Muchos de los numerosos forasteros que se encuentran de visita en nuestra ciudad durante estos días han debido rascarse los ojos al menos un par de veces para comprobar si era cierto que se encontraban en León, y no en el Brighton del 64 o el Manchester de los 80. E incluso todos esos despistados peregrinos, que todavía vemos de cuando en cuando paseando sus agujetas por el centro, deben haberse quedado también bastante descolocados al ver la pacifica invasión de parkas y scooters que sufre gozosamente León City durante estos días.
No sucede lo mismo con los leoneses, para los que hemos crecido en la ciudad toda esta efervescencia pop que explota en nuestras calles cada mes de diciembre es algo totalmente natural. Todos sabemos que ha llegado el Purple, una maravillosa celebración de la música y cultura sixties que es tan inherente a la ciudad como su catedral, su frío o sus tapas en el Barrio Húmedo y en el Romántico. Un festival que cumple treinta y tres ediciones transformando a esta pequeña capital de provincia en el epicentro cultural y musical de eso que llamamos movimiento Mod.
A grandes rasgos podríamos decir que todo empezó algo más lejos, en el tiempo y en la distancia, con aquellos jóvenes británicos que a finales de los cincuenta empezaron a vestir elegantes trajes italianos, con ajustadas americanas y estrechas corbatas. Su afición por el modern jazz hizo que empezaran a ser conocidos como modernistas o mods. En los sesenta sus gustos musicales se ampliarían al R&B, el soul, el beat, los sonidos jamaicanos o la psicodelia. Y luego llegarían el acid jazz, el sonido Madchester o el Britpop. Lo que ha permanecido innegociable es el sentido de la estética, con esas camisas y pantalones entallados, esos jerséis de pico o de cuello cisne, o esos distinguidos zapatos que nunca pasan de moda. Y por supuesto también con las sempiternas parkas, las mismas que ahora pululan noche y día por nuestra ciudad, de concierto en concierto, de bar en bar.
Para la mayoría de los que tenemos entre 30 y 60 años el Purple es casi sagrado, todos guardamos en nuestra memoria noches épicas al calor de la música de bandas increíbles, todos nos sentimos íntima y felizmente orgullosos de que esta ciudad, líder en emigración juvenil y económicamente deprimida desde hace ya demasiado tiempo, se convierta por unos días en el lugar más moderno de Europa. Porque de orgullo sabemos mucho por estos lares, una suficiencia que quizás esté un poco desubicada, pero que expresamos sin ínfulas y con esa fina ironía marca de la tierra.
Como en esa conversación que escuché hace un par años a la salida de un concierto, cuando un mod local contestó a los halagos que le estaba soltando un grupo de forasteros sobre las maravillas gastronómicas y arquitectónicas de la ciudad, y sobre ese mentado carácter orgulloso de los leoneses, con una tajante pero definitivamente graciosa réplica: ‘Los de León somos como los de Bilbao, pero sin Bilbao’.