I.- PANORAMA GENERAL
Hay un dicho popular que afirma: “más sabe el diablo por viejo que por diablo”, Personalmente, llevo dedicándome de forma ininterrumpida a los temas del agua desde el año 1963, que es cuando acabé mis estudios en la universidad. Desde entonces he trabajado en la Administración hidrológica primero, y en la universidad después, ocupado en las cuestiones hidrológicas del país, siempre polémicas.
Me ha tocado conocer problemas como los del trasvase del Tajo al Segura y pretendidas revoluciones como las de la nueva ley de Aguas de 1985, que vino a hacer preceptiva la “planificación” hidrológica, con su ilusa promesa de resolver “de una vez por todas” los problemas del agua en el país, algo así como una varita mágica, como un “pedid agua, que se os dará” porque hay para todos. La varita mágica sería un plan faraónico de obras, que venía dejar cortas las denostadas políticas hidráulicas de la etapa franquista, que a su vez eran políticas en su mayoría heredadas de unas cuantas décadas anteriores.
En realidad, lo que bajo su retórica buscaba la planificación era instaurar un estado permanente de grandes obras, ignorando que más allá de un límite la apetencia por el agua no tiene otra solución que la mesura; es decir, la moderación. Esa falta de moderación, ha presidido desde entonces las políticas hidráulicas españolas, que han sido siempre políticas de la gran oferta, que no han querido hablar de costes, de quien los paga, de consecuencias ambientales, desordenes causado ni de afectados.
Me ha tocado contemplar a lo largo de más de cincuenta años la elaboración de grandes proyectos hidráulicos que nunca han llegado a ser ejecutados, como los del trasvase del Ebro a Barcelona y a Sagunto de principio de los años setenta, y otros muchos más, que sí bien llegaron a ser ejecutados acabaron siendo inútiles, porque estuvieron mal planteados, con excesiva frivolidad y desmesurado electoralismo político y intereses ocultos no confesables, que no llegaron a cumplir la función que pretendió justificarlos.
En general casi todos los grandes proyectos hidráulicos han acabado con unos sobrecostes económicos desmesurados que el ciudadano ignora y ni siquiera imagina; baste citar como primer ejemplo el caso del gran túnel del Talave (34 km), la obra más relevante del sistema trasvase del Tajo al Segura, que acabó costando diez veces más de lo presupuestado. Pese a todo no es más que una anécdota
Todos los grandes proyectos hidráulicos han nacido prometiendo unos parabienes para el conjunto del país en general, y para las regiones afectadas en particular, que no se han dado, y menos aún en las zonas directamente afectadas por el impacto negativo de esas obras, pues nunca ha habido un reparto equitativo de los beneficios, empezando por los hidroeléctricos. El pagano final han sido siempre las arcas del estado; es decir, todos en general y ninguno o muy pocos en particular, a costa de recortes no definidos en otras prestaciones sociales y de la elevación de los impuestos.
Entre los muchos proyectos fruto de esa “frivolidad”- que es la palabra que mejor define los fundamentos de la gran política hidráulica en España de las últimas décadas- hay que citar el ya referido trasvase del Tajo al Segura, ejecutado en los años sesenta y principio de los setenta, para trasportar un volumen anual de 900 hm3, cuando en la realidad apenas ha podido superar los 300 hm3 y ha sido la causa de importantes conflicto. El coste de medioambiental y social de esa obra h sido muy grande, y el económico incalculable si se le añade la construcción previa obligad de los dos grandes embalses del Tajo, Entrepeñas y Bunedía. Los costes energéticos de elevación del agua para superar el obstáculo de la Sierra de Altomira que habría de ser recuperados en el camino hacia las tierras de La Mancha no se llegó hacer, a la vez que el sobre dimensionamiento de la obra fue para haber pedido cuentas a los responsables. Alguien se benefició y se sigue beneficiando aquel mal hacer.
Cabe igualmente referir de forma muy especial como botón de muestra de esa frivolidad el llamado Anteproyecto de Plan Hidrológico Nacional (APHN) de 1993 que se pretendió imponer al país, siendo ministro del ramo el ingeniero aeronáutico José Borrell; un plan que no era en su planteamiento técnico sino una gran operación de fontanería hidráulica a escala de todo un país de la extensión del nuestro. Algo realmente insólito en el mundo
Aquel APHN, junto con los Planes Hidrológicos de Cuenca, elaborados desde la total irresponsabilidad no solo hidrológica y medioambiental sino también económica, al cabo de muchos años de pretendidos estudios técnicos, pretendía poner en marcha una operación de doscientos nuevos grandes embalses, además de media docena de trasvases intercuencas de manera a conectar hidráulicamente toda la red fluvial española, como si fuera una red eléctrica. Todo ello a ejecutar en veinte años. Fue el mayor disparate de la historia de nuestro pensamiento hidrológico, el mayor exponente de la frivolidad.
La frivolidad no se da porque sí, es el fruto de la falta de responsabilidad penal y de los grandes intereses organizados, que contemplan el país poco menos que un cortijo. Afortunadamente, el propio ministerio de Hacienda dijo en su día que aquel despropósito era de tal dimensión que resultaba inasumible, incluso para las arcas del Estado. Y así quedó, afortunadamente, en nada. De no haber sido así, ahora el endeudamiento del país habría sido inimaginable, con un panorama desolador de obras inacabadas o sin servicio; eso sí, con unos sectores que habría hecho su “agosto”.
Aquel un disparate evidente, exponente de un malhacer desmesurado que en cierta modo aún perdura como filosofía de actuación en las políticas hidrológicas españolas, fue el fruto de la ceguera de unos intereses organizados que no alcanzan a ver en los ríos mas que un recurso a explotar, como quien explota un recurso inerte, el carbón los minerales, el petróleo, el gas, o una cantera. No alcanzan a ver, porque no les interesa, que los ríos y el agua son profundamente interactivos con su entorno, desde su cabecera hasta el mar, incluidas las playas litorales y la pesca de bajura, que son parte consustancial de los territorios por los que circulan, además de patrimonios de identidad, historia, memoria, belleza de los pueblos ribereños, una fuente ancestral y pública de proteínas, espacios de disfrute, de ocio y de calidad de vida inimaginables para quien no los conoce.
Su puesta en servicio, más allá de los costes económicos inasumibles, suponía ni más ni menos que inaugurar un gran embalse cada mes, y así durante veinte años, y un gran trasvase cada dos o tres años; es decir, algo que la propia capacidad operativa del país no disponía; habría que haber pedido asistencia fuera de nuestras fronteras. Los prendidos beneficiarios (los regantes) no podrían haber hecho frente jamás a semejante coste, a su financiación, ni siquiera a los gastos de explotación, pues exigía elevaciones de grandes de caudales de agua que entrañaban un coste energético a todas luces inasumible
En el caso de los caudales del Ebro, antes del llegar a tierras murcianas tenían que pasar por una suma de elevaciones del orden del kilómetro de altura... un enorme negocio indirecto para el sector eléctrico y nuclear. Hoy nadie se acuerda ya, ni reclama la ejecución aquel plan salvífico y mucho menos de sus responsables. Evidentemente aquello fue un frivolidad y un descaro, que de alguna manera aún pervive a través de los planes de cuenca y de las reivindicaciones trasvasistas del Ebro y del Ródano (otro disparate de la codicia y la política juntas) en el discurso político en tiempos de campañas electorales, que marcan una forma de pensamiento político, social y mediático en estos temas. Aquel gran anteproyecto no sabemos cuanto costó, y aunque afortunadamente no sé hizo, su espíritu sigue vivo a través de los Planes de Cuenca, guardado en los cajones de algún ministerio del ramo a la espera de mejor oportunidad.
Los primeros y principales beneficiarios de ese tipo de grandes proyectos son el poderoso sector de la construcción, el de la ingeniería de proyectos, el sector cementero, el eléctrico, el especulador del turismo en el litoral mediterráneo... y en menor proporción también algunos grandes sindicatos de regantes. Detrás de todos ellos, haciendo un cuerpo en cierto común está el gran poder financiero. Los regadíos y los regantes han sido siempre la gran coartada emocional y social de los grandes proyectos hidráulicos en nuestro país. .
Hoy la agricultura, sometida como todas las grandes actividades productivas a un proceso de globalización, de deslocalización de los sistemas de producción y de macroindustrialización, apenas sirve ya coartada para justificar nuevos proyectos de grandes embalses ni trasvases; por eso emocionalmente se van derivando el discurso hacia la prevención de riesgos catastróficos producidos por las posibles grandes inundaciones, que es un problema no tiene la magnitud social pretendida ni es esa la solución. La raíz del problema de las inundaciones está esencialmente en la especulación del suelo y en la falta de ordenación de sus usos. Pero una vez más, las soluciones no interesan; lo que interesan es la pervivencia de los problemas, porque en esta sociedad del “progreso”, el mal hacer es negocio
Es inimaginable la cantidad de dinero público que representa la suma de los gastos hechos en grandes proyectos de las políticas hidráulicas de las últimas décadas que han muerto antes de nacer, de las actuaciones que no han cumplido la finalidad que pretendió justificarlas, de obras no acabadas o no puestas en servicio... y, de manera especial, de los grandes desvíos presupuestarios en los que han acabado la gran mayoría de esas obras, junto a los innumerables proyectos técnicos y estudios de alternativas que no han sido más que puro papel y frivolidad, porque no han servido para nada,... Todo eso representa un goteo continuo de grandes sumas de dinero público con el que determinados sectores han hecho y siguen haciendo su negocio, en obligada connivencia con los gobiernos de turno y el oportunismo electoralista de los partidos políticos.
Ni el pensamiento hidrológico ni las intenciones han cambiado mucho. Si algo ha puesto freno a las formas de mal hacer ha sido la situación económica general del país. Pese a todo los disparos siguen apuntando hacia la misma diana, los grandes proyectos siguen esperando en los cajones de algún ministerio su oportunidad, que podrá ser una sequía o una inundación, cuyos efectos serán magnificados a través de los medios.
Es imposible entender los planteamientos de la gran política hidráulica española de las últimas décadas obviando la trama de poderosos intereses organizados y el escaso escrúpulo que hay detrás,. Son planteamientos que poco o nada tienen que ver con el pretendido interés general ni con el progreso del país, y menos aún con el respeto a los valores medioambientales en juego, ese toque cosmético con el que siempre nos los adornan.
Mi experiencia personal me lleva a entender que todo ese mal hacer en la gestión del agua y los ríos no es una cuestión de desconocimiento científico y técnico de los problemas, sino de poderoso interés organizado que vive de las ingentes cantidades de dinero público que estas actuaciones ponen en juego, además de las sabrosas concesiones de explotación a 75 años que les acompañan, siempre renovables, que acaban siendo auténticas privatizaciones de un bien estratégico como son el agua y los ríos, que por su propia naturaleza deberían ser esencialmente públicos, tan públicos, como el aire,.. y no lo son, porque cada vez están más hipotecados, en manos del sector Hidroeléctrico y de algunos poderosos sindicatos de regantes.
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III.- LA MANIPULACION DEL LENGUAJE , HERRAMIENTA PARA LA CONFUSION
Una de las características más relevantes de las sociedades modernas es la manipulación del lenguaje como arma del engaño social sutil y sistemático. Con frecuencia utilizamos en nuestro discurso términos grandilocuentes porque el solo hecho de invocarlos parece que justifica cualquier acción que pueda ser invocada en su nombre, que de esta forma acaban siendo términos de perversos, concebidos para manejar el pensamiento y la emoción social; son la base de la publicidad comercial y de la retórica del discurso político y del progreso.
En el campo hidrológico tengo referenciadas una larga treintena de esos términos: “el agua es un bien escaso”, “valdrá más que el petróleo,” “es el oro azul del futuro”, “el aguay os ríos todos”, “la estamos dejando perderse inútilmente en el mar”, “hay gentes que pasa sed”, “la demanda social de agua”, “el agua en España está mal repartida en el espacio y en el tiempo”, “hay cuencas a las que les falta agua mientras a otras les sobra, no la aprovechan ni dejan que otros la aprovechen”, “nos roban el agua y con ella nuestro futuro”, “hay caudales sobrantes, ”los déficits hidrológicos estructurales del país“, ”la naturaleza incorrecta que de vez en cuando castiga al ser humano que el hombre y la ingeniería tienen la obligación de corregir“, ”la solidaridad hidrológica entre cuencas“, ”nos aguarda un siglo XXI marcado por las guerras del agua“, etc...
Detrás la aparente obviedad, a través de esos mensajes se difunden ideas profundamente engañosas, con palabras y expresiones diseñadas precisamente para justificar la necesidad de grandes obras que adapten la naturaleza a las apetencias humanas del momento y a los intereses organizados. Desde su perversidad es un lenguaje que evita palabras y expresiones que hablen de costes económicos, sociales y medioambientales, de quiénes son los que se benefician y quiénes que padecen las consecuencias; es un lenguaje que no habla de valores culturales y emocionales, y otras muchas reflexiones que permitirían entender que los ríos son parte de un ecosistema, de un conjunto de cosas interrelacionadas, desde la cabecera hasta el mar, incluida la estabilidad de las playas, la fauna acuática fluvial y del litoral, y la pesca de bajura, de la que emergiría una inteligencia colectiva que ahora no existe.
No todo lo que alguien puede comprar con dinero puede estar en venta. Suelo decir que Alhambra de Granada, aunque en efecto es un bien de todos, esa realidad no justifica que deba ser que repartida, despiezada para llevársela a otra parte si hubiera un generoso comprador, entre otras razones porque su valor y su sentido están allí donde están, y porque es un patrimonio que pertenece también a las generaciones venideras.
Vivimos en la sociedad del engaño sutil y de la irresponsabilidad, de la competitividad permanente y desigual, en la que el mal hacer es negocio, en la que el dinero y el afán de notoriedad son la quintaesencia de un modelo de progreso que todo lo degrada, abocado a volverse contra nosotros mismos, como de hecho está ocurriendo pese a que al ser tan gradual no nos demos tiempo para entenderlo así, en el que la palabra “moderación” o “sentido del límite” no tienen tampoco cabida, por la sencilla razón de que van contra el sistema.
El sistema -esa trama no explicitada de intereses que hoy mantiene y alimenta la marcha del mundo, y se lo reparte, que funciona sin necesitad de rostro humano ni de explicitar sus intereses, está por encima del individuo y de la naturaleza, de forma que nos lleva a un modelo de progreso deshumanizado, anónimo, sin rostro, y desespiritualizado. Ya sé que estás cosas a muchas personas les suenan a chino, a músicas celestiales, porque son gentes que se defienden diciendo los que así piensan no pisan tierra, que viven fuera de la realidad,.. cuando quienes no pisan tierra son ellos.
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VI.- LA HERMOSA MAÑANA
Hoy estamos llamando progreso a lo que en cierta medida es vandalismo y huida hacia delante. ¿Hasta dónde? Imagino que hasta que lo que llevamos años llamando insostenibilidad se convierta en “insoportabilidad”, a lo largo de un proceso agónico, gradual, en el que parece que de un día para otro no ocurre nada, hasta que el vaso desborda y se desencadena violencia, que es cuando el sector desfavorecido de la sociedad, los gobernados, se hartan de sus gobernantes y políticos, todo estalla y se desencadena otra vez la violencia, la represión... y vuelta a empezar.
Estamos viviendo la historia de la rana metida en un recipiente con agua que se va calentando gradual e imperceptiblemente de un día para otro. A través de su imperceptible adaptación cotidiana, se llega a un punto en el que de pronto la pobre rana se da cuenta de que ya la han cocido está cocida, que es cuando no tiene ya fuerzas ni voluntad para reaccionar.
Para intentar cambiar la situación son necesarias una serie premisas. En primer lugar, tener conciencia colectiva del problema. En segundo lugar, dedicar tiempo generoso a analizarla en su complejidad. En tercer lugar diseñar estrategias con voluntad social de ponerlas en práctica, sabiendo que habrá que renunciar a determinados signos del hoy conocido como progreso material, sabiendo que el verdadero progreso tiene no solo una dimensión material sino otra mucho más grande, que es la espiritual., de forma que un es más feliz el arquitecto que el albañil, el bedel que el Rector de universidad. El bienestar integral del ser humano que instintivamente perseguimos, es otra cosa, es de otra dimensión.
Ese cambio no nos va venir desde arriba, de quienes ostenta el poder y el control, sea económico, político o mediático del mundo, sino desde abajo, a través de la educación, que es la única forma de que llegue emerger esa inteligencia que hoy no tenemos.
La educación en valores de convivencia a través de la formación obligatoria, de la educación universitaria -donde hoy no se educa ni se plantea el problema siquiera- , y de la educación a través del ejemplo de cada cual. Y de una educación del mundo adulto, la que se puede hacer y se hace básicamente desde los medios, que hoy por hoy es un educación machacona dedicada a sostener el sistema, en la que todo es consumismo, de bienes materiales, de noticias en primicia y en exclusiva, de morbo, de espectáculo deportivo, que lejos de converger hacia ese ideal, lo que hace es colaborar con el sistema establecido, dando una de cal y diecinueve de arena, porque es precisamente de la arena de lo que viven los medios.
Hay que entender que esa transformación no es cuestión de un decreto ni de las imposiciones de un partido mesiánico, de un gran hermano orweliano que establezca su ideal. El cambio será cambio cuando sus principios sean incorporados en el corazón de cada cual, y eso no es tanto fruto de una educación reglada como de una revolución personal, como decía Ghandi. “Cambia tu y cambiará el mundo”. Y eso es el resultado de un proceso que exige un tiempo, paciencia, dedicación, tolerancia, aprendizaje, perseverancia, fe...
Decía aquel gran hombre bravo y de bien, que fue José Antonio Labordeta:
También será posible
que esa hermosa mañana
ni tu ni yo ni el otro
lleguemos a ver...
pero habrá que empujarla
para que pueda ser
Esa hermosa mañana no será esa bonita entelequia que es la libertad el uso que sepamos hacer de ella; será el día que hayamos sido capaces de crear una cultura del saber vivir en paz, con nosotros mismos, con los demás y con la naturaleza, el día que hayamos rescatado las formas sencillas de vivir, de disfrutar del regalo de la vida, y un tiempo para dedicarlo no solo al trabajo responsable y competitivo sino colaborativo; un tiempo generoso para nosotros mismos, para cultivarnos enterándonos de lo que nos dejó la experiencia de mentes privilegiadas del pasado; un tiempo generoso para dedicarlo a los demás, para escuchar al que necesita ser escuchado, para hacer compañía al que la precisa, para saber dar y recibir afecto, para cultivar la sonrisa, las buenas formas, la delicadeza... el silencio en medio de un mundo tan sobrado de ruido.
Llegará el día en el que hayamos ganado en fraternidad, rebajado el estrés de la vida vivida en continua competitividad, sentido la grandeza de la belleza natural, el mensaje maravilloso de la armonía, de la simetría de una flor, y la conciencia de pertenecer a un Todo único, para que nuestra vida cobre un sentido profundo y trascendente que no tiene fuera de ese Todo, como no lo tiene una célula aislada, por si misma, separada del tejido, del órgano y del organismo al que pertenece.
Esa hermosa mañana llegará por sí sola cuando seamos capaces de crear grandes ilusiones y desarrollar proyectos colectivos. Mientras no sea así, eso que hoy llamamos “progreso” no dejará de ser distracción, disipación de energía creativa, y pérdida de tiempo. Todavía no habremos sobrepasado colectivamente en nuestro proceso evolutivo el nivel cocodriliano; estaremos llamando progreso a lo que es involución, embrutecimiento.
El fluir del agua de un río nos puede ayudar a algunos a alcanzar esa comprensión como le ocurrió a Shidharta, el personaje de la obra homónima de Herman Hesse.
* Javier Martínez Gil es considerado el padre de la llamada 'nueva cultura del agua' y ha sido catedrático de Hidrogeología en la Universidad de Zaragoza y es patrono de la Fundación Nueva Cultura del Agua.
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