El alimoche, el huevo, la piedra y la autonomía de León

En los tiempos grises de la televisión, cuando el medio rural se despoblaba en beneficio de las grandes ciudades, los documentales de este burgalés eran una reconciliación con la naturaleza que paulatinamente se abandonaba. Este hombre, que fue idolatrado por chicos y grandes, mostraba curiosidades del reino animal que, pese a tenerlo delante de nuestros ojos, en numerosas ocasiones no alcanzábamos a verlas. 

Sus filmaciones y sus cuadernos de campo eran un deleite para no pocos seguidores de sus programas. En su debe estaba que hubo imágenes que con el tiempo se descubriría que habían sido un montaje, como el del águila que arrebataba una rolliza cría de muflón desde un escarpado roquedal y que se había realizado con un águila domesticada y operarios de Icona sujetando a su pobre víctima. Sea como fuere la fuerza y la destreza del águila saliendo con su presa entre las garras aún resulta impactante. En su haber figuran premoniciones fatídicas que se ven cumplidas en la actualidad y su encarecida defensa del lobo, especie que aún sigue espantando a personas con poco criterio, niños grandes que siguen creyendo en el lobo feroz. 

En uno de sus documentales se daba cuenta de las vicisitudes por las que pasaba un alimoche que se encontraba con un huevo de gran tamaño. El alimoche es un vultúrido, el buitre más pequeño de Europa –algún ejemplar se dejaba ver antes por embalse de Luna– tiene aspecto frágil y es el último en aprovechar carroñas. Por tal motivo ha de buscarse la vida y en las imágenes se veía como afrontaba el problema de acceder al contenido dicho huevo para alimentarse. Tras numerosas e infructuosas tentativas de romperlo, golpeándolo con  una piedra, que con escaso acierto arrojaba con el pico, al fin conseguía su propósito.

No sé porque esa imagen de fracaso continuado en su intento por acceder al contenido y poder llenar la andorga, siempre me ha recordado los infructuosos intentos de León por solventar la insalvable dificultad de romper el pétreo cascarón, rígida camisa de fuerza, que nos han impuesto para impedirnos acceder a lo que se nos adeuda: el derecho a que el País Leonés sea regido por leoneses de cualquiera de las tres provincias que componen su territorio. Lo triste del asunto es que cada día que pasa sin encontrársele solución al problema, la cubierta de este ‘huevo’ se antoja más rígida, más pétrea, más inaccesible.

Vanos han sido los tímidos intentos por fisurar dicha cubierta, en buena medida porque, a diferencia de lo que hacía el alimoche, en León nunca se ha llegado a buscar el equivalente de una piedra ni se ha mostrado la misma constancia con la que lo hacía este ave que no cejaba en su empeño hasta salir triunfante de su empresa. En León abandonamos raudos cualquier proyecto que no arroje beneficios de forma casi inmediata. Numerosas son las figuras de quienes parecieron tentar la suerte y sucumbieron en el intento para acabar abandonando finalmente. Tal vez no se les ocurrió que se ha de perseverar o ‘su ímpetu quizá fuera escaso’.

Y es que las fuerzas vivas leonesistas tienen la fatuidad de creerse tocadas por el dedo de alguna extraña divinidad y, de no conseguirse lo que se persigue –siempre sin prisas por supuesto, faltaría más–  se desiste como desdeñando el resultado final, convencidos de que su esfuerzo no es merecedor de fracaso alguno. ¡Todo León debe estar ahíto de felices sucesos, así nos va! La férrea voluntad de nuestro protagonista alado y una perseverancia, superior a la de muchos leoneses, acabó por rendir sus frutos. Por eso, si comparamos el tesón del alimoche y el nuestro, el saldo sería netamente favorable al avechucho. 

Algunas de las premisas que deberían presidir la acción de todos aquellos que real o fingidamente se decantan por luchar por su tierra, arrostrando cualquier dificultad que les pueda salir al paso, son la modestia, el esfuerzo, el trabajo silencioso y mostrarse inasequibles al desánimo, algo que para nuestra desgracia, con el individualismo y la altivez que rezuma en León es difícil de alcanzar. Lo fácil es desistir. ¿Cómo podemos alardear de nuestro pasado regio y sus mílites si no somos capaces de luchar hasta el último aliento por lo que nos pertenece? ¡Que poco honramos la memoria de aquellos leoneses –o astures–  que nos precedieron! ¿Qué fue de aquel nuestro proverbial pundonor?

La diferencia es que al final, tras numeroso intentos y errores, esta especie de buitre de aspecto desgarbado y famélico conseguía dar con el quid de la cuestión y acababa por quebrar la cáscara y despacharse el interior, mientras que en León, tras cuatro décadas de exitosa y fructífera gestión de nuestras fuerzas vivas, seguimos sin alcanzar ni la fárfara ni el vitelo y languidecemos confiando plenamente en que un día este anhelo se verá cumplido porque, con nuestra pacata cultura de cinematografía americana, estamos persuadidos de que basta con desear mucho alguna cosa para conseguirla. Sin hacer ningún otro esfuerzo, por supuesto. ¡Casta Legio! 

Tomás Juan Mata pertenece a Urbicum Flumen, la Asociación Iniciativa Vía de la Plata