Lola González, la mujer, la abogada laboralista y la militante comunista que siempre salió perdiendo en la Transición
La letrada leonesa, fallecida en 2015, sufrió la pérdida de su novio Enrique Ruano en el franquismo y de su marido Javier Sauquillo en el atentado de Atocha tras el que quedó malherida
Cuesta imaginar tanto dolor. Lola (Dolores) González Ruiz, nacida en León en 1946, estaba en primera fila de los estudiantes universitarios antifranquistas compartiendo militancia en el FLP (Frente de Liberación Popular, conocido popularmente como el Felipe) y planes de boda con Enrique Ruano cuando ambos son detenidos en enero de 1969, a él se lo llevan a registrar un piso y la versión oficial dijo que se suicidó tirándose desde un séptimo piso... Habiendo podido rehacer su vida con el amigo de ambos Javier Sauquillo, ya casados y militando en el PCE (Partido Comunista de España), él resulta asesinado y ella muy malherida por pistoleros de extrema derecha en enero de 1977 en el despacho de abogados laboralistas de Atocha, 55. Poco más de dos meses después legalizaron al PCE. “Y yo ese día lloré como nunca”, diría muchos años después González. “Esto sí que me parece el colmo. ¿Para qué hemos muerto?”, se pregunta sin ocultar su desencanto por lo que el partido tuvo que transigir para presentarse a las elecciones. Mientras España avanzaba en plena Transición a la democracia, ella perdió a su novio, a su marido y la batalla política de una vida.
Lola González nació el 19 de octubre de 1946 en León, donde pasó buena parte de su infancia. Su abuelo paterno, Dídimo González, fue fundador del comercio textil La Perla, que en la capital leonesa estuvo primero en la Plaza Mayor para pasar a su actual ubicación en la calle La Rúa. La rama paterna procedía de Zamora y la materna de Cantabria, otros dos puntos de referencia a lo largo de su vida, según expone Javier Padilla en su libro A finales de enero. La historia de amor más trágica de la Transición, publicado en 2019 y ganador del Premio Comillas de historia, biografía y memorias. No resulta sencillo seguir la pista de la niñez de Lola González, que con apenas 11 años de edad se trasladó con su familia a Madrid. Su padre, Alberto González, que había sido alférez en la Guerra Civil, regentaba en capital de España Sederías González.
Llegada la adolescencia y la juventud, su vida da un giro. Sobran los ejemplos: los de hijos de familias acomodadas y de fuertes vínculos religiosos que plantean una ruptura con la generación de sus padres. “Nosotros éramos hijos de los vencedores (de la Guerra Civil). Pero no nos gustaba ser hijos de los vencedores”, señala Margot Ruano, que conoció a Lola González a través de su relación con su hermano Enrique ya en la etapa universitaria. “Yo los adoraba. Y era la salvaproblemas”, cuenta al recordar cuando la llamaban porque se les había averiado la moto. Chusa Alonso Otero, que desciende de una familia de Rabanal del Camino (Santa Colomba de Somoza), conoció a Lola González ya a través de los despachos de abogados de Manuela Carmena y Cristina Almeida. Y cierra la cuestión de la ruptura generacional de forma muy ilustrativa: “Hablábamos un lenguaje distinto. En casi todas las casas se hablaba de la Guerra. Y nosotros estábamos hasta los cojones de eso”.
El caso es que la estudiante leonesa de Derecho se va integrando. Y forma una especie de triunvirato junto a Enrique Ruano y Javier Sauquillo, resumida en una foto icónica de los tres. Milita en el FLP. Pese a no ser la que más habla, lo que dice va en una dirección muy determinada. “Lola tenía el máximo interés no sólo de derrocar al franquismo, sino de derrocar al franquismo desde un prisma de izquierdas”, evoca su compañero en el Felipe y también entonces alumno de Derecho unos cursos por detrás Juan Ruiz Manero. La frase de este jurista, hoy catedrático jubilado de la Facultad de Derecho de la Universidad de Alicante, cobrará mucho sentido cuando avance la Transición y González se sitúe entre los desencantados con un proceso que seguramente se aceleró precisamente por aquel estado de movilización. “Sin revuelta social, no habría habido Transición”, concluye Chusa Alonso.
Lola tenía el máximo interés no sólo de derrocar al franquismo, sino de derrocar al franquismo desde un prisma de izquierdas
La vida da otro vuelco cuando, ya emparejados, Lola González y Enrique Ruano son detenidos en enero de 1969 y trasladados a la Dirección General de Seguridad acusados de haber repartido propaganda ilegal. Sometidos a torturas para que revelaran el domicilio al que correspondían unas llaves encontradas entre las pertenencias de Lola, aguantaron hasta calcular que ya lo habrían abandonado unos jóvenes llegados del País Vasco. Finalmente, agentes de la Brigada Político-Social se llevaron a Enrique a registrar el piso, ubicado en la actual calle Príncipe de Vergara. La versión oficial, la de que el estudiante se desembarazó de la custodia y su arrojó al vacío, se puso en solfa cuando se reabrió el caso ya en los noventa y los jueces determinaron que había sufrido una lesión previa “no compatible” con su caída causada por “un objeto cilindrocónico”, presumiblemente una bala, si bien esto no pudo acreditarse... dado que al cadáver le faltaba un tercio del hueso de la clavícula.
El episodio fue un mazazo emocional, agravado por la intervención del entonces ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga, y por una publicación en Abc en la que se descontextualizaban escritos resultantes de las consultas de Enrique Ruano con un psiquiatra como si fuera un diario en el que se acreditaba una supuesta tendencia suicida. “No quiero vivir sola con esta pena”, le dijo Lola a Margot Ruano, que se quedó en su casa durante unos meses. “Para mí era más que una hermana”, cuenta ahora Margot, que la recuerda como “cercana y abierta”. “A Enrique Ruano lo han asesinado”, clamaban ya entonces los compañeros universitarios. Para evitar que se desbordaran las movilizaciones, el régimen declaró el Estado de Excepción en España.
Concluidos los estudios e integrada como abogada en los despachos laboralistas, Lola González va superando el drama personal abriendo una carrera profesional en tiempos en los que defender a un trabajador despedido injustamente también era un ejercicio de recuperación de las libertades. Chusa Alonso, que había estudiado Económicas, la conoció a principios de los setenta en el despacho de Españoleto. “Yo al principio iba allí como cliente”, cuenta Alonso, que pasó en 1972 por la cárcel por repartir propaganda ilegal. Luego incluso llegó a forjar una colaboración con González al intentar extrapolar de Cataluña un sistema de pagos en función de la rentabilidad de las máquinas de las empresas. Margot Ruano, que no había seguido la tradición familiar del Derecho y se había matriculado en Filosofía y Letras, luego también ejerció funciones en aquellos despachos de abogados, donde Lola González reencontró el amor en la tercera pata de aquel triángulo de estudiantes, Javier Sauquillo, hermano de Paca Sauquillo con el que acaba casándose.
Se quiso hacer un discurso sobre la Transición de que no hubo vencedores ni vencidos; el problema es que sí los hubo
La vida parece estabilizarse mientras la del país se prepara para un período de cambios. Los jóvenes abogados, acostumbrados en casa y en los juzgados a oír frases como “qué queréis si lo tenéis todo”, también reciben recurrentes amenazas a través de llamadas telefónicas y sufren detenciones. Disuelto el Felipe, la mayoría desembarcan en el PCE (en el caso de Lola, tras el Proceso de Burgos). Muerto Franco y ya con Adolfo Suárez en la Presidencia del Gobierno, España se enfrenta a finales de enero de 1977 a los días más complejos de la Transición. Con una huelga del transporte como telón de fondo, varios pistoleros entran el 24 de enero en el despacho de Atocha, 55 y descerrajan varios disparos sobre un grupo de abogados y trabajadores del bufete. Javier Sauquillo muere pocas horas después. Lola González queda malherida sobre el cuerpo de su marido: una bala se le montó en una muela hasta someterla a años de operaciones y complicaciones. El impacto emocional, apenas ocho años después de perder a Enrique Ruano, fue todavía más demoledor. “Mi desgracia, la desgracia que me perseguirá por el resto de mi vida, es que no perdí el conocimiento”, diría años después en un documento del Festival de Cine Memoria Democrática la propia González. “Nunca después de aquello dejó de tener miedo. Vivió aterrorizada”, señala Chusa Alonso, que pasó temporadas con ella y más amigos en la casa familiar de Rabanal del Camino.
Paradójicamente, la matanza de Atocha aceleró la Transición. El PCE controló la respuesta con una exhibición de fuerza silenciosa y ordenada para despedir a los fallecidos por las calles de Madrid. El 9 de abril el partido quedó legalizado a costa de acatar la monarquía y la bandera. “Todos estábamos de acuerdo en la reconciliación. Otra cosa es el cómo y el porqué”, cuenta Chusa Alonso. “Yo había estado en la cárcel y no quería volver. Pero Lola lo vivió como una decepción”, añade. No fue la única. “A nosotros”, refrenda Juan Ruiz Manero, “la legalización del PCE nos causó una enorme decepción. Sí queríamos la legalización, pero no de aquella manera. Me temo que también era una cuestión generacional. Había personas que nos sacaban 20 años o más. Santiago Carrillo, que sería el arquetipo de esa generación, creía que el partido era suyo; y nosotros éramos unos alquilados”.
Me resigno a decir que soy una víctima de Atocha, aunque incluso yo misma me rebelo contra eso. A que se me conozca como personaje público por esta cosa
El relato canónico de la Transición se asienta sobre el protagonismo de muy contados líderes políticos y sociales. “Se quiso hacer un discurso de que no hubo vencedores ni vencidos; el problema es que sí los hubo”, reflexiona Javier Padilla tras constatar el disgusto de Lola González por el hecho de que, en la nueva coyuntura política, les fuera “tan bien” a personas que “no pagaron sus responsabilidades” por el caso de Enrique Ruano como Manuel Fraga y Torcuato Luca de Tena, este último al frente de Abc en las polémicas publicaciones citadas. “Y eso a Lola, y a mí también, le indignaba”, añade el autor de A finales de enero, un libro que surgió de sus conversaciones con Sergio Suárez, editor en Pre-textos y uno de los responsables del Colegio Mayor Chamanide en Madrid.
Haciendo frente a su delicada salud, Lola González consolida su carrera de abogada, que se fue diversificando para abordar también otros ámbitos como las luchas de las asociaciones vecinales (“probablemente ahí fue donde se sintió más realizada”, sugiere Padilla) hasta establecerse como funcionaria de la Comunidad de Madrid. Pese a no salir elegida, se presentó por Izquierda Unida en el número cinco en las primeras elecciones europeas en España en 1987. Emparejada ya con José María Zaera, se decantó en 2014 por Podemos. “Muchos lo vimos como la auténtica candidatura de izquierdas”, sostiene Chusa Alonso, que la recuerda en Rabanal del Camino, quizá desubicada lejos de Madrid o de la playa en Santander: “Y era mandona; como yo”. Su visión crítica con la Transición acabó extendiéndose al concepto de memoria histórica limitada a la Guerra Civil y la posguerra sin reconocer a las víctimas de la lucha antifranquista entre los años sesenta y setenta.
Su vida se apagó, como de la Enrique Ruano y Javier Sauquillo, a finales de enero. Falleció en Madrid víctima de un cáncer el 27 de enero de 2015. “Me resigno a decir que soy una víctima de Atocha, aunque incluso yo misma me rebelo contra eso. A que se me conozca como personaje público por esta cosa. Fue una inutilidad, fue una gran desgracia que aceleró el proceso. Esa es mi gran desgracia, que por qué tengo que estar yo en medio siempre para que se aceleren las cosas”, dice en un fragmento recogido como introducción en el libro de Javier Padilla. En el documental Éramos pocas, cuando a una mujer que perdió a su novio, a su marido y la batalla política se le pregunta qué ha ganado en lo personal mientras el país avanzaba hacia la democracia, ella hace una mueca y responde: “He perdido mucho más”.
De '7 días de enero' a 'Las abogadas' y de Enriqueta Carballeira a Paula Usero
La dramática biografía de Lola González es protagonista principal del libro A finales de enero. La historia más trágica de la Transición. Con 45 años de diferencia, la abogada leonesa ha sido doblemente encarnada en las pantallas, primero en el cine en 1979 con la película de Juan Antonio Bardem 7 días de enero y ahora en 2024 en la serie de TVE Las abogadas, una idea de Patricia Ferreira con la dirección de Juana Macías y Polo Menárquez. Entonces hizo el papel la actriz Enriqueta Carballeira; y ahora ha sido Paula Usero.
“Quise contactar con ella, pero estaba muy tocada. Hablaba con dificultad (por el atentado de Atocha). Ella no se prestó y yo lo entendí perfectamente”, recuerda 45 años después Carballeira al señalar que fue el propio Bardem el que se dirigió a la abogada para plantear el rodaje de un filme que se estrenó apenas dos años después de la matanza. La película tuvo vocación de ser lo más realista posible hasta el punto de que el sindicalista del transporte Joaquín Navarro, al que buscaban sin éxito los pistoleros en el despacho de Atocha, se interpretó a sí mismo.
Encarnando un personaje con “una carga emocional muy fuerte”, Enriqueta Carballeira preparó el papel con Juan Antonio Bardem. “Y recuerdo que decía que las víctimas no tenían la sensación de que las iban a matar. Si la hubieran tenido, seguramente habrían podido reaccionar”, repesca la actriz, que aparece ya al principio del filme con el personaje de Javier Sauquillo recibiendo amenazas, en el contacto con los sindicalistas del transporte, en el propio atentado (Lola González era la única mujer en el despacho en ese justo momento) y en una rueda de reconocimiento posterior.
La película, que cuenta también con valor documental por mostrar secuencias reales del entierro de los abogados laboralistas, se estrenó todavía en plena Transición y con ruido de sables de fondo. Carballeira militaba entonces en el PCE. “Cuando terminó el proceso político algunos nos fuimos del partido porque no era exactamente nuestro sitio, pero sí había sido el lugar que encontramos para expresar nuestro descontento”, añade la actriz al defender la Transición española como un período “muy valorado por casi todo el mundo y que se afrontó con mucha generosidad por parte de todos”.
Con otra perspectiva encaró el papel Paula Usero, nacida ya en democracia en 1991. La casualidad ha hecho casi coincidir el estreno de Las abogadas con su papel también como letrada laboralista en la película de este 2024 Al caer la noche. Usero también pasó por la serie de Antena 3 Amar es para siempre, donde una compañera de reparto, Luz Valdenebro, interpretó a Cristina Martínez, una abogada laboralista cuya acción está esa temporada en la que coincidieron inspirada (aunque ficcionada) en la figura de Lola González (ella queda herida y su pareja fallece en un atentado en el despacho fechado en enero de 1977).
Paula Usero tuvo que enfrentarse a la falta de material público sobre Lola González, cuya dimensión mediática no es comparable a la de Cristina Almeida o Manuela Carmena (la primera fue parlamentaria nacional y la segunda alcaldesa de Madrid) y es la única fallecida de las cuatro protagonistas. “Así que utilicé mi cuerpo y mi intuición como actriz”, apunta la intérprete para elogiar el guion de la serie que le permitió recrear su implicación social a través de los episodios que muestran su paso por el barrio de Palomeras.
“Ellas seguramente no eran entonces conscientes en ese momento de lo que iba a significar su trabajo”, cuenta Usero para remarcar la importancia de abordar ahora esa etapa histórica desde la ficción. “Estamos en un momento en el que es imprescindible no caer en la desmemoria. Creo que es una serie absolutamente necesaria que ha llegado en un momento en el que estamos muy sedientos de conocer de dónde venimos”, considera al destacar también un comentario recurrente de los espectadores: “Gracias por contarnos esta parte de la historia porque en los colegios no se destina tiempo a hablar de esto”. La actriz, a la que también le hacen llegar lo “duro” de la vida de su personaje, interpreta a Lola González en un papel que viaja desde mediados de los sesenta hasta el atentado de Atocha. “Y al final”, concluye, “hemos tratado de transmitir, a pesar del drama, a una Lola luminosa y optimista sobre el futuro de un mundo mejor”.