Es curioso, porque durante un tiempo, la gente no se imaginaba el futuro de ninguna manera. Eso de que el tiempo sea una línea es bastante más moderno de lo que creemos. A las culturas clásicas, por ejemplo, el tiempo no les importaba gran cosa, y por eso son tan difíciles las dataciones de algunos hechos antiguos. En tiempos de tal o cual rey, a tantos años de la fundación de la ciudad (que se contaban a ojo) o cinco generaciones después de Fulano.
Luego, con el tiempo, a un tal Dionisio el Exiguo, al que llamaban así por pequeñajo, se le ocurrió que había que empezar a contar los años desde el nacimiento de Jesús. Esto ocurrió el año 526, si no recuerdo mal, por lo que nunca hubo un año 525 ni un 524 más que en la mente de los que llegamos después. Aún así, parece ser que el buen hombre tuvo muy buen tino, pero no perfecto, y hoy se da por casi seguro que el Jesús histórico nació en el año 4 antes de Cristo.
¿Y qué se escribía en aquella época? Imágenes del Infierno, catástrofes y calamidades. Normal. Iba todo terriblemente mal, los artistas representaban mundos imaginarios catastróficos, infernales o directamente apocalípticos.
Luego, con el tiempo, según marchase la cosa, aparecían arcadias o dragones, paraísos o danzas de esqueletos, siempre acordes al humor del momento.
Y resulta que, para lo que nos interesa a nosotros, llegamos al siglo XIX, y comienza la eclosión de las grandes maravillas fantásticas, como el viaje a la luna de Verne, o sus veinte mil leguas de viaje submarino. El hombre se siente fuerte, a punto de domar la naturaleza, y lo escribe. Llega luego Karel Capek, un puñetero genio, y en 1920 acuña la palabra robot para describir a un hombre mecánico que trabaja, en 1924 escribe sobre una sustancia de una capacidad explosiva inimaginable en su novela La Krakatita, y poco después, en 1936, nos avisa del posible agotamiento de la naturaleza y sus recursos en su novela La guerra de las salamandras.
Hay muchos más y casi todos los conocemos. ¿De qué iba la ciencia ficcón de esa época? De conquistar mundos, de conocer otras razas, de grandes avances, de viajes espaciales, de exploraciones, descubrimientos y máquinas maravillosas. Hubo algunos relatos pesimistas (que también acertaron) como 1984, o Un Mundo Feliz, o Rebelión en la granja, pero en general la ciencia ficción concebía un futuro brillante y vibrante para la Humanidad y sus obras. Galáctica. Star Wars. Mundo Anillo. Pórtico. El Juego de Ender. Diarios de las Estrellas... Hasta esa terrible cabronada de los hermanos Strugatski, Un pícnic en el Camino, tenía un toque optimista. Porque la gente creía en el futuro. Porque la gente estaba esperanzada.
Y ahora, ¿dónde estamos? En apocalipsis zombies, distopías postnucleares, gente que trata de huir de sitios horribles, pandemias y anuncios del fin del mundo. Echad un vistazo a lo qué se escribe o se filma sobre el futuro y decidme cuánto optimismo sois capaces de detectar. Algunas cosas hay, pero muy pocas. Lo demás, todo lo que se imagina, es desolación, ruina, hambrunas, despotismo, ignorancia y miseria. ¿Qué le ha pasado al futuro? ¿Por qué ha cambiado tanto en unas pocas décadas?
En la ficción, el futuro ya no ilusiona. Sólo da miedo. Silo, Leftovers, Separación, Walking Dead, The Last of Us... Los ejemplos son incontables. ¿Qué le ha pasado al futuro?
Nos hemos pasado al lado oscuro. No en vano, por cada camiseta que se vende de Han Solo, se venden ocho de Darth Vader. Cuestión de hacer amigos donde conviene, parece.
Mal vamos.