Montse Fajardo: “Esta oleada de machismo es una reacción del patriarcado a los importantes avances feministas”

Montse Fajardo

Abel Aparicio

Durante los últimos días del pasado mes de mayo cinco mujeres fueron asesinadas a manos de sus parejas o exparejas, a saber: Corbera de Llobregat (Barcelona), Creixell (Tarragona), SaPobla (Mallorca) mujer embarazada de 28 años e hijo de siete, La Pola de Llaviana (Asturias) y Zaragoza. Las personas, hombres, que cometieron estos asesinatos no estaban locos, son hijos del patriarcado, pero pasan a nuestro lado de forma invisible. Pueden ser nuestro vecino, el frutero, el abogado, el entrenador de baloncesto o un deportista.

La periodista y escritora Montse Fajardo, a través de su libro 'Invisibles' (Cumio, 2021) nos acerca ocho historias sobre diferentes tipos de maltrato que sufren las mujeres por el simple hecho de serlo.

La punta del iceberg de la violencia machista es el asesinato. En tu libro eso lo dejas claro, pero muestras que hay muchas formas de maltrato y que no es necesario llegar a esto último para someter a una víctima.

Si, en 'Invisibles' intentamos reflejar las distintas formas de violencia machista. La más obvia es el maltrato físico, que puede incluso derivar en asesinato, pero luego está la violencia psicológica, que es más difícil de detectar incluso para la propia víctima, y que también tiene consecuencias terribles no sólo para ella sino para su descendencia. Y precisamente por ser tan difícil de detectar es más difícil de erradicar.

Uno de los puntos que más me impacto es cuando muestras en uno de los relatos como quienes deben ayudar a las mujeres víctimas de violencia machista definen esta como “asuntos familiares”. Esa fue la definición que se dio durante muchos años y que los fascistas de nuevo cuño quieren volver a recuperar. ¿Estamos retrocediendo?

En el libro reflejamos el caso de una mujer, Mariluz Posse, que va a denunciar a su ex compañero al cuartel de la Guardia Civil y el agente que la atiende los deja a solas para que arreglen “sus problemas de pareja”. Eso sería inconcebible en otro tipo de delito. ¿Dejarían sola a una víctima de robo con el ladrón? Mariluz fue asesinada en el propio cuartel y quiero pensar que una década después, las fuerzas de seguridad tienen más formación en la materia y algo así sería impensable, pero no podemos bajar la guardia. Es indispensable que las víctimas que deciden dar el paso de denunciar se sientan amparadas y ahí todas las personas tenemos responsabilidad: si juzgamos a quien denuncia, estamos mandando un mensaje muy negativo a otras víctimas que no se atreven a dar el paso. Yo no creo que estemos yendo hacia atrás, al contrario, creo que esta oleada de machismo es una reacción del patriarcado a los importantes avances feministas. Y no van a conseguir hacer retroceder. Las nuevas generaciones de mujeres nos están demostrando que el feminismo es imparable. Lo que no podemos es relajarnos, tenemos que seguir con la lucha.

Sobre daño a los hijos e hijas, conocido como violencia vicaria, ¿se está extendiendo o siempre existió?

Antes, durante la dictadura, el poder que el hombre ejercía sobre la mujer y la descendencia era total. Ella no podía divorciarse, ni tener cuenta corriente propia, ni poseía la patria potestad de sus criaturas. El control del varón sobre ella era absoluto. Y lo que busca la violencia vicaria es seguir ejerciendo ese control. La victima decide alejarse de su agresor y como este ya no tiene poder sobre ella, castiga su disidencia arrebatándole lo que más quiere. Y lo grave es que no se están tomando medidas contundentes para acabar con este horror. A la vez que protegemos a la mujer maltratada con órdenes de alejamiento y escolta, le entregamos a su agresor el arma más poderosa para hacerle daño: sus hijos o hijas. Ponemos el derecho masculino a ejercer como progenitor por encima de la necesidad de salvaguardar la integridad de criaturas indefensas. Por eso es importante insistir en el mensaje de que un maltratador nunca, nunca, puede ser un buen padre. Porque no estábamos hablando de padres amantísimos que, por supuesto tienen todo el derecho a mantener el vínculo. Hablamos de hombres que utilizan la violencia en sus relaciones, y ese ejemplo nunca es inocuo. La violencia vicaria es la cúspide del horror pero el daño a menores va siempre implícito. La violencia machista nunca es inofensiva para la descendencia.

A lo largo de los ocho relatos entiendo que quieres reflejar que haga lo que haga la víctima, la situación de maltrato nunca va a dejar de sufrirla si no pone fin a esa relación. Sin embargo, muchas veces se cree “la situación va a cambiar si yo...”

En el libro insistimos en que, una vez que la mujer deje atrás esa relación, podrá rehacer perfectamente su vida porque ella no tiene ningún problema que la convierta en una mujer maltratada. A veces la víctima piensa: “si dejo de decir o de hacer esto que a él le molesta, va a volver el hombre maravilloso del que me enamoré...” Pero no es así. El maltrato no lo provoca ella con sus actuaciones, es la forma que él tiene de relacionarse, haga ella lo que haga. Así que no tiene que intentar cambiar su modo de relacionarse con él, tiene que dejar de mantener ningún tipo de relación con él. Y a partir de ahí, podrá empezar a recomponer su vida.

Otro de los puntos que más me dejó marcado es el papel de las nuevas tecnologías como arma de control, sobre todo, en las y los adolescentes. ¿Cuál es tu opinión al respecto?

Las nuevas tecnologías, muy positivas en muchos aspectos, tienen ese componente negativo: que el maltratador puede ejercer el control sobre la víctima durante 24 horas al día. “Me tienes que contestar sea la hora que sea, quiero saber dónde estás y con quién...” Eso antes no pasaba, claro. Para hablar con una adolescente cuando estaba en su casa, el chico tenía que llamarla al fijo y pasar el filtro parental. Había un espacio de intimidad que ahora es mucho más vulnerable.

Ir por diferentes calles, no ir a los mismos bares, no pasar por un lugar a ciertas horas ciertos días para no encontrarte con tu agresor. ¿Qué debe hacer una mujer si en lugar de vivir en una ciudad lo hace en un pequeño pueblo o aldea? Las alternativas se reducen al mínimo...

Lo ideal sería que no tuviese que ser la víctima la que cambiase sus hábitos para mantenerse alejada del hombre al que denunció por maltrato. De hecho, si existe una orden de alejamiento es él el que tiene que marcharse si coinciden en la calle. Pero es cierto que en el libro recomendamos a aquellas víctimas que deciden separarse pero no denunciar, o a las que no consiguen orden de alejamiento, que intenten evitar coincidir con él, por su seguridad y bienestar emocional, pero sin encerrarse en casa, porque entonces él conseguiría su propósito de seguir controlando su vida. Que vayan a otros bares, que paseen por otras calles, que se cojan un bus y salgan en otro pueblo. Cualquier opción es buena, menos que sea tu miedo el que te condene a vivir encerrada. En todo caso insisto, lo deseable sería que fuese el agresor el que viese sus hábitos modificados. Y eso a veces no pasa aunque se denuncie. Un ejemplo, debería ser él el que llevase escolta policial para garantizar que no se acerque a ella, en vez de marcar a la víctima poniéndole un policía al lado 24 horas.

Qué medidas tomarías, si estuviese en tus manos, para intentar atajar este terrorismo machista que nos asola.

No hay fórmulas mágicas, está claro, pero yo creo que es importantísimo que todo el funcionariado que atiende a víctimas de malos tratos tenga formación específica. Que se legisle con perspectiva de género y, sobre todo, que toda la sociedad se posicione claramente del lado de las víctimas. Y no hablo solo de cambiar la mentalidad de quien cree o propaga los bulos de los negacionistas, hablo de quien condena la violencia machista cuando sale en el Telediario la noticia de un asesinato a mil kilómetros de su casa, pero cuestiona la denuncia de su cuñada, de la mujer de su amigo, de su nuera... porque no cree que su hermano, su amigo o su hijo pueda ser un maltratador. Todos los maltratadores tienen familia, o son ese vecino majo que saluda en el ascensor. Cualquiera puede ser un maltratador, aunque evidentemente la mayoría de los hombres no lo sean.

Incides en que no hay un perfil de víctima. Puedes ser rubia o morena, alta o baja, con estudios o sin estudios, tener veinte años o sesenta, pero sin embargo, inconscientemente, se intenta encasillar a las víctimas en una serie de patrones...

Si, insistimos mucho en que no hay un perfil. No hablamos del físico, que es evidente que no influye, nos referimos a las condiciones económicas, culturales, laborales... porque a veces se cree que una mujer con más estudios, con más cultura o con más dinero tiene menos posibilidades de ser víctima. Y es un error. Es cierto que tiene menos condicionantes económicos para romper la relación pero estoy convencida de que la dependencia emocional incide aún más que la económica, y es especialmente difícil de solventar. Además, en Invisibles también quisimos insistir, nos parece especialmente importante, en que no hay una personalidad que haga que tengas más posibilidades de ser víctima. Alguna de las protagonistas del libro te dicen: “si yo no fuese tan apocada y no hubiese aguantado tanto, igual hubiese parado antes el maltrato”. Y al revés: “Si yo no tuviese tanto carácter y no le hubiese contestado...” Ese pensamiento hay que erradicarlo. La culpa del maltrato es de quién lo ejerce, nunca de la víctima. No hay nada que justifique la violencia,

Zorra-zorro- facilona-ligón, golfa-golfo, esto es un coñazo-esto es la polla. El lenguaje, como vemos, no es inocente. Tú como periodista y escritora, ¿qué forma ves de darle la vuelta a esto?

El lenguaje me parece fundamental. Lo que no nombramos no existe. Por eso yo soy una gran defensora del lenguaje inclusivo: No se trata de decir todos y todas, se trata de hacer un esfuerzo para intentar utilizar expresiones que no dejen fuera a la mitad de la población: La clase se fue de excursión... El vecindario decidió cambiar la luminaria...Y para eso solo hace falta tomar consciencia. Hacer un esfuerzo para utilizar expresiones inclusivas y también para evitar ese tipo de expresiones a las que hacías mención. Una vez que te pones las gafas lilas y decides conscientemente utilizar un lenguaje más inclusivo, los masculinos –y las expresiones machistas- ya te chirrían. En esto si soy muy optimista. Muchas amistades me cuentan anécdotas del tipo: “fui a las atracciones con mi hija y cuando leyó: noria para niños, me preguntó ¿Por qué las niñas no podemos subir?” Ellas ya no se sientes incluidas en ese masculino. Ahora, mi esperanza es que la institución encargada de cuidar el lenguaje abandone su postura irracional e igual que avanza en la inclusión de anglicismos para denominar nuevas realidades, por ejemplo, las relacionadas con las nuevas tecnologías, se modernice con el lenguaje inclusivo.

Para finalizar, recomiéndanos una canción y una película en la que se vean reflejados los invisibles y sus víctimas.

Pues yo recomendaría, como ejercicio, escuchar una canción tan emblemática como Every breath you take, con las gafas lilas puestas. Para entender que lo que siempre vimos como una canción de amor, es realmente una historia de acoso: Cada vez que respiras, cada movimiento que haces... te estoy observando. Eso pasa también con La bella y la bestia: Nos venden como historia de amor lo que es el secuestro de una cría a manos de un monstruo, y le decimos a las niñas que si se encuentran con uno le den amor para que se convierta en un príncipe cuando, realmente, lo que le tenemos que decir es que salgan corriendo del palacio, por mucho que las tacitas canten.

Aunque, claro, yo lo que recomendaría es que fuesen al teatro a ver Invisibles, la maravillosa adaptación teatral del libro que hizo la compañía Redrum teatro, con dramaturgia de Marián Bañobre y Santi Cortegoso y la actuación magistral de Mela Casal, Nieves Rodríguez y Sheyla Fariña.

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