hecho de ser correctora de estilo, editora y directora de una colección en Ediciones Siruela durante 25 años le ha obligado a leer. Entre su lecturas preferidas figuran 'Todos los cuentos', de Antonio Pereira, que ella misma se encargó de editar. Reconoce que el maestro villafranquino del cuento le enseñó el gusto por la palabra precisa, por la historia de los que no aparecen en los libros de historia, por la humildad y la sencillez. “Me fascina leerle y me fascinó escucharle porque era y es un excelente narrador tanto oral como escrito. También él me regaló la oportunidad de conocer a su esposa, Úrsula Rodríguez Hesles, que es, como Antonio Pereira, una gran narradora que me encanta con sus relatos”. Por su parte, Antonio Gamoneda le enseñó a amar el frío, y Juan Carlos Mestre a decir con el corazón en los labios y el compromiso en el corazón. Con Antonio Colinas aprendió la sonrisa, “que se siente en todo lo que escribe este gran poeta y ensayista, porque él me enseñó también a amar a Leopardi”. De Llamazares, Merino, Mateo Díaz aprendió el vínculo con la tierra. De Carmen Busmayor aprendió la cercanía, “el roce de la palabra que toca apenas pero estremece”. Y dice seguir aprendiendo de la nueva generación de poetas leoneses que le conmueven siempre que visita sus libros, “como Víctor Diez, por citar al que he visitado más recientemente”.
La muerte no tiene esa connotación de castigo por un pecado que tiene en las grandes religiones y que ha servido para dominar a los fieles mediante el miedo. Mostrar a la muerte en su sentido primero es para mí una responsabilidad y un acto de libertad.
El paisaje que veo, los olores que me asaltan, los relatos que escucho, todo ello alimenta mi narración tanto escrita como oral.
La lectura como viaje
Apasionada de la lectura, Griott lee también mientras viaja -ella que ha viajado por varios lugares del mundo para contar cuentos-, y viaja cuando lee “porque leer es siempre un viaje”. Y, además, todo lo sucede en sus viajes nutre lo que escribe y lo que cuenta: “el paisaje que veo, los olores que me asaltan, los relatos que escucho, todo ello alimenta mi narración tanto escrita como oral”. Escribe mucho en aviones, trenes, buses y habitaciones de hotel porque viajar la coloca “en el lugar del vértigo, en el lugar donde las rutinas de lo habitual, donde los quehaceres programados cada día, no existen y todo puede ser posible. Y ese es un lugar muy creativo”. Además, viajar le obliga a estar sentada un montón de horas sin conexión telefónica ni Internet, le obliga a conectarse consigo misma, y eso también es muy creativo.
Su obra ha sido premiada y traducida a varios idiomas, entre ellos al 'mexicano', que es sin duda un 'idioma' dentro del castellano. “La traducción de mis textos me ha enseñado mucho”. La Fundación Dieta Mediterránea le otorgó en el 2012 un Diploma de Honor, que compartió con la primera dama de Estados Unidos, Michele Obama. También ha sido premiada su labor de investigación por sus cuentos mediterráneos, “y porque ando yo por el mundo con mi pandero oceánico enseñándole a la gente cómo suenan nuestros mares, cómo suena el Mediterráneo... y el Cantábrico”. Asimismo, ha recibido dos veces el mismo premio: el que concede el ministerio de cultura al libro mejor editado: en el 2009 por su 'Libro de Monstruos españoles', y en el 2011 por 'Geografía mágica', ambos publicados en Siruela. “Aunque ambos premios son mérito de mi editor de Siruela: Fernando Gaona, el mejor”.
Pero el libro, con el que se siente más satisfecha, es el titulado 'Cuentos populares de la Madre Muerte'. Hace poco lo re-presentó en la Librería de mujeres de Madrid y al finalizar se le acercó una mujer a abrazarla y darle las gracias, a ella y a Siruela, que había tenido el valor de publicar un libro sobre lo que nadie quiere ni oír. Y le contó que lo estaban usando en la planta de cuidados paliativos de un hospital público de Madrid para morir con serenidad. “Qué más se le puede pedir a un libro”.
Esta obra contiene 44 cuentos tradicionales de todo el mundo que cuentan qué es eso de la muerte. “Amor y muerte mueven el mundo porque son las dos caras de la misma moneda que se llama: la vida (4 es el número cabalístico de la muerte)”. Y es que en la tradición oral, que hunde sus raíces en tiempos muy antiguos en los que la vida y la muerte no eran opuestos sino complementarios –se expresa Ana Cristina–, sigue conservando esa visión de la muerte como la amiga, la amante, la madre, a cuyo vientre regresamos cuando nuestro tiempo se ha acabado. “La muerte no tiene esa connotación de castigo por un pecado que tiene en las grandes religiones y que ha servido para dominar a los fieles mediante el miedo. Mostrar a la muerte en su sentido primero es para mí una responsabilidad y un acto de libertad. Era una idea que me rondaba desde que publiqué mi primer libro, en el que me vetaron un cuento en versión catalana: 'L'amic de la Mort' ('El amigo de la Muerte'), o 'La Muerte Madrina'. Un cuento que nos presenta una muerte justa. No les pareció 'teológicamente correcto'. Y ni falta que le hace a este cuento ser teológicamente correcto. Gracias a ello se ha perpetuado desde por lo menos la Edad Media, pues su primera forma escrita está en las Danzas medievales de la muerte, una forma de teatro comunitario, que constituye el germen del teatro en Europa”.
En la actualidad, dirige la editorial Libros de las Malas Compañías, que surge, “como todas las cosas que perduran en el tiempo, por una necesidad: la de conciliar investigación, oralidad, escritura y edición: las diversas facetas de mi quehacer de todos estos años. Es una aventura en la que no estoy sola: caminamos este proyecto una docena de locas y locos que creemos que es posible hacer libros bellos, y venderlos. Ellas son las malas compañías que nunca te señalan el camino cómodo sino el más arriesgado, que siempre te apartan del camino recto y te llevan por lugares sinuosos y poco transitados. Son un auténtico peligro porque su entusiasmo siempre me enciende. Por eso nuestro logo es el símbolo del papel y el de las sustancias inflamables, porque queremos publicar libros que enciendan, que arrojen un poco de luz”.
Asimismo, está editando los 'Cuentos antiguos de Gran Canaria, contados por las niñas y los niños', que es fruto de un trabajo de investigación auspiciado por el Cabildo de Gran Canaria, en el que ha estado trabajando el curso pasado, junto con María Jesús Alvarado, y que consistía en recoger en la escuela los cuentos de los abuelos a través de las niñas y niños.
Decía Georges Steiner que la literatura es como un viento que te abre la ventana y te descoloca la casa, y luego, cuando ha pasado, cuando cierras el libro, te toca volver a colocarla, pero ya no es la misma. Yo necesito ese viento que me descoloque la casa y el pelo, por eso no salgo ni a comprar pan sin un libro.
Y está escribiendo un 'estrellario', que es el complemento a su 'Geografía mágica', “porque la gente le inventa historias a la geografía, y también al cielo, para orientarse. Es necesario sentir el alma de la tierra (el 'anima mundi') y mirar al cielo para no perderse”. Y también un bestiario, su gran pasión.
Entrevista breve a Ana Cristina Herreros
“Mi fuente literaria principal es la vida, la escucha de esa vida”
¿Qué libro no dejarías de leer o leerías por segunda vez?
Los que están hoy en mi mesilla de noche: 'Antología universal del relato fantástico', 'El hombre que amaba a los perros', de Leonardo Padura; 'El tren pasa primero', de Elena Poniatowska, y 'La casa roja', de Juan Carlos Mestre.
Un personaje imprescindible en la literatura (o en la vida)
El narrador que abre su boca y dice: “Había una vez...”, y convoca en torno a sí todo lo que sucede, todo que ha sucedido, todo lo que “Era y tantas veces fue en la antigüedad del tiempo...”
Un autor o autora insoportable (o un libro insoportable).
'La gaviota', de Fernán Caballero.
Un rasgo que defina tu personalidad
No callo.
¿Qué cualidad prefieres en una persona?
El cuidado. Me gusta la gente que cuida.
¿Qué opinión te merece la política actual? ¿Y la sociedad?
portada de El libro monstruos españoles
Me apena la confusión que ha habido entre política, el gobierno de la polis, de la ciudad, y algunos políticos, herederos de un gobierno de caciques. Esa confusión que alientan quienes quieren que no creamos en la posibilidad de un gobierno de políticos honrados porque así seguirán robando con impunidad ante nuestra indefensión. Pero estamos en un momento muy interesante: la gente se está dando cuenta del poder de lo colectivo, y de que podemos reclamar que los que nos gobiernan sean honrados, y eso se ha visto en el resultado de las elecciones al Parlamento europeo. No pueden ya desoírnos, ni matarnos: somos mayoría, no pueden sin nosotros y nosotros sí podemos sin ellos.
¿Qué es lo que más te divierte en esta vida?
Lo que más me divierte es lo que más me emociona, lo que más complica mi ser: contar.
¿Por qué escribes?
Escribo por una cuestión de coherencia: porque es lo que más me divierte, lo que más me emociona, lo que más complica mi ser.
¿Crees que las redes sociales, facebook o twitter, sirven para ejercitar tu estilo literario?
No, las redes sociales no tienen sintaxis, tienen parataxis, y por ello carecen de estilo literario, si consideramos que la enumeración no es ni un tropo ni un género literario. Pero sirven para enumerar los lugares que frecuento y para que miles de personas sepan dónde ando.
¿Cuáles son tus fuentes literarias a la hora de escribir?
Mi fuente principal es la vida, la escucha de esa vida, que palpita en la gente con la que me cruzo.
¿Escribes o sigues algún blog con entusiasmo porque te parezca una herramienta literaria?
No creo que un blog sea una herramienta literaria, en el sentido de que sea un ejercicio de estilo. Escribo tres blogs: uno de ellos para facilitar a la gente que me sigue que sigan mis pasos (anagriott.blogspot.com.es), otro vinculado al proyecto de recuperación de cuentos tradicionales en Gran Canaria para que la gente escuche y participe contándonos sus cuentos (vocesdenuestraisla.blogspot.com.es), y otro para mostrar lo que hacemos en una biblioteca de Oussouye (Senegal) con la que colaboro (bibliothequetebadiatta.blogspot.com.es). Los tres son itinerarios, mapas que marcan los lugares por donde me muevo.
Una frase que resuma tu modo de entender el mundo.
“Llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones, y ese mundo está creciendo en este instante.”