Desde que el cadáver, muy mutilado, del jornalero Jenaro Blanco quedara tumbado en plena mañana del Viernes Santo a los pies del tercer cubo de la muralla de origen romano de la ciudad de León, hace ya 88 años, empotrado por un camión que pilotaba un jovencísimo chófer, el mito de Genarín no ha hecho otra cosa que agigantarse. Descontroladamente.
Los responsables primigenios fueron los llamado 'Cuatro Evangelistas', conocidos -quién sabe si amigos- del insigne fallecido, vividores de la triste noche leonesa de aquella ciudad de piedra y barro de apenas 20.000 almas en el fatídico año de 1929 que, eligiendo como salvador de su tedio al infortunado Jenaro, le elevaron a los altares para darle de paso en las narices a la santurronería local.
Los continuadores de la mitificacón del supuesto pellejero, supuesto borracho impenitente, presunto putero y jugador, fueron quienes en 1978 retomaron la 'procesión de los borrachos', prohibida por escandalosa 21 años atrás, y la engrandecieron hasta convertirla hoy en un referente de la juerga y el desmadre nacional, tan hiriente aún para la mentalidad bienpensante como antaño lo fuera el más crudo carnaval.
Julio Llamazares: La leyenda ofrece tan varias fórmulas que apenas arroja ninguna luz
Ya Julio Llamazares, el escritor leonés que a modo de quinto evangelista escribió ese Nuevo Testamento que fue 'El entierro de Genarín', admitió ya que “la leyenda, que ha crecido como una bola de nieve impulsada por la devoción, ofrece tan varias fórmulas que apenas arroja ninguna luz”. Es cierto. Esta nueva religión que cambia el olor a incienso por el de orujo, que troca la piedad por el vicio y las oraciones por la poesía satírica, con Genarín como involuntario Pantocrátor, deja a un lado -como tantas religiones- los hechos objetivos, los documentos y testimonios reales: la verdad.
El acta oficial de su muerte cambia muchas cosas
Con el afán que nos caracteriza, en iLeon.com nos propusimos enmendar la atrayente historia de san Genarín o san Genaro -como se le conoce sobre todo en Asturias, más que en León- o al menos cotejarla con el rastro real del venerado personaje. Y así llegamos hasta un documento inédito hasta ahora, como es su acta oficial de defunción, que obra en el Registro Civil de León y que hay que agradecer al historiador leonés Julián Robles.
Todo indica que ni estaba meando ni mucho menos defecando con el cinturón al cuello, seguramente paseaba sin más
Amante de las fotografías antiguas y los documentos desconocidos, está encantado de darlos a conocer al mundo entero a través de Facebook, en el grupo Imágenes para el recuerdo de León. En un post de hace semanas, se habló sobre Francisco Pérez Herrero, poeta, el último 'evangelista' en morir, no sin antes reconocer también él que se “adornó mucho la historia del pellejero”, ya que ni estaba orinando ni mucho menos agachado en otras evacuaciones con el cinturón al cuello cuando tuvo la desgracia de morir atropellado.
Jenaro, con “J”, y su edad exacta
Fue ahí donde apareció: su acta de defunción. Un documento que contradice por sí mismo algunos importantes mitos del mesías de los juerguistas. Para empezar, el juez Francisco del Río Alonso, “juez municipal suplente”, recoge lo que luego harán otras informaciones de la época: que se llama Jenaro, con 'jota', que no Genaro. Y se apellida Blanco, sin un segundo apellido, nada extraño teniendo en cuenta que es hijo de “padres desconocidos” y Blanco era el apellido común para identificar a los huérfanos.
Jenaro suma exactamente 58 años, no los “cerca de 60” consignados por aproximación hasta la fecha, y es viudo de María García Pérez. Viudo y con cuatro hijos vivos comunes, no de otros posibles matrimonios o uniones. Se trata de Jacinto, Leonardo, Ángel y Emilio, quienes quizá en esta fecha de 1929 ya no, pero años atrás fueron sacados adelante en solitario por nuestro protagonista desde el fallecimiento de su esposa 12 años atrás, como luego veremos. Pero Jenaro Blanco y su esposa habían tenido seis hijos, dos de los cuáles, Andrés y Antonio, ya habían fallecido cuando tuvo lugar el trágico suceso, motivo por el que no salen reseñados en ninguna de las esquelas publicadas.
De todas las profesiones que se le atribuyen, el acta oficial se queda con jornalero
¿Y en qué trabaja Jenaro para ganarse el pan? Pues ni como pellejero -tratante de pieles de conejo y liebre-, ni como agresivo comercial que se dice que intentó vender la Catedral de León a un turista inglés, ni como baratero de las chapas, ni como mullidor del político local de apellido Zapico que le hiciera labor de ensalzamiento y boicot al contrincante, ni por supuesto como proxeneta. No. “Jornalero”, reza el documento en el apartado “profesión”. Lo cual, en verdad, es tan vago que admite casi toda profesión.
Muerto durante la procesión de Los Pasos
Más profuso es el apartado referido a su mortal accidente. Ocurrió a “las once horas” del 29 de marzo de 1929. Es la mañana del Viernes Santo, a plena luz del día, no la madrugada del Jueves Santo, lo que indica que falleció durante la tradicional procesión de Los Pasos de la centenaria Cofradía del Dulce Nombre de Jesús Nazareno, que estaría pasando muy cerca de la Carretera de los Cubos.
La “certificación facultativa” relata fríamente que Jenaro perdió la vida por una “hemorragia con fractura de la región parieto-temporal-occipital”; léase, una mortal rotura en la parte superior y trasera del cráneo, al igual que a la altura de la sien. Está claro que 'Genarín' sucumbió en el acto.
Para saberlo hay que contrastar este documento oficial con las informaciones de la época. Porque para ser poco menos que el pordiosero que se relata a veces, siempre fiado, desaliñado y de aseo escueto, la noticia de su brutal muerte ocupó lugares muy amplios y destacados en la prensa. Incluso fuera de León.
Las noticias de su muerte fueron amplísimas, en el Diario de León y La Democracia de Miguel Castaño, e incluso se replicaron fuera de León
El periodista acude a la Biblioteca Pública de León. En la planta 1 pide consultar el Diario de León de fecha 30 de marzo de 1929 (entonces propiedad del Obispado) y una funcionaria lo deja visualizar en una vieja pantalla de ordenador en el que este periódico aparece digitalizado con mediocre calidad. Se aprecia en el recorte de la página 8, titulado “Un hombre muerto por una camioneta”. Ofrece abundante información detallada con el peculiar estilo de la época.
Pero desea cotejarla para obtener el relato más exacto posible y busca de idéntica fecha el otro periódico que entonces 'pega' en León: La Democracia, liberal y altamente profesional, bajo la dirección de Miguel Castaño. Otro leonés que como Jenaro fue huérfano de humildísimo origen y que ya por aquel entonces había sido alcalde de León, y que lo sería nuevamente muy poco después, en la II República, sin dejar nunca de ser periodista. Problema: de 'La Demo' -así se le llamaba entonces- la biblioteca pública solo conserva... dos ejemplares de los miles que editó desde el siglo XIX hasta el 18 de julio de 1936. Un desastre manifiesto.
El investigador no desespera. Internet a veces da gratas sorpresas. Y esta vez permite encontrar un completo trabajo titulado “La esquela de Genarín: pequeño estudio histórico-bufo sobre su vida y muerte”. Se basa en la abudante documentación localizada por el investigador leonés Javier González Fernández-Llamazares. Esquela aparte, el artículo relata punto por punto la noticia, que también replicaría de manera literal El Día de Palencia el 1 de abril.
Del cruce de ambas noticias, y el acta de defunción, los hechos irrefutables del siniestro que acabó con Jenaro e hizo nacer a Genarín son los siguientes: todo ocurrió en en Viernes Santo a las once de la mañana (ni poco antes de las 12 del Diario, ni a las 10 que consignó La Democracia).
La policía detuvo en el momento al conductor de la camioneta, José María Sáez (o Sáenz). Tenía 19 años. Dejó a la víctima literalmente 'estampada' en un cubo de la muralla
A esa hora Jenaro simplemente caminaba por una orilla de la Carretera de los Cubos, aún hoy de estrechísima acera, cuando enfilando desde la plaza del Espolón en dirección a la Catedral, a la altura del tercer cubo, la “camioneta” de limpieza municipal (no de recogida de basura), bautizada por el saber popular como La Bonifacia (se supone que en honor al concejal del Ayuntamiento Bonifacio Rodríguez responsable de la adquisición de este primer vehículo motorizado de la brigada leonesa de limpieza) perdió el control a manos de su conductor, José María Sáez (o Sáenz, para el Diario). Era “vecino de Puerta Moneda”. Y contaba sólo con 19 años.
Ambos rotativos consignan el exceso de velocidad como la causa del pesado vehículo describiera “un rápido zig-zag” hasta “estrellarse contra la muralla, cogiendo por delante al conocido vendedor y comprador de pieles de liebre y conejo Jenaro Blanco y Blanco, de 64 años”, reza 'La Demo' equivocándose por seis años en la edad de la víctima, antes de consignar que “para identificar el cadáver fue preciso separar la camioneta, la que por el efecto del choque sufrió graves desperfectos”.
Un policía que detuvo al conductor y dos curas de Santa Marina
El joven conductor, que resultó ileso, fue “detenido por el guardia municipal Ricardo Muñiz, que le condujo a la Comisaría, pasando seguidamente a la cárcel -junto a donde ocurrió el accidente, en la prisión de Puerta Castillo- por orden judicial”, relata el periódico del Obispado.
El cura ecónomo y el coadjutor le dieron absolución y extremaunción, relata el Diario. Aunque todo indica que murió en el acto
Pero más rápido aún que la autoridad policial llegaron las eclesiásticas, si nos fiamos del Diario de León: “Seguidamente de ocurrir el accidente se presentaron el señor Cura ecónomo de Santa Marina, don Anastasio Fernández, y el coadjutor don Ramiro Carniago, dando el primero la absolución y administrándole a continuación la Extremunción subconditione (SIC)”.
Aquellas crónicas tan científicas... sin rastro de 'La Moncha'
En la camioneta, el conductor y homicida involuntario no estaba solo: viajaban en la cabina otros dos empleados de limpieza: “José Díez García, de 30 años, y Andrés Arias, de 27, que fueron curados en la Casa de Socorro el primero de una herida de cuatro centímetros de extensión, con desnudación (SIC) de periostio en la región superciliar derecha y erosiones en la cara, de pronóstico reservado;y el segundo de una herida en la cara dorsal de la mano derecha, con sección de las dos colaterales del dedo pulgar y erosiones en ambas manos, de pronóstico reservado, aplicándoseles el suero antitetánico”. Más exactitud como la del periodista de La Democracia es difícil pedirle a un cronista.
En cuanto al famoso, que lo era, poco más que el levantamiento del cadáver o el detalle de que “dos niños estuvieron a punto de ser alcanzados por la camioneta”.
Por lo contado hasta ahora, tiembla la versión de que permaneció tiempo desatendido su cuerpo y sólo su conocida prostituta de apodo La Moncha le fue a tapar el rostro con un papel de periódico, quedándose éste impreso cual Sábana Santa de un desarrapado, como los evangelistas glosaron y la fe genariana cree a pies juntillas.
Su hijo mayor, tipógrafo en la imprenta de Miguel Castaño
Para cerrar ambos relatos periodísticos de un hecho que sin duda fue muy sonado en aquel pequeño León, el eclesiástico Diario cierra con un tradicional “Dios en su infinita misericordia haya perdonado al difunto” -frase que quizá alimentó la fama de perdido en el vicio que aún hoy se le atribuye al verdadero Jenaro-, mientras el republicano La Democracia nos da una única pista familiar: ofrecen “nuestro pésame” a uno de sus hijos, Jacinto Blanco, “nuestro buen amigo y operario, que actualmente reside en Oviedo”.
Y es que así se demuestra que Jacinto, como luego veremos el mayor de los cuatro hijos varones del jornalero, había sido “tipógrafo (Diario) de talleres de esta ciudad”, en concreto en la imprenta propiedad de Miguel Castaño y también llamada La Democracia, como el periódico que imprimía, entre otros trabajos, en el número 1 de la Plaza de Don Gutierre. Ocupación que no deja entrever que la parentela de Genarín malviviera en modo alguno.
La esquela, en portada, delata su importancia
El cariño de la plantilla de La Democracia por Jenaro Blanco, a través de su hijo Lorenzo, excompañero, hizo que aquella espantosa muerte por “atropello automovilista” aún tuviera más relieve, si cabe. Porque nuevamente tras la pista desentrañada por Álvarez Domínguez aparece que en el ejemplar de 'La Demo' del 18 de abril de 1929 se publicó una esquela en su honor, localizada por Fernández-Llamazares.
El hecho de que apareciera en primera plana y bajo la mismísma cabecera del rotativo da buena muestra de su relevancia, pero también de la situación –aparentemente– nada delicada de la familia.
Jenaro Blanco era viudo desde 12 años atrás y tuvo misas en la iglesia de la Plaza del Grano semanas después
Ya que a la memoria de Jenaro Blanco y de su esposa, María García Pérez, que había fallecido el 18 de abril de 1917 -exactamente 12 años atrás- se aplicaron las misas que durante todo el viernes siguiente se dieron en la iglesia de Nuestra Señora del Mercado, la ubicada en la Plaza del Grano, junto a la calle El Barranco o 'Apalpacoños', en cuyas burdeles de mujeres de mala fama dice la leyenda posterior que Genarín reinaba entre sorbo y sorbo de orujo, algunos de ellos en la tasca del tío 'Perrito', haciendo esquina junto a los soportales empedrados.
La descendencia de Jenaro
Pero la esquela dice otras cosas que no están en los evangelios del santo canalla ni se cantan en los desmadres de la madrugada del Viernes Santo con una botella en la mano. Dice que el pellejero dejó cuatro huérfanos, coincidiendo sus nombres con los de el acta de defunción: Jacinto, Leonardo, Ángel y Emilio.
Y una hija política, y dos nietos, y dos cuñadas, una de ellas -inesperado cruce de religiones- monja en el barrio de Hortaleza, en Madrid; y un hermano político, y sobrinos y primos. No se sabrá nunca pero raro no sería que a aquellas misas de la iglesia del Grano acudieran abundantes deudos del célebre Jenaro... Aunque unos cuantos miles menos que cada año desbarran en el Entierro de Genarín.
Los 'evangelistas' y algunos milagros
La 'culpa' de esta nueva religión tiene los nombres de los Cuatro Evangelistas, supuestos amigos del pellejero que le elevaron a los altares recuperando milagros tales como el de aquel enfermo del riñón que gritó de dolor al pasar junto al punto donde el Padre Genarín murió y al emularle desahogando su vejiga se vio curado expulsando en la micción una piedra del tamaño de una nuez.
Francisco Pérez Herrero, el poeta y mecánico-dentista, el único que sobrevivió hasta la recuperación en 1978 del escandaloso entierro; Nicolás Pérez 'Porreto', árbitro de fútbol que protagonizó aquel otro milagro que consiguió una victoria de la Cultural tras regar una noche el terreno de juego con orujo; Eulogio 'El Gafas', taxista; y Luis Rico, aristócrata local y que con su fortuna familiar subvencionaba las eternas parrandas del grupo en honor a su maestro.
El artículo del 'nacional' Lamparilla que acabó con el Entierro
Pero también a ellos les atenaza la realidad que supera la ficción de San Jenaro. En la Semana Santa de 1957, como desde la del 30 ininterrumpidamente, los cuatro encabezaban el entierro celebrado con enorme discreción para no herir la sensibilidad de papones y la sociedad leonesa 'de bien'. Pero aquel año unas fuentes dicen 3.000, otras 7.000, el caso es que el entierro se desmadró más de la cuenta.
Lamparilla: Mal gusto, chavacanería y alcoholismo (...) ordinariez y exceso de copeo
Tuvieron la desgracia de que llegara a los oídos –o los ojos, quizá– del célebre Lamparilla (Carmelo Hernández Moro), el más renombrado e influyente periodista leonés del siglo XX desde que fuera el primero en contar en un diario improvisado la “gloriosa” victoria del golpe de estado del 20 de julio de 1936 en la capital, uniendo así para siempre su perfil al de la represión franquista y al bando nacional imperante durante 40 años.
Lamparilla escribió el artículo titulado “Entre curdas y 'gamberros'”, censurando la “vergonzante y vergonzosa manifestación de izquierdismo” que “pretende levantar cabeza, imitando aquellas 'valerosas hazañas' de ciertos republicanos de ensuciar de tiza y mala ortografía las paredes o colocar un letrerote zafio en una estatua respetable”.
“De humor tiene poco. Y si se adoba con versos está peor”
Se refería, por supuesto, a los adoradores de Genarín, a su “mal gusto, chabacanería y alcoholismo”. “¡Eso ha sido todo! Ordinariez y exceso de 'copeo'. Porque se pueda llamar 'humor' recordar la muerte de un pobre hombre atropellado por un camión 'soplando' vino y orujo en el lugar del atropello. De humor tiene poco. Ni aún macabeo. Y si se adoba con versos está peor”, escribió indignadísimo.
“Eso no es 'humor'”, continuó, “Ni es reverencia a la memoria de un muerto. A no ser entre ciertas tribus salvajes de taparrabo de plumas y anillo en la nariz que bebían licores raros ante los muertos. Pero Puerta Castillo no es África central”, comparando el “espectáculo entre tabernario y primitivo” con el cuadro de 'Los borrachos' de Velázquez.
El artículo/censura de Lamparilla fue como un tiro en la nuca de la fiesta loca que ya era El Entierro de Genarín. Y en base a la crítica del periodista, y dado su éxito, Pérez Herrero fue llamado a capítulo personalmente por el gobernador civil, quien conminó a los impulsores a no volver a celebrar jamás este desfile de granujas.
La dura orden del Gobernador
Dice la leyenda que aún hicieron intento de sobornar al representante gubernamental invitándole a una enorme juerga en casa de Luis Rico, para demostrarle las mieles de la ingesta masiva de alcohol y ablandarle.
Es imposible saber si es cierto que los 'evangelistas' trataron de emborrachar al Gobernador para convencerle de cambiar de fecha la Semana Santa en vez de El Entierro
Pero como se ofendieran al insistirles éste que cambiaran al menos de fecha del ya famoso entierro, y respondieran que tenía más sentido y justificación histórica cambiar de fecha la Semana Santa de León, ya no hubo opción al acuerdo. Al contrario. Tras la prohibición llegaron las más serias amenazas. Y Genarín guardó silencio público hasta 1978.
Le quedaba al periodista de ILEÓN una duda: ¿Por qué, si el acta de defunción de Jenaro explica literal que su cadáver recibió sepultura “en el cementerio de esta capital”, nunca se le honró más que subiéndole el hermano trepador cada año una corona y orujo a su muralla mortal, y no en su sepulcro? ¿Y si pudiera identificar dónde reposa el cadáver de uno de los leoneses más celebrados en el mundo entero?
Nadie en Puente Castro, donde vivía el pellejero, conserva recuerdo alguno de la familia
Las abundantes pesquisas en el antiguo pueblo, hoy barrio, de Puente Castro, donde residía el infortunado Jenaro, no dieron fruto alguno. Por más que se pregunta, nadie parece recordar su vivienda, nadie retiene su apellido, quizá por ser tan común. Nadie en Puente Castro parece tener memoria de ninguna familia del 'pellejero', ni por ese apodo ni por ninguno otro similar.
Siguiendo el rastro de su tumba
Errado el intento de las fuentes orales, habría que acudir al intrincado laberinto de las oficiales. En Puente Castro está también hoy el cementerio municipal de la capital. Con el certificado de defunción oficial en la mano, una funcionaria me ayuda a buscar a Jenaro Blanco en la base de datos. Imposible: sólo tiene un apellido. Busco por 'Blanco Blanco', como ponían las crónicas periodísticas, y nada.
Para descartar, buscamos si alguno de sus cuatro hijos reposa en este camposanto. Tampoco. Pero al final caímos en la cuenta: en 1929 los enterramientos no eran aquí, sino en el viejo cementerio de la avenida carretera de Asturias, hoy el colegio Anejas y la Residencia de Ancianos Santa Luisa. Y los libros de registro, me dicen, están en la sede del Archivo Municipal, en La Casona de Puerta Obispo. A poquísimos metros de la muralla donde Jenaro expiró.
“Cuartel F, Fila 2, número 26”
El amable funcionario me aclara que allí no están los libros de registro del camposanto. Que en la oficina central, calle Julio del Campo. Allí me cuesta un día más dar con su responsable, tras varias visitas.
Apenas hay información en el Archivo Municipal de expedientes de cambio de restos del viejo cementerio de la Carretera de Asturias al nuevo de Puente Castro
Por cuestiones de conciliación, ya que supuestamente descanso, acudo con algunos de mis hijos, que comparten mi ilusión cuando al final sucede: uno de los libros (años 1920 a 1930) recoge la inscripción de su sepultura. “Cuartel F, Fila 2, número 26”. Pero el gozo cae pronto en un pozo. Porque esta referencia no se corresponde con el actual cementerio sino con el antiguo, hoy desaparecido, me explican.
La pregunta ahora es: ¿Se trasladaron los restos de Jenaro, como sí hicieron no pocos familiares en el cambio de uno a otro recinto? Para eso hay que regresar a La Casona y consultar, uno a uno, todos los interminables sumarios de acuerdos municipales de las décadas de los años 40, 50 y más.
Una ¿coincidencia? que no puede ser
Es como encontrar una aguja en mil pajares. A lo sumo, aparecen unas decenas de peticiones de retirada y traslado de cruces, puertas, verjas o mármoles de un cementerio a otro, pero no existe un sólo expediente que aclare el traslado de restos humanos. Nadie, al menos en los papeles, explica qué se hizo con los huesos de décadas de leoneses muertos. Ni en el caso de Jenaro ni en ningún otro caso.
Así que, como en el paralelismo de la tumba de Cristo, de la que éste dicen que resucitó al tercer día, la tumba de Genarín es otro misterio. Incluso aunque buscando esas mismas coordenadas del cementerio ya inexistente (Cuartel F, Fila 2...) en el cementerio nuevo, coincida que aparece una lápida de la 'Familia Blanco García“. Blanco, como Jenaro. García, como su esposa. Pero no puede ser: la mujer allí enterrada habría nacido cuatro años después de que Genarín muriera aplastado, cuatro años después de que resucitara en la mente alcoholizada e iconoclasta de sus evangelistas.
Abandono el cementerio, y la historia, y la esperanza, acompañado de mis hijos. Faltan apenas 30 horas para que León vuelva a ser la capital del vicio nocturno en honor al santo borrachín, jugador de tute y garrafina, avispado, malencarado como un sacamantecas, consolador de putas. Aunque la mayoría de los que gritan “¡Viva Genarín!” no tengan ni la más remota idea de la historia real ni del mito creado.
— “¡Cuéntanos más de Genarín, papá!”, me piden.
— Mejor os lo escribo. Que es muy largo de contar.