Mercadear en la Plaza del Grano

Máximo Soto Calvo

Antonio Gamoneda(*) ha escrito. Y aunque no fuera más que por su bello estilo, yo, que no soy más que un sencillo convecino, escuchado el suave clamor que fluye de su letra, bien galardonada por cierto, aferrado a su decir, no me importaría acudir al alcalde, por si no ha tenido tiempo de leer su gran 'Carta muy abierta'.

Señor Gutiérrez, le diría, por si aún no ha podido hacerlo, permítame que le invite a escuchar la voz del arte, el de decir las cosas, con el cadencioso fluir de una petición razonada, pero no para quedarse en la prosa, algo muy posible dado su encanto, que en este caso a tramos se nos antoja poesía, sino, impregnado de la mejor esencia salvadora, decidirse a observar la 'Plaza del Grano', y, “haga conmigo, por favor, una contemplación intelectual del lugar y fije su mirada... canto rodado, soportales...la horizontalidad arquitectónica de la plaza... hacen que siga siendo muy digna de respeto... en lo que concierne a la composición espacial y a la caracterización histórico-antropológica.”

Quién le obliga a modificarla, sería mi impetuosa pregunta al Regidor. Pues, cuando la supuesta comodidad es buscada aún a costa de robar esencias medievales, lo removido y reconstruido mediante un moderno alomado de morrillos, según dicen, sobre una artificial zahorra previamente incorporada rompiendo el regusto constructivo de la antigüedad, la “postal” estará a punto de romperse, ya que hasta el simple maquillar puede ser, como en este caso, dolosamente equiparable a destruir.

La tosquedad primitiva del canto asentado tendrá todos los inconvenientes que los “modernos”, impulsados por las prisas del momento, crean oportuno atribuirlo; pero, así era, así es, y como “tampoco tenemos que desfigurar o maquillar los testimonios de nuestro pasado cultural”, así deberá seguir siendo, sin agredir su más estricta puridad.

Mercadear en la Plaza del Grano, su mejor y fiel destino de plaza medieval, apunta: “en las madrugadas y las tardes de los miércoles y los sábados, y vengan directamente a la plaza del Grano los cereales y las legumbres de la provincia campesina”, y propone: “Eximan de la tasa a aquellos cultivadores y cultivadoras que acudan con trajes tradicionales (no obligadamente trajes festivos; bastarían las viejas indumentarias del trabajo, del cada día). Y, los que quieran y puedan, aportando algún ornamento: las antiguas herramientas y útiles campesinos, los pequeños objetos emblemáticos del ámbito rural leonés”...

Si tal acontecimiento resultara prohibitivo con la periodicidad semanal insinuada, téngase en cuenta, señor alcalde, para acontecimientos festivos leoneses, a fin de que lo nuestro, ¡nuestro!, reviva en una plaza que debe guardarle con la más exquisita de las fidelidades. “Se lo rogamos, se lo pedimos”

*Discúlpeme el autor la libertad de haber tomado algunas de sus precisas frases, para apoyar también mi parecer discrepante sobre la reforma pretendida para la medieval Plaza de Grano.