Transcurridos 860 años del hecho que dio origen a este singular enfrentamiento, Ayuntamiento de León y Cabildo de San Isidoro cumplieron este mediodía un año más con la tradición y el Consistorio entregó a la Basílica un cirio de una arroba bien cumplida y dos hachones de cera. Es la ofrenda que el pueblo leonés presenta puntualmente al santo el último domingo de abril en la ceremonia de Las Cabezadas. Si se hace de forma voluntaria o por obligación es lo que debaten cada año el Cabildo de la Real Colegiata y la corporación municipal, esta vez representados, respectivamente, por el canónigo Luis García Gutiérrez y por el portavoz del equipo de gobierno, Fernando Salguero.
Las Cabezadas, llamada así, por las inclinaciones que la corporación municipal hace como parte de la celebración es una de las fiestas populares de la capital leonesa y rememora la promesa hecha por el pueblo de León, hace ya 860 años, tras las lluvias que siguieron a una pertinaz sequía a mediados del siglo XII, siendo rey Fernando II.
En el recorrido que se organizó en 1158 con las reliquias del santo, al que se decidió procesionar para reclamar agua, cayó tanta que hubo de detenerse el cortejo y después fue imposible levantar las andas que sostenían los restos, lo que se interpretó como un signo de que éstos no debían volver a abandonar su ubicación. Se decidió entonces la ofrenda anual que pervive en el tiempo y por la que se enfrentan Cabildo y corporación en una incruenta lucha verbal.
Luis García Gutiérrez y Fernado Salguero protagonizaron en el claustro del templo y ante numeroso público un dinámico debate argumental en el que el munícipe insistió en que la ofrenda es “libre y voluntaria” y el canónigo en que es foro u obligación. Salguero llegó a entregar una varita de mago al canónigo, al que instó “a que como un Harry Potter de la época, haga magia y pase a la Historia” para poner fin al litigio. “Estas discusiones dañan el corazón e impiden la convivencia” argumentó el edil sin convencer a su oponente.
El representante del Cabildo llegó a llamar “un poco tacaña” a la corporación por presentar una ofrenda “que cuesta lo mismo que un adoquín de la calle Ordoño II” y llegó a ofrecer al munícipe, si cambiaba de criterio, un brindis con el vino que atesora la cuba que aloja la Colegiata y que habría rellenado Santo Martino por primera vez en el siglo XII; cuba de la que únicamente se extrae caldo en Jueves Santo. Como es costumbre, y ante numeroso público y una nutrida representación institucional, la batalla acabó en un empate, aplaudido por los presentes, que se adivina eterno.