
Advierto antes de empezar que este artículo no va de intimidades de alcoba sino en la línea de nuestra cruzada por León, así pues, al que le parezca una pirueta imposible y quiera conocer el hilo argumental del mismo, sólo tiene que seguir leyendo hasta el final.
No poco revuelo causaron el año pasado las declaraciones de la artista Bárbara Rey –no me gusta el galicismo de vedette ni sus connotaciones– acerca de su relación afectiva con el rey emérito, aunque este término sea tan inapropiado como el anterior, por más que los incondicionales monárquicos quieran cubrir con pintura las corrosiones de un reinado que pareció una cosa y acabó resultando otra muy distinta. Un día estos seguidores regios deberían darnos su valoración sobre el trato dispensado a la otrora glorificada y hoy despechada reina Sofía.
La prensa rosa y la prensa rosa palo, como OK Diario, se han rebozado con las veleidades reales hasta la náusea, disculpando, en la medida de lo posible, las ligerezas sentimentales del monarca. Si bien con Bárbara, la bruja sin escoba ni grano en la nariz que ejerció algo más que de señorita de compañía, los medios de comunicación se ensañaron y condenaron a perpetuidad ante la hipotética posibilidad de que descubriera las andanzas de Su Majestad. Ni que decir tiene que nada hay que mencionar del dispendio del erario público que acarreó semejante aventura, lo que no se puede perdonar es que tan bárbara pareja sacara réditos de su relación.
A mayor gloria del accidentado matador de elefantes, también se le descubrieron otros deslices en posición horizontal, menudencias con una señora de la nobleza alemana que nos costó 65 millones de euros. ¡A ver, calderilla para un hombre que lo merece todo! Lo sorprendente del affaire es que todo el mundo del periodismo estaba de vuelta y media. Las infidelidades y gastos suntuosos, por tal motivo, de la Casa Real era cosa sabida y oportunamente ignorada por las glorias patrias de la prensa que –¡Oh, prodigio del rigor informativo!– fueron oportunamente silenciadas. No se le podía negar nada al rey vigente.
También terminamos (y empezamos) el año con otro escándalo cuya génesis y cuyas consecuencias son todavía un arcano de periodistas y de esos señores que muchas veces llevan de la mano: los políticos. Aún no se sabe si se trató de 'fuego amigo' –como sucedió con Cristina Cifuentes y el hurto de unas cremas de nada– quien abrió la caja de pandora y menudearon denuncias anónimas que con el transcurrir de los días dejaron de ser anónimas. ¡Quien lo hubiera pensado de este chico que parecía el alumno más aplicado de la clase de un colegio de pago! ¡Él, que se partía la cara con cualquiera en favor de las mujeres desvalidas, se ve ahora en este trance!
Y el problema de Errejón no es ya sólo su problema personal que le ha costado el puesto de portavoz grandilocuente en el Congreso, es que además de haber sido arrojado al arroyo sin contemplaciones, salpica en su caída, y de qué modo, a su propia formación Más Madrid, a Podemos, de quien fue fundador y a su nueva casa de acogida, Sumar, el partido apéndice de la sonrisa ejecutora de Yolanda Díaz. ¡Ya es mala suerte! Un integrista del feminismo que nos ha salido rana, como los príncipes azules de Esperanza Aguirre, hoy convertido en ángel caído por sus inconfesables inclinaciones libidinosas.
Y en este caso, como en el anterior, resulta que la mayor parte del firmamento periodístico y numerosos compañeros de partido eran conocedores de tan reprobable comportamiento pero nadie dijo nada. El silencio de los periodistas fue más sangrante si cabe porque no se jugaban un puesto destacado en el partido –al que tanto cuesta llegar– y es que le eximieron de la mordaz crítica que merecían frases como “la hegemonía se mueve en la tensión entre el núcleo irradiador y la seducción de los sectores aliados laterales” o mencionar en su descargo el “patriarcado neoliberal que intoxica” que celebraba el colectivo feminista de un Sumar, hoy en horas muy bajas, y que reeditaba pasadas memeces expresadas cuando militaba en Podemos.
Así pues, España, puede presumir de una clase periodística que puede informar de todo lo que sabe, o quizá no, todo depende, aunque no sepamos muy bien de qué depende aunque lo sospechamos. Y entonces, mutatis mutandis si esto lo trasladamos a León y su particular intususpección política, o lo que es lo mismo, su invaginación o vuelta de calcetín, podemos fácilmente comprender como la inmensa mayoría de los y las periodistas –obligado me veo a ser políticamente correcto, no vaya a ser…– eluden el tema de la autonomía leonesa como si pisaran sobre ascuas.
¿Quién es el guapo que cuestiona la libertad de prensa en España? En España no sé, aunque al parecer nadie. En León, si antes albergábamos una cierta duda sobre la independencia de periodistas y políticos, fratelli tutti en el Señor, ahora albergamos una duda cierta. ¿A qué se deberá el perpetuo apagón informativo sobre la autonomía leonesa sin que nadie se atreva a debatir al respecto o negándole toda viabilidad aduciendo razones peregrinas? ¡Cuánto miedo subyace aún entre los poderes públicos estatales, autonómicos e incluso entre el cuarto poder, que ocultan entre cenizas un anhelo antropológico que no ha encontrado aún quien lo canalice y proclame a los cuatro vientos: León no será nunca Castilla, podrá serlo de iure, pero no de facto!
Tomás Juan Mata pertenece a Urbicum Flumen, la Asociación Iniciativa Vía de la Plata