'Love revolution'

Fernando Pani Blanc

“Mamá, mamá, ¿este señor es otro nuevo papá?” Hoy, el matrimonio, institución de origen económico-patrimonial —los romanos eran más listos, siempre lo han sido— está en un definitivo proceso de muerte. Cada vez hay más soltería y ya son más quienes se separan que quienes se quedan juntos. Las mujeres, que ya no dependen del dinero de sus maridos, se cansan y se van. Los románticos, cada vez menos, todavía se suicidan. Algunos matan. Es verdad, nada es para siempre. La familia tradicional se nos diluye entre las manos. Vivimos una incontrolable Love Revolution que nos trae a todos de cabeza. Y así, mi prima Inmaculada, buenita católica de misa dominical, asistencia imperdonable, dejó a su marido barrendero, que era un encanto, para irse con un ingeniero, que es un imbécil. Porque mucho cerebro y tantos ideales, pero al final es la entrepierna la que manda. La entrepierna y el dinero. Y eso nos da miedo, da mucho miedo. Tenemos dudas. A veces duele horrores. Horrores.

Para que no duela tanto, la Love Revolution propone normalizar el liberalismo relacional. Normalizarlo y hacernos ver que no es para tanto, que la vida es así, que se puede volver a intentar después de los cuarenta. Ahora son normales los padres divorciados, las madrastras, los papás temporales, la progenitura mezclada. Porque ahora no tiene sentido alguno aguantar al señor malhumorado del sillón, ni a la gorda histérica en el baño. Porque te cansas y te vas. O se cansan y se van. Cambias, o te quedas siempre solo, para que no te hagan daño, para evitar la culpa de dañar. Y la cabeza se te llena de leche, y te vuelves loco, y algunos violan niños. Eso no está normalizado, todavía no. En La Bañeza tampoco. En la Love Revolution se vale casi todo, y está bien. En realidad, siempre valió todo, pero ahora sin mentiras ni puticlubs de carretera, sin tantos. Y sin el engaño la gente siente de cerca la soledad que siempre tuvo. La Love Revolution hace más libres a las libertinas mujeres, sexualmente todopoderosas. Y los hombres, tiernitos hombres, tenemos miedo. Siempre hemos tenido miedo. Por eso construimos rascacielos y hacemos guerras. La libertad de las mujeres nos coloca un peso maloliente en los calzoncillos. Vamos a la iglesia porque tenemos miedo. Mucho miedo. Y ellas, asambleístas aristofánicas que tan mal lo han pasado, se han dado cuenta y ahora se están riendo de nuestro miedo. A veces todavía sufren. —¿Es usted un romántico?—. —Siempre lo fui—. Todos lo fuimos.

Las muertas, las violaciones, la desigualdad salarial no son el problema, son sus síntomas. El asunto es que las mujeres están diciendo muy en serio que no quieren ser esclavas como lo han sido sus mamás, como lo han sido nuestras mamás. Eso implica un cambio en el modelo de familia. Eso es el feminismo, eso es la Love Revolution, que, por si no se han dado todavía cuenta, no es sólo una cuestión de mujeres. A algunos esto les da miedo. Cambiar, ya lo he dicho, da mucho miedo. Tal vez esto al final no sirva para nada y seguiremos por la vida vagando, que al fin y al cabo es lo que todos hacemos en la vida, lo que siempre se ha hecho. Sin abrir unos corazones cada vez más amurallados y pensando en estrategias para evitar lo inevitable: amantes en vez de amores, trabajo, aventuras que nos maten para no ser un perro jugando a las cartas en una mesa mientras se espera la muerte.

La Love Revolution tambalea unos cimientos que siempre han estado tambaleados, porque como dicen los tipos de la autoayuda en internet, “amar es sufrir” y “sufrir es inevitable”. Quizás no sirva para nada porque seguirá habiendo lindos zorzales en bares profundos, desengañados, obesos cobardes, tristes eremitas y miedosos encarcelados. El amor, después de todo esto, seguirá matándonos a todos. Seguiremos estando solos. Es posible que la Love Revolution no llegue a ningún lado y la historia siga siendo un círculo y su paso una ficción. Puede ser que los huesos de Franco no sólo estén enterrados en el Valle de los Caídos. Tal vez por eso nos cuesta tanto. No lo sé. Pero pienso que, aun así, merece la pena intentarlo. Y si no quieren, pues voten a VOX, para que la familia se quede como siempre y ellas sigan siendo esclavas, como mi mamá, como las suyas.