Genarín 'resucita' al tercer año, el desarrapado borrachín que lidera en León una religión canalla en plena Semana Santa

Después de las 'plagas' pandémicas, al tercer año 'resucita' el pellejero Genarín, el desarrapado elegido entre los elegidos para sacudirse cada año en León de forma canalla la gazmoñería de una Semana Santa que (casi) todo lo puede.

Van 94 años ya desde que, según relataron incluso en primera página los periódicos y las esquelas de 1929, murió trágicamente el jornalero Jenaro (con “j”) Blanco. Fue aplastado contra el tercer cubo de la muralla de origen romano de León por un camión de la limpieza municipal, pilotado por un jovencísimo aprendiz que pagó muy caro el exceso de velocidad para no perderse la principal procesión de la ciudad aquella mañana de Viernes Santo. Son detalles inéditos que desveló ILEÓN hace algunos años y que ponían en cuarentena imágenes asentadas en décadas de leyendas, como que la víctima se encontraba meando la moña.

Era evidente que bien como Jenaro o como Genarín, de apellido Blanco que le retrata como hijo de padres desconocidos, el pellejero que capeó con mil oficios la miseria hasta los 64 años, era un personaje de baja estofa.

En tiempos de miseria no sería el único en León. Pero a él le cabe la gloria de pasar a la historia envuelto en capas y capas de mitos, como todo buen mesías que se precie. Como dejara retratado a modo de Nuevo Testamento el escritor leonés Julio Llamazares en 'El entierro de Genarín', el hombre que dejó de ser aquel 29 de marzo de 1929 habría capeado su escasa fortuna siendo un borracho irredento, putero y protector de meretrices, resabiado jugador de tute y garrafina, aprendiz de barbero, baratero del ilegal juego de las chapas, comerciante de pájaros y de pellejos de animales, ayudante de toreros y hasta muñidor de políticos que les aplaudía en los mítines a cambio de dinero.

Por otro lado, se supo con los años y se publicó en ILEÓN y en el libro 'De Genaro Blanco a Bendito Canalla', de Francisco Javier González Fernández-Llamazares y Julián Robles, que su auténtico infortunio vital arrancó con la pérdida de su condición de trabajador en el Ayuntamiento leonés por una privatización de la época, una dolorosa viudedad y quedar al cargo de cinco hijos, uno muerto en el mismo hospicio donde él se criara y en el que a la fuerza hubo de dejarlos, aunque a la postre les sacara adelante.

Desde estas terrenales circunstancias, a modo de via icrucis vital, ascendió el bajito y maltrecho Genarín a los altares de una nueva religión, creada en torno a su figura para capear la asfixia de los no creyentes en la importante Semana Santa leonesa, hoy de Interés Turístico Internacional, y entonces única celebración que la moral admitía, aprovechando lo más vicioso que el pellejero encarnaba.

Llamazares también ensalza la importancia que en su transformación a Nuestro Padre Genarín tuvieron los llamados 'cuatro evangelistas', unos vividores de su tiempo, capaces, dicen, de intentar emborrachar al mismísimo gobernador civil de León para que cambiara las fechas de la Semana Santa en vez de las del entierro de su venerado nuevo mesías. Con cero éxito, si es que fue cierto.

En la procesión que cada madrugada de Jueves Santo a Viernes Santo reúne a miles y miles de fieles juerguistas no sólo desfilan, con los vaivenes que provocan los vapores de orujo, los pasos del propio Genarín, La Muerte, La Cuba de Orujo y La Moncha, la prostituta que dicen que le cubrió la cara con periódico estampando su rostro a modo de sábana santa. También procesionan muñecos de aquellos cuatro juerguistas: Francisco Pérez Herrero, mecánico-dentista y poeta; Nicolás Pérez 'Porreto', árbitro de fútbol que regó con orujo el campo del equipo de fútbol de la Cultural y Deportiva Leonesa para que lograra su única victoria en Primera División; Eulogio 'El Gafas', taxista; y Luis Rico, aristócrata decadente que subvencionaba las farras de todos ellos.

Sólo dos veces se frenó el desenfreno genariano que ellos y una creciente masa alimentaron: la primera fue la prohibición del gobernador franquista desde 1957 hasta 1978, tras el enorme escándalo que provocó un artículo en el periódico censurando el “mal gusto, chabacanería y alcoholismo”, la “ordinariez y exceso de 'copeo'” de los miles de participantes en la procesión pagana. La segunda, la pandemia de covid, que dejó en capilla los festejos desde 2020 y su celebrado Certamen Genariano de Versos Burlescos desde un año antes.

El recorrido, con nuevo principio y final

Por eso, ahora, al tercer año, el Entierro de Genarín este jueves 6 de abril de 2023 es toda una resurrección anunciada. Llega con cambios importantes que afectan a su origen, ya que no partirá de la Plaza del Grano y su empedrado tradicional, y a su llegada, que no será masiva junto a Los Cubos de la muralla de la calle Carreras donde Jenaro fue aplastado, porque está en obras de peatonalización.

En su lugar, cofrades que acudan a la Sagrada Cena en una taberna secreta, devotos genarianos y turistas llegados de cualquier lugar a la llamada del desenfreno están citados a partir de la medianoche en Puerta Moneda, en las inmediaciones del llamado Prado de los Judíos y Las Cercas para realizar las cuatro paradas de rigor: en la misma Plaza del Grano, con lectura de poemas; en la Plaza de San Martín, corazón del Barrio Húmedo; en la pequeña rúa de La Sal donde se recitan los versos de “La calle de los 30 pasos, ni uno menos ni uno más”; y la Plaza de la Catedral, rememorando poemas del evangelista más longevo, Pérez Herrero.

Tras recorrer las calles Cardenal Landázuri y Convento, acabarán todos en la Plaza Puerta Castillo que alberga el Archivo Histórico Provincial de León, antigua cárcel, y a pocos metros del lugar donde el hermano colgador se encaramará otras vez a la muralla que vio morir al patrón para dejarle la ofrenda anual de sus alimentos predilectos, el pan, el queso, la naranja y el orujo, amén de la corona de laurel bendecida con el aguardiente.

El fin de toda restricción amenaza con romper este año la barrera de las 20.000 personas que se calculan en la suma de ritos de esta noche iconoclasta en los años de mayor desenfreno, coreando aquellos versos que animan al brindis: “Y siguiendo sus costumbres, que nunca fueron lujo, bebamos en su memoria, una copa de orujo”.

Al clarear la mañana de Viernes Santo ocurrirán seguro dos cosas: que el esfuerzo extra de limpieza de las calles y la centenaria Procesión de Los Pasos y el solemne acto de El Encuentro en la Plaza Mayor se sobrepondrán a la resaca de otro año de veneración a Genarín, a lo que fue y lo que representa, cosas ambas que convierten su celebración en una fiesta popular única en España, a la par que muy literaria.