Lo más gracioso que he oído en el tema de paradojas espacio-temporales fue en Twitter: no recuerdo –y bien que lo siento– quién afirmaba que el momento en el que le gustaría personarse si pudiera volver atrás en la historia era la boda de Lolita. Para empujar. El célebre y bochornoso –en todos los sentidos– enlace fue hace más de cuarenta años. En 1983. También en 1983, y después de que los sucesivos gobiernos centrales de UCD y del PSOE negaran a León la posibilidad de celebrar un referéndum dentro del marco de la Constitución –ojo, cuidao– para constituirse en autonomía propia, se formó la Comunidad Autónoma de Castilla y León con nueve provincias: tres leonesas –más o menos– y seis... paleocastellanas. Me canso de poner cursivas. Uno podría subirse a la máquina de H. G. Wells e ir a una manifestación de aquellas por LEÓN SOLO. Sería un ejercicio tan melancólico como el de la boda de Lolita. No es la triste verdad la que no tiene remedio, sino la historia. Se suele poner como ejemplo de posibilidad de cambio en los acontecimientos –para mejor– el asesinato de Hitler, antes de que lo cometa el mismo Hitler, claro. Se discute la edad: ¿le matas en su cunina o cuando anda por ahí haciendo acuarelas horrorosas? Más tarde podría ser incluso peor. Digresión, que solo me había salido del tema al que todavía no he llegado dos o tres veces: tengo la seguridad de que la anchísima manga de las facultades de Bellas Artes en sus admisiones se debe al cuidado que ponen en no dejar sin caballete y pintura al agua a artistas frustrados y que se conviertan así en cancilleres genocidas. De hecho era mi segunda opción si hubiera sido rechazado en la Universidad de Salamanca, pero, como digo, dejan matricularse a cualquiera. Mi asunto es la inocente creencia de que una sola decisión o persona cambia el devenir total del mundo. Nunca lo sabremos. Lo ignoramos también casi todo sobre el universo, pero sí tenemos la seguridad de que somos involuntarios viajeros espacio-temporales que nos movemos blanda e incesantemente hacia y en. Eso sí, de forma lineal y solo hacia adelante. Podríamos aprovechar un hipotético agujero de gusano para desplazar nuestras partículas al pasado y pedir el estatut, empujar en la boda de Lolita o regresar a 1923, ir a la cervecería Bürgerbraükeller y pegarle un tiro en la cabeza a Hitler, pero también en 1932 podríamos votar al socialdemócrata Otto Wels, que se quedó con 133 escaños por los 230 del partido nazi. Podemos hacerlo ahora. Sí. No es mala idea. Por favor, votemos a Otto Wels. Eso sí podemos llevarlo a cabo. El resto… es historia.