Quisiera aprovechar la oportunidad que me brinda este medio de comunicación para elevar a consulta pública una duda existencial que me corroe desde hace cuarenta años. Aunque sea abusar de la buena voluntad de los lectores, me consta que definitivamente pueda despejarla y tener una visión cabal de la situación por la que atraviesa León. Se trata de una sencilla pregunta cuya respuesta, a buen seguro, es harto conocida pero que a mí, pobre leonés de a pie, se me escapa.
La pregunta es muy simple y carece de doblez: ¿Alguien podría decirme si desde el año 1983, alguien en León ha presentado una reclamación formal ante los organismos competentes en la materia para dejar de pertenecer a Castilla y León? Hasta donde se me alcanza no sé de ninguna propuesta que se haya elevado a la Junta, al Gobierno de la nación o al resto de los poderes que rigen los destinos de España. He escuchado durante cuatro décadas quejidos lastimeros, exabruptos, discursos tediosos, mentiras y soflamas que se han disipado, como esas nubecillas blancas que en verano se desvanecen en el cielo azul sin dejar rastro alguno.
Bien pudiera ocurrir que esté totalmente equivocado y haya sobreabundancia de peticiones hechas en tiempo y forma por los poderes públicos y fuerzas vivas de León ante las más altas instancias, monarca de la nación incluido. Pero algo me hace sospechar que todas las reivindicaciones no pasan de ser nominales y efectuadas en lugares donde nada trasciende o, como dijo aquel expresidente, en la intimidad. El asunto no es baladí aunque lo parezca porque si lo que un servidor se malicia fuera verdad, resulta que no se ha avanzado ni un paso en la buena dirección, tan sólo dar vueltas en una noria o pedalear en bicicleta estática: nada.
La espiral decadente de León
Más si por el contrario tal gestión se ha hecho en una o varias ocasiones, creo que sería pertinente darle la publicidad suficiente, y si fuera preciso, con la reiteración necesaria. Algo que todo leonés que tenga un mínimo a su tierra debería tener presente es que estamos inmersos en una espiral decadente que nos arrastra como esas aspiradoras de tecnología ciclónica que marean las partículas que se encuentran en su interior a velocidades de vértigo, pero que al acabar la faena siguen estando donde estaban en un principio y su destino final es el cubo de la basura.
Sería más que aconsejable dilucidar y hacer pública la situación en la que nos encontramos porque la evolución de las ideas, y por ende la de los que sostienen dichas ideas, es como una flecha impulsada por un arco: o sube, o baja, pero no se mantiene indefinidamente estática en el aire. Lo digo porque si no existe una voluntad decidida y firme, si nuestros representantes sólo quieren ejercer como modelos de pasarela, es bueno que nos lo digan. Quizá se hagan merecedores de nuestros aplausos o de nuestros abucheos pero al menos saldremos del limbo informativo en el que estamos felizmente instalados desde el siglo pasado.
Si en algo somos excedentarios en León, por encima de producciones como lúpulo, maíz o chopos, es en posponer sine die abordar el estatus de nuestra provincia, pero sobre todo el de la Región Leonesa. Como la luz blanca se descompone en el abanico cromático del arco iris, mi duda recoge un espectro de preguntas: ¿Se ha hecho algo tangible por revertir la situación impuesta, después de todo este tiempo? ¿Se va a hacer algo más que hablar? ¿Cuándo? ¿Quiénes se comprometen a hacerlo y con qué planteamientos? ¿No nos estaremos haciendo trampas al solitario, perdiendo y haciendo perder el tiempo miserablemente? ¿No urge comenzar? ¿Queremos de verdad hacer algo?
Cada segundo que pasa es un retraso ominoso.
Tomás Juan Mata pertenece a Urbicum Flumen, la Asociación Iniciativa Vía de la Plata