“La tecnología avanza que es una barbaridad”, decían nuestros abuelos. El mundo cambia mucho más rápido a veces de lo que podemos comprender. Exploramos el impacto de la tecnología mirando más allá de la pantalla.
La gente que vive demasiado
Lo he leído muchas veces, pero los autores que abordan este tema, como Piketty, lo hacen de una manera tan relamida y enrevesada, que no se entiende bien lo que dicen, así que voy a intentar lo contrario.
Uno de los mayores problemas de nuestra época, en esta parte del mundo, es la longevidad. La gente no se muere ni a tiros. La gente dura más de lo razonable, y eso es una mierda y un daño para todos por motivos muy diversos. En primer lugar, los patrimonios y el poder económico, se concentraban en los viejos que, por su propia naturaleza, no tienen ganas de hacer nada.
Y no me refiero a los milmillonarios, sino a la gente en general, a la peña de a pie. Si en una familia sigue todo en manos del abuelo, a sus 87 años, no esperes que ponga una empresa, no esperes que abra un taller, no esperes que haga nada. Donará una parte, si acaso, a los hijos, y el resto lo retendrá para quedarse cinco años como un calamar en una residencia, hasta los 93, a razón de dos mil euros al mes. Y cuando al final el abuelo se muera de una puta vez, sus hijos tendrán 67, 64 y 61 años respectivamente, con el pescado vendido, sin ganas tampoco de emprender nada, ya casi ni de gastar en nada, porque estarán reuniendo también pasta para la residencia mientras sus hijos se rompen los cuernos pagando un alquiler.
Eso sucede con la longevidad: el capital se retiene demasiado tiempo en manos muertas, y cuando pasa a la generación siguiente, ya es demasiado tarde para que esta generación tenga el menor deseo de nada. Las herencias, hoy, pasan de muerto a moribundo, de un cementerio a otro, como los huesos que se sacan de una excavación arqueológica para llevarlos a un museo.
Pero no es sólo dinero.
Otro día, con más ganas, hablamos de los efectos de la longevidad en la política, con la acumulación de votantes en un espectro de edad rancio, cegato, conservador y desdentado. O de los efectos de la longevidad en el sistema de salud, gastando ingentes cantidades de dinero en cronificar enfermedades que no van a mejorar, en mantener con vida a gente que en realidad ya no está aquí. O en el simple tapón que los jóvenes sufren por arriba a otros muchos niveles.
Luego nos extrañamos de que Ayuso dejara morir a casi ocho mil viejos y sólo un 1% de las familias presentase queja. Mucho me parece un 1%, todavía. Mucho más de lo que yo esperaba, la verdad, viendo el nivel de alivio de algunas familias cuando sus mayores se van finalmente al camposanto.
Menos mal que ahí están los hechos, porque hablar, de este tema, nadie quiere hablar en serio.
Como decía en la entradilla, todos queremos vivir mucho y es legítimo, pero eso no significa que el aumento de la esperanza de vida sea una buena idea para la sociedad en su conjunto. Lo neoliberal es vivir más, pero lo socialista es morirse.
El bien común antes que nada, amigos.